Veneno, sangre y un cuerpo humano

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Su cuerpo se había desplomado entre sus brazos y no conseguía que despertara. A pesar de que continuaba respirando, lo hacía de forma trabajosa.

Su señor la había tumbado y había estado trabajando sobre ella, rozándola apenas. Se sentía zarandeada de un lado a otro con suavidad, pero en sus acciones no había lujuria, la estaba envolviendo en algo.

La tela se deslizaba sobre su cuerpo con lentitud y precisión, cubriendo su piel, sus piernas y finalmente ciñéndose a su cintura. Cada movimiento, por mínimo que fuera, agitaba el veneno dentro de ella, extendiéndose con más celeridad por su piel. En su mente era plateado e hirviente, veloz y ávido. Penetraba en cada rincón de su ser, calcinando todo lo combustible con un sonido siseante. Casi podía oír ese sonido, el de sus entrañas hirviendo lentamente. Quería apretar los dientes, gritar, retorcerse, patalear; pero entonces lo oía, su respiración tranquila, el sonido de sus pasos ligeros, el susurro de la tela de su kimono cada vez que se movía. La sangre demoniaca ya nada podía hacer para sofocar el ardor. Había bebido mucho, pero el veneno era más fuerte y el pequeño alivio que le proporcionaba ya no era suficiente.

Su mente permanecía muy lúcida tratando de huir de aquel pequeño infierno en el que había quedado atrapada.

...

Sesshomaru se limitaba a permanecer sentado de espaldas a su cuerpo, con la mirada fija en un lugar indeterminado, concentrado en los latidos de su corazón enfurecido en medio de una cruenta batalla por mantenerla con vida.

No había apenas rastro de su esencia original, solo un vestigio de la misma sobrevivía entremezclada con el hedor del veneno, que cambiaba sutilmente a medida que devoraba sus tejidos.

Al haberla dejado sobre mokomoko podía sentir como se enfriaba lentamente conforme pasaban las horas. No tenía ninguna prisa por levantarse de allí, así que se limitó a esperar lo inevitable.

Un breve vistazo sobre el hombro le permitió ver como su piel se aclaraba conforme la vida la abandonada.

...

Cuando se hubo extendido hasta alcanzar los confines más remotos de su ser, Rin notó como lentamente su cuerpo empezaba a desaparecer consumido por el ardiente veneno.

El fuego líquido derritió su piel, licuó sus músculos y fundió sus frágiles huesos.

Lo único que quedaba de Rin era su corazón.

Todo su pequeño ser, todo lo que había sido en la vida, se reducía a esa masa de carne palpitante que se latía furiosa mientras miles de ardientes filamentos plateados lo envolvían, penetrando en su interior, fluyendo entre sus tejidos, quemándolo todo a su paso hasta que agotó todo lo combustible.

...

La vida de Rin estaba llegado a su fin, a cada minuto que pasaba se acercaba su inevitable final y él era el único culpable. Su verdugo silencioso que esperaba aquel último estertor que había oído centenares de veces en tantos otros lugares, pero ninguno como aquel. Ninguna era Rin.

Tenseiga descansaba en su regazo, inútil. Esa espada siempre había sido un trasto, pero nunca antes lo había sabido con tanta seguridad como en aquel momento. Su sola visión le molestaba, pero ahí seguía, inmóvil mientras él la contemplaba fijamente deseando lanzarla lejos, apartarla de su cuerpo.

Había matado a Rin, tenía que aceptarlo y seguir adelante, pero las marcas en su cuerpo palpitaban con un dolor sordo, recordándole que eso no sería nada fácil.

Bajó la vista hacia su brazo donde sus pequeños dientes permanecerían grabados para siempre sobre su piel.

Mientras rozaba las marcas suavemente con la punta de las garras se quedó paralizado al escuchar el último latido de aquél corazón por el que el suyo peleaba en solitario.

Cerró los ojos y en su mente escuchó una voz lejana, pequeña. Una voz procedente de su corazón, que le hablaba solo a él.

"Señor Sesshomaru, ¿si Rin muere algún día, usted la recordará?"

Se puso en pie sosteniendo a Tenseiga en su mano para evitar que cayera al suelo. Era un mero acto reflejo. No quería saber nada de aquella espada.

Echó un último vistazo por encima del hombro al pequeño cuerpo inmóvil que descansaba en el suelo a su espalda.

La había vestido con un kimono negro y rojo que resaltaba la palidez de su piel. Sus largas y tupidas pestañas de un negro intenso, proyectaban una sombra oscura sobre sus párpados cerrados. Las comisuras de sus labios llenos, de un tono rosado semejante a la luz del crepúsculo, se elevaban ligeramente hacia arriba, asemejando una minúscula sonrisa. Aquel pequeño rostro perfecto estaba en calma y era lo más bello que sus ojos habían visto jamás.

Compuso una mueca de dolor casi imperceptible y se llevó la mano al cinto cerrándola sobre la empuñadura de Bakusaiga, torció el gesto cuando la espada le rechazó. Tenseiga también se agitaba en su vaina, haciéndose eco del dolor de su amo y protestando por la atrocidad que estaba a punto de cometer.

"Basta. He tomado una decisión y tenéis que acatarla." pensó iracundo dirigiéndose a las espadas. Éstas dejaron de agitarse doblegadas por su poder. "¿O acaso queréis que la deje aquí para que se pudra?"

Apretó la empuñadura mirándola fijamente con gesto grave y sopesó la alternativa. Cualquier opción era cruel, tanto para ella como para él.

Se acuclilló junto a ella y observó su rostro de nuevo. Tomó un mechó de su pelo y lo colocó detrás de su oreja. Acarició la línea de su mandíbula hasta llegar al mentón y desde allí subió hasta sus labios, estos se movieron.

― ¿Señor Sesshomaru?

Sus párpados temblaron y se abrieron.

Lo más natural del mundo (Sessrin)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum