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Los carruajes atravesaron las verjas flanqueadas por estatuas de cerdos alados y luego avanzaron por el ancho camino, balanceándose peligrosamente bajo lo que empezaba a convertirse en un temporal.

Pegando la cara a la ventanilla, Harry podía ver cada vez más próximo el castillo de Hogwarts, consus numerosos ventanales iluminados reluciendo borrosamente tras la cortinade lluvia. Los rayos cruzaban el cielo cuando su carruaje se detuvo ante la gran puerta principal de roble, que se alzaba al final de una breve escalinata de piedra.

Los que ocupaban los carruajes de delante corrían ya subiendo los escalones para entrar en el castillo. También Harry, Ron, Hermione y Neville saltaron del carruaje y subieron la escalinata a toda prisa, y sólo levantaron la vista cuando se hallaron a cubierto en el interior del cavernoso vestíbulo alumbrado con antorchas y ante la majestuosa escalinata de mármol.

—¡Pinche lluvia culera! —exclamó Ron, sacudiendo la cabeza y poniéndolo todo perdidode agua—. Si esto sigue así, va a terminar desbordándose el lago. Estoy empapado... ¡Ay!

Un globo grande y rojo lleno de agua acababa de estallarle en la cabeza. Empapado y farfullando de indignación, Ron se tambaleó y cayó contra Harry, al mismo tiempo que un segundo globo lleno de agua caía rozando a Hermione. Estalló a los pies de Harry, y una ola de agua fría le mojó sus converse negras y los calcetines.

—Lmao, Harry se parece a la llorona con todo el delineador corrido. —dijo Neville.

Harry levantó la vista y vio, flotando a seis o siete metros por encima de ellos, a Peeves.

—Si cien veces vuelvo a nacer, cien veces chingas a tu madre, Peeves. —le dijo Ron.

—Te voy a jalar las patas en la noche, Neville. —le dijo Harry.

—¡PEEVES! —gritó una voz irritada—. ¡Peeves, baja aquí AHORA MISMO!

Acababa de entrar apresuradamente desde el Gran Comedor la profesora McGonagall, que era la subdirectora del colegio y jefa de la casa de Gryffindor. Resbaló en el suelo mojado y para no caerse tuvo que agarrarse al cuello de Hermione.

—¡Ay! Perdón, señorita Granger.

—¡No se preocupe, profesora! —dijo Hermione jadeando y frotándose la garganta.

Ron y Harry se miraron de la misma forma, y tuvieron que avanzar para que no se notara que estaban apunto de mearse de risa.

—¡Peeves, baja aquí AHORA! —bramó la profesora McGonagall, enderezando su sombrero puntiagudo y mirando hacia arriba a través de sus lentes.

—¡No estoy haciendo nada! —contestó Peeves entre risas, arrojando un nuevo globo lleno de agua a varias chicas de quinto, que gritaron y corrieronhacia el Gran Comedor—. ¿No estaban ya mojadas? ¡Esto son unos chorritos! ¡Ja, ja, ja! —y dirigió otro globo hacia un grupo de segundo curso que acababade llegar.

—¡Llamaré al director! —gritó la profesora McGonagall—. Te lo advierto,Peeves...

Peeves le sacó la lengua, tiró al aire los últimos globos y salió zumbando escaleras arriba, riéndose como loco.

—¡Bueno, vamos! —ordenó bruscamente la profesora McGonagall a la empapada multitud—. ¡Vamos, al Gran Comedor!

Harry, Ron y Hermione cruzaron el vestíbulo entre resbalones y atravesaron la puerta doble de la derecha.

—¿De qué se están riendo? —preguntó Hermione. Al decir eso, Ron y Harry estallaron en carcajadas mientras Neville negaba con la cabeza.

—No es gracioso cuando la gente mayor se cae. —dijo él, a lo que Ron y Harry se rieron más fuerte, contagiando a Hermione.

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