Infancia

15 3 4
                                    

Tras el catastrófico acontecimiento, según por donde lo mires, el pequeño, que recibió el nombre de Javier, por su abuelo materno, no pasó los primeros meses como un bebé común. La asfixia provocada por la falta de líquido amniótico que casi lo llevaba al otro lado, le dejó severos efectos secundarios.

Podría haberse librado de la Muerte, pero ahora era una lucha constante contra ella. Un pequeño despiste podía provocar un infausto final.

Javier Bermúdez Abdel, que ese era su nombre completo, se llevó un total de veinticuatro meses entubado en el hospital, acompañado de su tía Zayna, por parte de madre, cuyo nombre reflejaba su gran belleza en todos los sentidos. Era mayormente su única compañía en sus dos primeros años de vida. La única que conseguía hacerlo reír, la única que conseguía hacerlo dormir, la única que conseguía que cesara el llanto... Mientras tanto, su padre solo podía visitarlo unos pocos días. Parecía que bien pasaba de su propio hijo, pero su trabajo era lo que se lo impedía. Duras semanas en un barco pesquero en alta mar: día y noche, tiempo calmado, tormenta o tempestad, nada permitía que los marineros pudieran descansar un rato, solo podía hacerle visitas los fines de semana. Todo para poder mantener a su pequeño una vez saliera del hospital.

Pasado el par de años, se lo llevaron a casa con su padre, y con ayuda de su cuñada ayudaban al pequeño a adaptarse poco a poco a la vida normal, con dificultades para moverse, y costándole respirar, si no fuera por un inhalador.

A la edad de tres años, empezó a decir sus primeras palabras, y fue apuntado al párvulo, donde le costaba interactuar con sus compañeros, pero pasados los meses, el padre y la tía se sorprendieron al ver que estaba más animado, y hasta e incluso jugaba con sus compañeros.

Un día que paseaba por la calle con su padre, dándole la mano, justo antes de cruzar un paso de peatones, le apretó bien fuerte la mano, quedándose paralizado, mientras el padre tiraba de su delgado brazo para cruzar la calzada, un coche a gran velocidad los rozaba. Y el niño, tras varios segundos de silencio, solamente lo miró con una sonrisa.

A la edad de siete años, adoptaron a Yacki, un pequeño y gracioso cachorro mestizo de pastor alemán y podenco, convirtiéndose como su hermano pequeño.

Aunque tenía a unos amigos en clase, nada era igual que la compañía que le hacía el perrito. Todas las tardes lo sacaban por el parque, lo llevaban a la playa para corretear, le enseñaron a dar la patita y hacerse el muerto a cambio de un premio: una loncha de jamón cocido. Gracias a su compañía, parecía un niño sano y sin problemas de salud.

Un día, desde su dormitorio, empezó a notar una sensación extraña, como si un ente lo observara. Una leve brisa recorría las cortinas, cuya ventana estaba cerrada. En algunos peluches del escritorio se podía notar que se movían sutilmente, y en el televisor se pudo oír un grito, mientras que rápidamente observó por la ventana un Chevrolet amarillo a lo lejos, y en su estantería un juguete de un perro enfermero, para acto seguido escuchar a su padre gritando enfurecido desde el exterior de la casa.

El pequeño se quedó por un instante quieto, mirando a la nada, atento a si escuchaba algo, pero no oyó nada.

Esa misma tarde, su padre le informó que Yacki se había escapado y no había forma de poder recuperarlo, para días después enterarse que realmente había sido atropellado en la puerta de su casa por un Chevrolet amarillo.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 26, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Visiones: Una historia de Destino FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora