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El teléfono de Satoru no tenía contraseña.

Obviando el hecho de que fuera un móvil de última generación con una de las mejores cámaras del mercado, Megumi se sorprendió por ello, ¿quién no le ponía una huella digital o un pin de acceso a su teléfono? Suspiró, sin poder dar una explicación a su pregunta.

Giró sobre sí mismo en la cama, quedando tumbado boca abajo, escuchando al albino duchándose en su baño. Se apoyó sobre sus codos, jugueteando en el aire con sus pies.

La persiana y las cortinas estaban cerradas y la única luz que había era la proveniente de la lámpara de la mesita de noche. Las sábanas estaban abiertas, pero aún no se había metido bajo ellas. La calefacción estaba puesta y no tenía frío en sus piernas desnudas, cubiertas por aquellos sencillos pantalones de color lila que llegaban hasta por encima de sus rodillas; la camiseta de manga corta del mismo color tenía el dibujo de unas uvas caricaturizadas, tenían rostro y sonreían en el centro de su pecho.

Realmente no estaba curioseando en sus conversaciones de chat, tampoco en su galería de imágenes. Abrió la cámara y se enfocó, haciendo un gracioso puchero para sacarse un par de fotografías. Así, cuando las viera por sorpresa en el álbum, sonreiría.

La puerta del baño se abrió y apagó el teléfono, dejándolo donde estaba, sobre la mesita de noche. Aleteó sus pestañas con ternura, viendo aquel leve rubor pintando las claras mejillas de Satoru.

—¿Puedo usar tu secador de pelo? —Preguntó el chico, con el corazón alterado al ver las líneas de su felino cuerpo tumbado. Ya se había puesto la camisa blanca de pijama y el pantalón largo grisáceo.

—¡Claro! —Rodó sobre su propio cuerpo, sentándose al borde del colchón. —Déjame ayudarte.

Satoru frunció el ceño, sin saber exactamente a lo que se refería. Pero, minutos más tarde, se sentaba sobre la tapa del inodoro y apoyaba la cabeza contra su abdomen, dejando que le secara el cabello y lo peinara con delicadeza. Se abrazó a su cintura, cerrando los ojos y sintiendo su lento respirar. Estaba cómodo, deseaba poder quedarse en aquella postura toda la maldita eternidad.

El amor no duele, había dicho su psicólogo hacía demasiado tiempo. Recordaba el momento exacto, cuando lágrimas de cristal se deslizaban por su rostro y acababan entre las sábanas de la camilla del hospital. Había tardado... ¿Tardado? Aún se llegaba a preguntar cómo había sido tan estúpido al no aceptar que Suguru era lo peor que pudo haberle sucedido jamás, que amarle era irracional, que lo que hacía para conservar a Mahito y al resto como amigos no era normal ni justificable.

Megumi era distinto. Le apreciaba y le valoraba por lo que era, no juzgaba sus palabras y no se burlaba de sus gustos o se reía de su aspecto. Era un pequeño ángel arrojado a un mundo cruel y hostil. En ocasiones, sentía que no lo merecía pero, siendo sincero, creía que era lo mejor que le había pasado.

Y, si aquello era amor, ¿por qué dolía cuando se iba? ¿Por qué, cuando veía la puerta cerrarse y sentía su perfume desaparecer, se echaba a llorar y se escondía? ¿Acaso no era amor? Dejó de escuchar el sonido del secador y una mano alzó su mentón. Megumi sonreía con ternura, acariciando los mechones blancos y peinándolos con suavidad. ¿Por qué no podía evitar sentirse mal cuando no estaba?

Debería de haberlo hecho, debería de haberle hecho caso a Toji y volver a tomar la medicación.

No le había dado tiempo a regresar a casa antes de ir al apartamento de Megumi, con lo que no la tenía allí. Mierda, ¿y si le daba un ataque? ¿Y si no podía controlarlo y moría allí mismo? ¿Debería pedirle que escondiera todos los objetos con los que pudiera hacerse daño? ¿Qué pensaría de él? El miedo se apoderó de su mirada y su amigo pareció notarlo.

November with you || GoFushiTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang