Un instinto primario.

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Veintisiete

Astera tuvo razón al decir que golpear la puerta un día entero no serviría de nada. Fui a la habitación a calmarme, lo demás tal vez hacían lo mismo.

—Cuando te tenga en frente, mujer, vas a escucharme hasta que quede afónica —dije entre dientes.

Perfecto, ella nos encerró.

—Tú no ayudas.

Quiero salir.

—Tu visión de "querer salir" no coincide con la mía, mejor cállate.

Quiero salir.

—¿Puedes salir? Si conoces una forma mejor que solo golpear la puerta o intentar quebrar una ventana, estoy aquí para escuchar.

Dejó de hablar.

—Al fin.

Tocaron la puerta.

—Entra, Astera.

Con cautela, mi hermana entró, primero mirando las paredes hasta toparse conmigo acostada en la cama. Se acercó con una mirada comprensiva en el rostro y se sentó a mi lado. Un instinto primario me hizo echarme al frente y abrazarla. Pocas veces lo había hecho en las cortas semanas que teníamos de conocernos, pero eso me bastaba para saber que Astera estaba hecha para dar buenos abrazos.

—¿Otra vez estás discutiendo contigo misma?

—No discuto sola, es mi bestia.

—¿Y cuál es la diferencia? —me quitó el cabello de la cara—. Todos tenemos una bestia dentro de nosotros, Dulce, ya te lo he dicho. Tienes que lidiar con la propia.

—¿Cómo?

—Puedo ayudar. Si tienes el tiempo.

—No es que pueda irme de todos modos.

Se rio, a la vez con una sonrisa comprensiva por mi actitud molesta.

—¿Quieres que me siente y me relaje o algo así?

—Si eso te ayudaría, hazlo.

Tomé una bocanada de aire y lo contuve mientras me sentaba cruzada de piernas y con los brazos en mi regazo. Lo solté todo, una vez lista.

—¿Qué pasa si me pongo agresiva?

—Te golpearé.

Me reí y ella hizo igual.

—En serio, hazlo, tienes mi permiso.

Negó con la cabeza.

—Cierra los ojos.

Lo hice.

—No te voy a pedir que te relajes, solo necesitas pensar en lo que importa ahora.

—Quiero salir.

—¿Y qué vas a hacer allá afuera si no puedes ayudarte a ti misma?

Fruncí las cejas.

—Quiero... entenderme...

—Hazlo entonces.

Sentí su mano en mi frente y luego un brillo verde detrás de mis párpados. Me encontraba después sola, en la obscuridad del mundo. Oía voces a la distancia, sin género ni número, a veces solo era una persona, a veces dos, a veces eran tantas que me creí en medio de un bullicio festivo. El sonido dolía en los oídos, tenía que apretar más los párpados para concentrarme, gritos más fuertes, murmullos en mí cabeza, risas estridentes y entonces, se callaron.

Dulce BrujaWhere stories live. Discover now