Poseidón no recordaba haberse sentido tan satisfecho ningún día en toda su existencia. Había conseguido dormir al fin, tras días de insomnio, y ahora la luz del amanecer se colaba de manera perezosa entre las finas telas de la habitación. Su pequeña gorgona dormía plácidamente en sus brazos, allí donde pertenecía.
El dios del mar cerró de los ojos, dispuesto a dormir de nuevo. Estaba tan cómodo y relajado, tan feliz que solo podía pensar cuanto le gustaría despertar todos los días de aquella manera. Medusa estaba había sido creada por el destino para él, estaba tan seguro de ello como del aire que respiraba.
Una sonrisa perezosa y satisfecha se instaló en su rostro.
◊◊◊
Medusa despertó poco después, cuando Poseidón había vuelto a quedarse dormido. Se incorporó cuidadosamente y estudió los rasgos del dios. Era tan dolorosamente atractivo, incluso dormido, que sentía como su corazón se saltaba un latido al contemplarle. ¿Se había sentido así al conocerle? Medusa apartó con cuidado su flequillo rebelde para verle mejor mientras meditaba. Desde luego le había parecido muy guapo, pero su pecho no había saltado de aquella manera antes.
Bajó de la cama con cuidado y corrió en silencio las cortinas de su habitación para que la luz no le molestase. Poseidón se removió entonces, llamando la atención de Medusa. Se acercó en silencio a la cama de nuevo, y ahogó una pequeña risa llevándose la mano a la boca. El dios de los mares había extendido sus brazos buscándola, con un mohín demasiado gracioso en sus labios.
Aún dormido, encontró una de las almohadas y la apretó contra su pecho. Entonces volvió a quedarse quieto y su respiración se regularizó de nuevo.
Medusa salió en silencio de la habitación, cerrando la puerta tras ella. Una hermosa sonrisa se había pegado a sus labios, la cual se borró cuando se dio cuenta de sus hermanas la esperaban en el pasillo. Ambas tenían la ceja arqueada y cruzaban sus brazos con una mirada interrogante.
Las tres se miraron en silencio durante unos segundos. Medusa no necesitaba mirarse a un espejo para saber que estaba completamente roja. Esteno tenía una expresión que casi podría haber sido de diversión, y Euríale parecía estar tan confusa como un cactus en el fondo del mar.
Medusa fue a decir algo, pero justo en ese momento la voz adormilada de Poseidón salió de su dormitorio:
−Mmmmm... No quiero un gato...
Sus hermanas estallaron entonces en carcajadas incontrolables. El ruido debió de despertarle, porque unos segundos después la puerta se abría. El dios de los mares se veía francamente recién despertado. Sus ojos aún no se abrían del todo y su pelo era una maraña de rizos incontrolados. La marca inconfundible de la almohada cruzaba su mejilla izquierda.
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GORGONA
RomanceHace milenios fue maldecida con el don de la muerte. Hoy día, aquello queda muy atrás. Medusa se ha abierto paso por la vida, sola, durante más tiempo del que recuerda. La maldición de Atenea ha sido un peso más grande que el mismo mundo. Su odio po...