6. Magnar nos sorprende

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La clase de adivinación no estuvo tan... mal. Decidí prestar atención porque realmente necesitaba saber usar una bola de cristal. Esa noche intentaría ver lo que mis ojos no habían podido en el cementerio.

Las clases no terminaban nunca. Luego de la de adivinación, Clover me hizo ir a la de conjuros. Por suerte, esa era la última. Mi cerebro ya no podía más, existía demasiada información en él, consecuencia de prestar atención en lugar de hacerle trencitas a Magnar en el cabello.

Me lancé en mi cama, aún desordenada, con un sonoro resoplido.

—Ya no quiero nada. Me voy a quedar con los zombis y permitiré que me expulsen. Prestar atención es agotador. Mejor me voy a vivir a las cascadas y me llevo a los zombis conmigo para que me cuiden. Quizás le pida empleo al tío de Magnar.

Clover me lanzó una mirada por encima del hombro que no logré descifrar. Estaba de pie frente a su armario, buscando algo cómodo para adentrarse en la parte sur de Wicked Falls. No podía ir, bajo ninguna circunstancia, con el vestido que llevaba puesto. Porque íbamos a correr, y eso sería incómodo.

Pues era la zona del pueblo donde se encontraban la mayoría de criaturas mágicas, en especial duendecillos traviesos que podían dejarte sin una prenda si te descuidabas un segundo. Había que estar con ojos en todos lados si no querías salir desnudo de allí, a los duendes les gustaba robar, y lo hacían en un parpadeo. Algunos de ellos, los más decentes, negociaban: el trato consistía en devolverte algo que ya era tuyo por otra cosa tuya que les gustara más, sobretodo si esta brillaba.

Me incorporé en la cama y comencé a quitarme los anillos que cubrían la mayoría de mis dedos, dejándolos en la mesa de noche que estaba al lado de mi cama. Me gustaba llevarlos, me sentía desnuda sin ellos. Pero precisamente porque los amaba, no iba a dejar que algún duende me los quitara.

Le había observado las manos a Clover en la clase de adivinación mientras intentaba practicar su clarividencia y había notado que llevaba un anillo de plata en el dedo medio, se enrollaba en él en forma de serpiente. Supuse enseguida que era su forma de llevar el símbolo de su familia sin que fuera anticuado.

—Deberías quitártelo —dije, señalando el anillo—. Un trasgo puede quitarte eso de ahí sin que te des cuenta.

Ella se miró la mano derecha y luego la apretó en un puño, sus ojos azules se oscurecieron de pronto.

—No me gusta quitármelo. Es importante.

—Ya —dije, asintiendo, pues era obvio que se trataba de un tema sensible para ella. Y aún así fue capaz de decirme que destruyera mi daga porque en la magia se tenían que hacer sacrificios. Ya quería verla a ella destruyendo su anillo—. Pues si es importante no querrás que te lo roben.

Me puse de pie y fui hasta mi armario, agarré una chaqueta negra y me la puse, cerrándola en el frente y pasando a su lado antes de llegar a la puerta.

Cogí el pomo y me volví hacia ella, su expresión se había llenado de tristeza y me sentí mal por hablarle de esa forma.

—Escucha, Clover, fue solo un consejo. Sé lo que es tener algo tan preciado que no quieres separarte de eso en ningún momento. También sé que no has salido lo suficiente de la academia como para conocer los peligros a los que te puedes enfrentar ahí fuera, así que entenderé si no quieres venir con nosotros.

—¿Nos dejarán salir así como así? —dijo ella, con la voz muy bajita.

Cambié el peso de un pie a otro.

—El toque de queda no es hasta las ocho.

Ella asintió, apretando un suéter de lana rosa entre sus manos.

Bibidi, Babidi ¡Ups! Where stories live. Discover now