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2021

Mimi caminaba desganada por las oscuras calles de Madrid. Llevaba dos noches sin dormir y juraría que la mayor parte del tiempo se lo había pasado llorando y tampoco es que hubiera comido demasiado. Lo que si había hecho era fumar y de manera compulsiva.

Había tenido una discusión tan fuerte con sus bailarinas, que incluso tuvieron que poner en pause los proyectos que estaban llevando a cabo. Intentó buscar ayuda en Ricky, pero al poco tiempo de iniciar la conversación la echó de su casa, bastante enfadado y alegando que no lo había hecho bien y que esa no era la Mimi que él conocía.

Por lo que solo le quedaba ella. A penas se habían visto un par de veces en la última semana dado que ambas estaban demasiado liadas con sus proyectos, pero seguían hablando diariamente. La granadina había intentado que no se diera cuenta de su estado a través de los mensajes que se enviaban, aunque finalmente había tomado le decisión de presentarse en su casa. Se sentía muy culpable y necesitaba un hombro en el que llorar, algo de consuelo y consejos, muchos consejos.

Apenas le quedaban unas calles para llegar a casa de la menor cuando sintió su móvil vibrar en el bolsillo de su abrigo. Ni siquiera se molestó en mirar de quién se trataba, sabía que era su madre y después de todo lo que le había echado en cara la última vez que mantuvieron una conversación se negaba a cogerle el teléfono, no quería soltarle cosas de las que luego se pudiera arrepentir. Ya tenía suficiente con haber perdido a cinco de sus pilares fundamentales.

Justo cuando estaba a punto de pulsar el timbre un vecino, al cual conocía, salía del portal, por lo que cuando la dejó pasar se lo agradeció con la mayor sonrisa que pudo sacar en ese momento.

Mientras se encontraba en el ascensor no tuvo valor ni para mirarse en el espejo, sabía que su aspecto dejaba mucho que desear y ni siquiera quería verlo, estaba segura de que lucía demacrada.

Se tomó esos escasos minutos de subida para reflexionar en todo lo que le iba a confesar a la gallega. No era justo presentarse en su casa a esas horas y no contarle lo que le ocurría. Sabía que le iba a ser imposible no echarse a llorar durante la conversación, no solo era la pelea que había tenido con las lolas, Ricky e incluso con su madre, era el motivo que había desencadenado todo eso.

Miriam, por su parte, hacía una media hora que había llegado a su casa después de un largo día en el estudio. Nada más entrar por la puerta pidió comida a uno de sus restaurantes favoritos, para seguidamente darse una ducha rápida.

Llevaba unos minutos sentada en el sofá con Lola sobre su regazo, cuando de pronto sonó el timbre. Supuso que sería el repartido, por lo que despachó a la gata de su regazo y se dispuso a abrir la puerta.

Lo que no esperaba era encontrarse a una Mimi completamente rota tras la puerta. Tenía los ojos rojos de haber estado llorando, bajo estos unas marcadas ojeras decoraban su cara y su expresión era triste, no era la Mimi de siempre.

Era cierto que en los dos últimos días no se habían visto, pero la gallega no se imaginaba para nada que estuviese en una mala situación, simplemente ambas tenían demasiado trabajo.

—¿Mimi? — preguntó extrañada la menor.

—Miriam. — musitó la otra en apenas un susurro, sentía que en cualquier momento rompería a llorar — Puedo... Esto... ¿Puedo pasar?

Miriam se limitó a asentir y apartarse de la puerta para dejar paso a la granadina. Esta, se adentró en el piso pero no supo muy bien qué hacer, hasta que la menor tiró de su brazo hasta el salón. Allí, por fin, se dejó caer sobre el sofá y permaneció en silencio, tampoco sabía cómo empezar.

Podrás contar conmigo // Miriam²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora