Capítulo 3: Vigilancia

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—General El-Hurr, ha llegado un mensajero que le busca.

Tan pronto como me lo comunicó acudí al lugar donde se encontraba.
Cuando aquel hombre vestido de gris me vio, se acercó rápidamente hacia mí.

—¿Es usted El-Hurr? —me preguntó con cierto nerviosismo.

—Así es —respondí.

—El gobernador Ubaid Allah, hijo de Ziyad, me ha mandado para darte esta carta.

Abrí aquel pergamino del que me hizo entrega y, escrito en una tinta negra oscura, el mensaje rezaba así:

“Cuando esta carta te llegue y mi mensajero haya ido hacia ti, haz que Hussain se detenga en un lugar abierto y sin vegetación. He ordenado a mi emisario que se quede contigo y no te deje hasta que me traiga noticias de que has cumplido mis instrucciones. Saludos”.

No tenía palabras ante esto. ¿Un lugar árido? No tendríamos agua o recursos para alimentarnos. Hasta ahora habíamos parado en poblados o cerca de ríos, así que no entendí por qué debíamos parar en lugar semejante.
Tan solo tendría sentido si pensaban atacarnos o cercarnos. Todo esto me sonaba muy sospechoso y seguramente no era el único que lo pensaba.

Hussain estaba cerca, y necesitaba comunicarle lo que en la carta estaba escrito:

—Esta es una orden directa del gobernador. Me ha encomendado que te detenga en un lugar sugerido explícitamente. Este es el mensajero, quien ha sido ordenado que no me deje hasta que cumpla la orden requerida.

Antes de poder mostrarme su reacción, se levantó Yazid, hijo de Muhajir, uno de sus compañeros, y le dijo al mensajero:

—Que tu madre se prive de ti. ¡A qué asunto has llegado!

—He obedecido a mi líder y he sido fiel a mi promesa de lealtad —respondió.

—Has sido desobediente ante tu Señor y has obedecido a tu líder, provocando la destrucción de tu alma —prosiguió Yazid, acercándose al enviado—. Has adquirido la vergüenza eterna y el castigo de la gehena. ¡Qué líder tan malvado es el tuyo! Ciertamente Dios ha dicho: ‘Los hemos convertido en líderes que convocan al Fuego del Infierno y en el Día de la Resurrección no serán ayudados’. [28:41] Tu líder es uno de ellos.

Yazid se apartó de él y se fue a su tienda con el ceño fruncido. Hussain estaba en silencio, observando todo lo que acontecía.

Tocaba dejar Bani Qasr Muqatil. Me subí a mi caballo y en unos minutos ya estábamos todos galopando por el desierto de camino al destino que me había ordenado el gobernador. ¿Estaría haciendo lo correcto?

Esta vez no me preocupé por estar con mis hombres; en vez de eso quería observar de cerca al Imam.
Abrazado a Hussain por detrás estaba su hijo de apenas 18 años, Alí. Su apariencia, decían, se asemejaba a la del Profeta en todos los sentidos. Aquel joven desde luego era digno de ser el hijo de Hussain: tranquilo, humilde y valiente, características tan notorias de la Casa de nuestro Profeta.

Hussain, mirando hacia el horizonte sumido en sus pensamientos, repitió varias veces:

—A Dios pertenecemos y a Él volveremos. Alabado sea Dios, Señor de los mundos.

Alí levantó su mirada y preguntó:

—Papá, ¿por qué alabas a Dios y repites el verso de volver a él?

—Hijo mío, una vez me quedé dormido y se me apareció un jinete montado a caballo, que dijo: “Los hombres viajan y el destino viaja hacia ellos”. Entonces supe que eran nuestras propias almas las que nos anunciaban nuestra muerte.

—¿Acaso Dios te ve como malvado? ¿Es que no tenemos razón?

—En verdad la tenemos —respondió Hussain—. Lo juro por Aquel al que todos sus siervos volverán.

—Entonces no debemos sentir ninguna preocupación si vamos a morir con razón.

Podía apreciar cómo se le deformaba ligeramente la cara al Imam, y entre lágrimas dijo:

—Que Dios te garantice el mejor de los premios que un hijo puede conseguir por su comportamiento hacia su padre.

El resto del camino consistió en un silencio cubierto por el galope de caballos y camellos, hasta que encontré un lugar que coincidía con las características requeridas por Ubaid Allah: una zona árida, sin agua y sin poblados cerca.
Frené mi caballo y mis soldados también frenaron. Los compañeros de Hussain hicieron lo mismo. El Imam clavó su mirada en mí por unos segundos, hasta que dijo:

—Avergüénzate Hurr. Al menos déjanos frenar en Ninawa o Shufayya, que están cerca.

—Por Dios que no puedo hacerlo –respondí—, pues este hombre ha sido enviado como espía.

A mi izquierda apareció montado en su camello Zuhair, un compañero de Hussain. Pero no siempre fue su compañero. Es más, no hacía mucho no quería ni ver al Imam, aunque algo debió ocurrir para que al partir en Medina se divorciara de su mujer y se convirtiera en uno de los compañeros de máxima confianza de Hussain.

—Hijo del Apóstol de Dios —dijo, entrometiéndose en la conversación—, tan solo puedo pensar que, después de lo que has visto, la situación empeorará. Luchar contra esta gente ahora será más fácil para nosotros que pelear contra los que vendrán después de ellos. Porque después de ellos vendrá contra nosotros un número tal que no tendremos poder para luchar.

—No seré el que empiece a luchar contra ellos —respondió fríamente Hussain.

El sitio elegido era Karbala, el segundo día del mes de Muharram. Mientras, a unos kilómetros al este, Ubaid Allah había enviado a un hombre para llevar a cabo su retorcido plan.

El-Hurr: sombras descendentesTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang