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El palacio de Keto se encuentra en el centro del mar Diávolos y siempre ha sido el hogar de la realeza. Aunque los humanos tienen reyes y reinas en cada grieta de la tierra, el océano posee una sola gobernante. Una reina. Esta es mi madre, y un día lo seré yo.

Un día cercano. No es que mi madre sea demasiado vieja para gobernar. Aunque las sirenas vivamos cien años, después de algunas décadas dejamos de envejecer, y pronto los hijos lucen como sus madres y las madres como hermanas, y se hace difícil saber qué edad tiene alguien en realidad. Esta es otra razón por la que contamos con la tradición de los corazones: la edad de una sirena nunca está determinada por su rostro, sino por la cantidad de vidas que ha robado.

Esta es la primera vez que rompo esa tradición y mi madre está furiosa. Mirándome por encima del hombro, la Reina del Mar es tan tiránica. Para un extraño, podría parecer incluso infinita, como si su reinado nunca pudiera llegar a su fin. No parece que perderá su trono en unos cuantos años.

Como es costumbre, la Reina del Mar deja su corona una vez que reune sesenta corazones. Sé el número exacto que mi madre ha escondido en la bóveda bajo los jardines del palacio. Antes, los anunciaba cada año, orgullosa de su creciente colección. Pero dejó de proclamarlos cuando alcanzó los cincuenta. Dejó de contar o, por lo menos, de decirle a la gente que lo hacía. Pero yo nunca me detuve. Cada año contaba los corazones de mi madre con la misma rigurosidad con la que sumaba los míos. Así puedo saber que solo le quedan tres años antes de que la corona sea mía.

  —¿Cuántos son ahora, Jimin? —pregunta la Reina del Mar, cerniéndose sobre mí.

De mala gana, inclino la cabeza. Dahyun se detiene a mis espaldas, y aunque no puedo verla, sé que está atenta.

—Dieciocho —respondo.

—Dieciocho —reflexiona la Reina del Mar—. Qué gracioso que tengas dieciocho corazones, cuando tu cumpleaños no es sino hasta dentro de dos semanas.

  —Lo sé, pero…

—Déjame decirte lo que yo sé —la reina se sienta en su trono de esqueleto—. Se suponía que debías llevar a tu prima para que obtuviera su decimoquinto corazón, y de alguna manera eso resultó ser demasiado difícil.

—No especialmente —digo—, sí la llevé.

—Y también tomaste algo para ti.

Sus tentáculos se extienden alrededor de mi cintura y me jalan hacia ella. En un instante, siento el crujido de mis costillas.

Cada reina comienza como sirena, y cuando la corona pasa a ella, su magia le roba las aletas y deja en su lugar poderosos tentáculos que mantienen la fuerza de los ejércitos. Se vuelve más calamar que pez, y con esa transformación viene la magia, inflexible y grandiosa. Suficiente para dar forma a los mares a su capricho. La Reina del Mar y la Bruja del Mar, ambas.

Nunca conocí a mi madre como sirena, pero no puedo imaginar que alguna vez se haya visto normal. Ella luce símbolos ancestrales y runas tatuadas en rojo sobre su estómago, que se extienden hasta sus pómulos gloriosamente tallados. Sus tentáculos son negros y escarlata y se difuminan como sangre derramada en tinta, y sus ojos hace mucho tiempo se convirtieron en rubíes. Incluso su corona es un magnífico tocado que termina en pico en los cuernos sobre su cabeza y fluye como extremidades por su espalda.

—No voy a cazar en mi cumpleaños para compensarlo —concedo sin aliento.

—Oh, pero sí lo harás —la reina acaricia su tridente negro. Un solo rubí, como sus ojos, brilla en medio de la lanza—. Porque hoy nunca sucedió. Porque nunca me desobedecerías ni menoscabarías mi autoridad de ninguna manera. ¿Lo harías, Jimin?

To Kill a Kingdom [YM]Where stories live. Discover now