La curiosidad mató al gato 1

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Sentía curiosidad.

Me moví con seguridad entre la gente hasta que encontré un hueco bien situado junto a la barra. Con un poco de esfuerzo conseguí hacerme oír sobre el volumen de la música y al poco tenía una copa bien cargada entre mis manos. Me bebí media de golpe, y con un gemido de satisfacción me volví en mi asiento hacia la sala, buscando entre los numerosos rostros, el humo y las variantes luces de colores. Tardé unos pocos minutos en localizarlo, al otro lado de la sala, y solo porque se había levantado de donde estaba con sus amigos para bailar.

Genuina curiosidad, una sensación que sentía por primera vez en años.

¿Pero quién podría culparme por ello? Me habían pagado mucho por este encargo, y cuando digo mucho es mucho. Demasiado, incluso para mí, acostumbrado a no mover un dedo por menos de 4 cifras. Mis clientes lo saben, y lo aceptan. Saben que soy bueno, el mejor, y la excelencia en el mundo en el que me muevo se paga. Son conocedores de que los resultados bien merecen la pena y, si consiguen tener el honor de reunirse conmigo, la mayoría paga hasta con gusto. Yo soy el que tiene la última palabra y negocio el precio según el caso, puesto que hace mucho que puedo permitirme elegir aceptar o no el encargo que se me presenta. Cuanto más complicado o enrevesado, más me gusta, por lo que si atraes mi atención soy todo tuyo.

Sí, se puede decir que disfruto de mi trabajo y que he hecho de él un arte.

Pero esta vez había sido diferente. Solo un nombre, una transferencia de mucha pasta y libertad para hacer el trabajo como desease, con una única condición: no atraer la atención sobre él. ¿Quién podría haber previsto que esta forma de hacer las cosas sería la que me hiciese aceptar el encargo? O puede que por ese motivo lo hiciesen, es bien sabido que me gusta "jugar".

Una búsqueda rápida de mi objetivo en Google me dio un poco más de información. Era muy joven, el objetivo más joven que había tenido hasta el momento, segundo hijo del dueño, ya fallecido, de una empresa de gestión y seguridad informática creada a mediados de los 80 por su hermano y él, Derek y Johan Wolfard.

Tras la muerte de su padre el control total de la compañía había pasado a manos de su tío, liderándola con una junta directiva de la que en esos momentos formaban parte su hermano y su prima. A él no parecía interesarle el negocio familiar. La herencia millonaria se repartió entre su tío, su hermano mayor y él cuando llegó a la mayoría de edad.

Apenas había fotos suyas en la red, y las que pude encontrar eran de lejos o desenfocadas, saliendo de locales de moda o subiéndose a coches de lujo o, por el contrario, un rostro entre cientos, serio, en reuniones y cenas benéficas. No pude evitar sonreír. Veinteañero, millonario y sin redes sociales. «Seguro que tienen buena gente en nómina para tapar escándalos».

Entre las instantáneas encontré una en blanco y negro que me llamó la atención. Era una foto antigua de la familia en el entierro de su padre y madrastra, fallecidos en un extraño incendio en su cabaña de veraneo. Observé con curiosidad la foto y me centré en el muchacho de rostro serio y mirada esquiva de la derecha. Era el de menor edad de los tres jóvenes que salían en la foto, dos chicos y una chica (su hermano y su prima posiblemente). Miré la fecha. La instantánea se había tomado hacía 6 años, por lo que debía de tener 15 o 16. Y aunque aún tenía los rasgos algo redondos que da la adolescencia y una postura desgarbada, ya se podían apreciar en él detalles de que iba a ser un chico guapo y atractivo.

Alcé la mirada sobre mi copa y ahí estaba él, el mismo chico en carne y hueso. Le observé mientras bailaba. Se contoneaba en medio de la pista con los ojos cerrados, ausente. Largos mechones de pelo de un color poco natural flotaban ante su rostro, rubios cenicientos con toques de colores cuyos pigmentos habían ido desapareciendo con los lavados y que se iluminaban bajo las luces negras. Los apartaba de vez en cuando, de forma distraída, cuando se le pegaban a la piel por el sudor o en los húmedos labios entreabiertos, con unos largos dedos llenos de anillos.

La curiosidad mató al gatoWhere stories live. Discover now