Capítulo 3

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Más que un par de días, que fue lo que Sergio había propuesto al principio, parecieron un par de décadas por todo lo que vivimos en esas semanas. Aquello de que él me esperara en la parada de autobuses por las mañanas, corriéramos para no llegar tarde a clases y luego nos fuéramos juntos de la misma manera a la salida se repitió al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente, y al que siguió después de ese, y así sucesivamente hasta que se volvió una rutina.

Yo, como había prometido, hacía lo posible para que él se adaptara por completo. Dejaba que me acompañara en los entrenamientos de los recreos, lo incluía en las conversaciones, le presentaba amigos cada vez que tenía la oportunidad y, en fin, todo lo que estaba a mi alcance. Todo eso pareció dar resultado, porque poco a poco él se volvió menos tímido y dejó de ser tan cauteloso y asustadizo como la primera vez en que nos habíamos visto, empezó a reír con nosotros, a bromear y todo lo demás.

Detalles sobre todo lo que había sido de su vida antes de llegar a la escuela, eso sí que jamás nos lo concedió, ni siquiera a Guillermo, a Steph o a mí (con quienes estaba la mayoría del tiempo y en quienes más confiaba). Pero eso a nosotros tampoco nos importaba demasiado. No tenía mucho objeto preguntarle cosas que no venían al caso, mucho menos con lo evidente que era que él no quería hablar de ellas.

Conforme fue pasando el tiempo, en lo que su personalidad se desenvolvía y la convivencia entre nosotros se hacía más frecuente, me fui dando cuenta de lo genial que podía llegar a ser Sergio. Tenía un excelente gusto por la música, una inteligencia de otro planeta (los profesores lo adoraban, aunque, claro, no más que a Steph) y, eso sí, lo más raro en él: una muy extraña aversión por las clases de Educación Física. No nos quería contar acerca del motivo, así que el asunto se nos hacía todavía más raro. Lo único que sabíamos al respecto era que cada semana nuestro compañero aparecía frente al entrenador con una excusa diferente.

Se había torcido el tobillo, la mano, se había dislocado la clavícula, y le dolía la cabeza, esas fueron las "razones" de las cuatro primeras semanas. A tal punto parecía perseguirlo la desgracia que, después de ese lapso de tiempo, el entrenador (al igual que toda la clase) empezó a sospechar que algo no andaba bien y, para desgracia de mi amigo, empezó a pedirle una justificación firmada por sus padres por cada falta.

Steph, Guillermo y yo hablamos con él a la salida ese mismo día, preguntándole si necesitaba que le ayudáramos en algo, si quería que intercediéramos por él ante sus padres o algo parecido. Para nuestra sorpresa, él solo nos pidió que no nos preocupáramos, que él se las arreglaría. Fue así como, a la semana siguiente, apareció ante el entrenador con la frente en alto y un papel firmado en la mano que decía, de manera bastante específica, que él padecía de problemas respiratorios y que por eso no podía arriesgarse a realizar cualquier tipo de ejercicio.

El entrenador miró a Sergio con recelo por un momento después de haber leído su justificación, pero después no le quedó de otra que dejarlo permanecer en las gradas, como siempre. Las notas que perdiera en las clases prácticas las compensaría con trabajos y no tendría que "poner su salud en riesgo".

En un descuido del entrenador, justo antes de que todos los demás nos reuniéramos en el campo para empezar la clase, pude echarle un vistazo a la nota de Sergio, que todavía estaba en su mano, y no pude evitar notar que la letra con la que había sido escrita era increíblemente parecida a la de él. No dije nada, me callé como un buen amigo y me escabullí fingiendo no haberme enterado. Solo se lo comenté a él a la hora de salida de ese mismo día, mientras los cuatro de siempre nos dirigíamos a la puerta entre la marea de estudiantes.

—¿Qué podía hacer? —resopló él en respuesta, sacudiéndose el pelo con nerviosismo—. No podía pedirles a mis padres que lo hicieran.

—¿Entonces sí lo hiciste tú? —preguntó Steph.

Del otro lado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora