Capítulo II

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Debía ser otra de sus pesadillas, las mismas que por años lo atormentaron en incontrolables insomnios; solo que esta vez se sentía tan real, jodidamente real.

¿Por qué? ¿Por qué hoy? ¿Por qué ahora? Estaba tan calmado, por primera vez sentía tranquilidad en esa casa llena de nostalgias sanguinarias. Se confió en la presencia de la hermosa peli plata, creyó que ella era la única que podía darle el hogar que no esperó y, cuando por fin logró esa felicidad, cuando por fin lograba abrirse de poco en poco, todo cayó como piedra sobre sus vulnerables emociones.

—¡No! — negaba una y otra vez con una desesperación, se negaba a creer que aquella mujer que vio ese día estaba en ese momento para atormentarlo. —Tu no deberías estar aquí. Y-Yo vi que... — soltó un quejido, su cabeza punzaba en recuerdos atorados queriendo atormentarlo. —Cuando tú... Ellos...

Elizabeth estaba preocupada, no soportaba verlo retorcerse en el dolor de sus memorias. La manera en que apretaba su cabeza en busca de aliviar el desorden era inmensurable que temía que en su desespero perdiera los estribos e hiciera algo de lo que pudiese arrepentirse.

—Meliodas cálmate, por favor. — Lo tomó por las mejillas viendo esos orbes verdes confusos en una capa de vidriosa que en cualquier momento pudiera romperse. —Tranquilo, tranquilo... — Apretó sus labios. Comenzaba a recordar porque odiaba las muestras de afecto, empezaba a odiar el contacto de cualquier persona cercana, aborrecía sentirse así nuevamente.

No podía...

La mujer de cabello plateado y ojos garzos simplemente tomó a la azabache de la muñeca para apartarla del ambiente, pero reacia intentó alejarse de su insistente agarre.

—Vete de aquí Briar, ya has hecho mucho daño aquí. ¿No pudiste dejar las cosas así? — La mujer gruño en bajo, solo era cuestión de minutos, y obtener algo de atención para poder dar a conocer porque fueron las cosas.

—Tu no intervengas Inés, son mis hijos. Solo quiero hablar con ellos —, pero estos no mostraban señales de querer escucharla siquiera. —Meliodas, Zeldris... — los aludidos simplemente se tensaron con el llamado de la mujer.

Gelda solo se aferró a su marido buscando protegerlo mientras Elizabeth solo dio la cara por el rubio que solo se mantenía alejado de todos.

—No señora, no permitiré que se acerque a ellos. — Interpuso entre ella y los llamados Demon, como si su hostilidad fuera una patente fuerza de voluntad que le gritaba no permitirle el paso; sin embargo, la curiosidad seguía ahí.

¿Por qué...? Una corta pregunta para variables diversas sin respuesta.

—Elizabeth, no te metas; por favor. — Habló en bajo el menor de ojos verdes. No era que le molestara que su cuñada decidiera intervenir, solo que creía que esa mujer no merecía ni recibir una palabra. Por otro lado, Briar pestañeo un par de veces al escuchar el nombre de esa joven.

—También has crecido pequeña Elizabeth... — Esto la dejó pasmada, pero no se detuvo a preguntar. —Perdóname, pero es un asunto familiar, no te incumbe. — Como cosa innecesaria, pasó de largo de Elizabeth para acercarse a los más bajos con un dolor en su pecho. —Por favor, escúchenme, tuve que irme para protegerme...

—¡Basta! No puedo escucharte más. — Esta vez espetó Meliodas. —No voy a creerte, nada de lo que digas va a convencerme. — Dos lágrimas resbalaron de sus orbes; sabía que era su culpa, pero ¿tanto como para experimentar por cuenta propia en el ser cruel que se convirtió el rubio?

—Meliodas, entiéndeme. Yo no podía estar con ustedes, no podía... — En vano intentó acercarse, más el blondo retrocedió en defensa.

—Aléjate Briar. — Estas dos palabras fueron la estaca en el pecho de la mujer; el rechazo de su propio hijo era algo que jamás se imaginó vivir ni sentir el desprecio de su mirada.

La Señora De Demon [2da Temporada] || MelizabethWhere stories live. Discover now