Todo el daño que hice alguna vez, no se lo hice a nadie más que a mí.
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📍Estado: actualizando, en proceso.
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09. ( ESPERANZA. ) | Iris povs.
La noche llegó siendo demasiado helada y mi ropa todavía estaba algo húmeda, por lo que el frío se sentía peor. Me había puesto una chaqueta que tenía en la mochila, era de un feo color naranja y que me quedaba grande, pero me había salvado de morir congelada muchas veces como ahora.
Estiré mis manos para que el fuego de la fogata las calentara y me abracé a mí misma, tiritando. Estaba escondida bajo una pequeña cueva de arbustos, a unos pasos de la laguna, en el mismo lugar donde había decidido quedarme. Sabía que si tuviese una casa estaría más cómoda, pero esos eran lujos que no podía tener.
Hacía un día o dos fue la última vez que vi a Negan y su ausencia se hacía notar causándome melancolía. Me gustaba la compañía; siempre estuve rodeada de personas y ahora estaba obligada a estar sola.
Logré quedarme dormida y, a la mañana siguiente, me despertó la lluvia golpeando sobre mi cara. Los arbustos sobre mi cabeza lograban cubrirme un poco pero igualmente algunas gotas se metían entre medio de las hojas y me mojaban. Me dolía la garganta al tragar, y la mayor parte de mi cuerpo estaba adolorido. Fantástico, Iris, te enfermaste.
Necesitaba buscar comida, algún abrigo de más y, si tenía mucha suerte, medicinas. Sólo esperaba que el resfrío fuese leve y no empezara con la fiebre, o estaría en problemas.
Cuando paró de llover sali de la cueva y trepé el barranco hacia arriba; fue mas difícil porque la lluvia hizo que todo fuese más resbaladizo y tardé más en poder llegar a la cima. Me sentía acalorada y me dolía el cuerpo, dos malas señales. Tenía que darme prisa. Luego de caminar en distintas direcciones salí del bosque y vi una especie de descampado en donde un autobús se encontraba estacionado y parecía estar abandonado. Las chances de encontrar algo útil allí eran bajas, pero igualmente me acerqué y abrí la puerta delantera. Dentro no se oían gruñidos pero mantuve el cuchillo en la mano por si acaso.
El pasillo del autobús estaba vacío y miré entre los asientos en busca de provisiones, desanimada de que no hubiese nada hasta que llegué a los últimos y vi una mochila. Por favor, que haya algo útil. Extendí mi mano para alcanzarla cuando una mujer apareció detrás del último asiento, apuntándome con un arma.
—No te muevas —me advirtió y dejé mi mano suspendida en el aire. La miré a la cara y al mismo tiempo nos reconocimos. —¿Iris?
—Amelia —dije, sorprendida. Un niño se asomó a su lado. —¡Milo! —exclamé y una sonrisa llenó mi rostro.
Amelia me abrazó, aliviada, y luego lo hizo el pequeño de unos ocho años. Nunca me habría esperado encontrarlos y eso me dio algo de esperanza.
—¿Hace cuánto están aquí? —les pregunté, apenas saliendo de mi asombro y sentándome en el asiento delante de ella, viendo en su dirección.
