XX. Complaciente

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¡Feliz 520!

Las RoyEd shipers entenderán.

Porque una promesa, es una promesa, estoy de vuelta para continuar y llegar hasta el final de esta historia.

El capítulo anterior, "Muñeca", ya tiene su correspondiente contenido. Antes de tomarme este tiempo, sólo le había puesto una imagen. Es importante leerlo antes que este capítulo para seguir con el hilo de la historia.

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La campaña de la Torre Mustang, que incluía: spots de radio, televisión, pantallas led y redes sociales; así como folletos, publicidad en revistas, periódicos, posters y enormes espectaculares distribuidos por toda Amestris; colocó al matrimonio Mustang en los primeros lugares como influyentes en ventas de los artículos que promocionaron de manera exclusiva el día de su boda.

Por encima de muchas celebridades, Mustang ya era embajador y portavoz de algunas cuantas marcas de prestigio, que también se vieron interesadas en Edith, más otras tantas empresas añadidas, que empezaron a enviar paquetes de regalos de los artículos interesados en que ella les promocionara: maquillaje, bolsos, zapatos, joyas, todo tipo de accesorios y ropa que a cualquier chica dejaría más que encantada, a Edward no le generaba ni un tipo de emoción.

Él jamás deseó ser una chica. Él nunca se sintió una mujer atrapada en el cuerpo equivocado. Él había llegado a travestirse por accidente y estaba obligándose a seguir haciéndolo, tan sólo para guardar las apariencias. Y aunque intentara mantener un perfil bajo, los eventos de Mustang y los compromisos con las agencias no se lo permitían. Tal y como le dijera antes su esposo, las cámaras la adoraban y se había hecho de una gran cantidad de fans, que como a Mustang, también le acosaban y perseguían a todas partes.

Menos mal que contaba con May, Ling y Lan Fan, quienes no descuidaban para nada su apariencia. Siempre le dejaban radiante cuando tenía que acompañar a Mustang a los eventos; en los cuales se mostraba feliz y sonriente al lado de su elegante y apuesto esposo.

Incluso en su propia casa, Edith tenía que cuidar su imagen con los modales y conductas propias de una esposa refinada; de una madre cariñosa y desvivida por sus pequeñas. Por lo que Mustang, siempre tenía que estar llamándole la atención ante sus posturas que, de manera descuidada, pudiesen revelar más de lo que había bajo sus ropas; como cuando jugaba con Madeline y Melissa, o cuando se empeñaba en realizar labores en la casa; que el magnate encontraba por demás innecesario, debido a que en la mansión había personal de sobra para todo eso.

Edward a veces se sentía triste con tantas restricciones, fingiendo ser quien no era; pero por sus hijas, por aquellas pequeñas que llenas de ilusión se aferraban a sus manos, mientras que en el jardín de infantes presumían a gritos que su madre era la mujer más bonita de todas, sacaba las fuerzas necesarias para seguir con todo ese teatro.

No obstante, de la intimidad no tenía queja. La llama del deseo nunca se apagaba, al menos no en Mustang, quien era realmente apasionado comiéndose cada rincón de su pequeño cuerpo; preparándole despacio, tocando su interior hasta hacerle llegar al clímax y esperando a que su cuerpo volviese a la normalidad después, en medio de besos y caricias suaves, mientras le miraba con su estúpida cara de enamorado.

Y aunque Edward siempre estuviese dispuesto y se mostrara complaciente, a veces su mente parecía estar en otra parte. Sobre todo cuando Mustang le penetraba y aquel cosquilleo que le recorría por dentro se prolongaba hasta su propio miembro, despertándole el deseo de penetrar también. Temblaba de excitación con la sola idea, esperando que Mustang algún día le permitiese hacer algo como eso. Porque cada día que pasaba admirando su rostro y su cuerpo, sentía que le deseaba más y más. Y no es que no lo hubiese intentado, pero siempre que le acariciaba el trasero o le daba vuelta, Mustang se volvía y le distraía con sus atenciones para impedir que las cosas tomasen ese rumbo.

Mi verdadero nombre es Edward IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora