Capítulo 37: No digas esa palabra

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 No sé cómo, pero me las ingenié para llegar corriendo a la casa de Scott Brown

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 No sé cómo, pero me las ingenié para llegar corriendo a la casa de Scott Brown.

Fui afortunado, porque todos se encontraban enfiestados y eso hizo que nadie se diera cuenta de que jadeaba, con los ojos aguados de tanto llorar y en completa soledad. Todavía seguía ebrio y con necesidad de más, así que sonreí al ver que, junto a la piscina, había una mesa repleta de bebidas alcohólicas. Me hice el loco, saludé a quienes reconocí en el camino y, una vez ahí, tomé un vaso cualquiera y me serví sin fijarme en qué le había puesto.

Mi urgencia de integrarme a un grupo era tal que me aproximé a la primera persona que identifiqué, y me le pegué como una sanguijuela. No sé si fue la ebriedad o algo así, pero ese chico disfrazado de momia se mostró entusiasta al integrarme al resto de sus amistades, que eran los del equipo de baloncesto, y no tardamos en meternos en la improvisada pista a bailar junto con un trío de chicas una repetitiva música electrónica.

Bajo mi ofuscada perspectiva, cada cosa se veía surrealista. Entre los disfraces de todo tipo, la decoración hecha de cartón y las luces neón. Me movía al ritmo de la música, fusionando mi cuerpo con una masa de personas que aún consideraba desconocidos y me permitía hipnotizarme con el espectáculo de luminaria. Era tanta mi enajenación y el ruido, que ignoré que mi teléfono vibraba en los bolsillos de mis vaqueros.

No obstante, jugar a hacerse el divertido y fingir que algo nunca pasó cuando por dentro estás roto es una maniobra efímera. La noche comenzaba a envejecer, y con eso las reservas de alcohol se agotaban, lo que implicaba que mi estado mental pronto volvería al usual y sería de nuevo consciente de mis actos.

Como una bala en la cabeza, el peso de todo lo que había hecho se estampó en mi sien, y pronto tuve una necesidad enfermiza de soltarme a llorar. Sin avisarle a nadie, me escabullí en medio de la multitud atarantada y entré en la casa. Lo primero que me encontré fue a Megan comiéndose a besos con un tipo que en mi vida había visto.

De ser menos sentimental, me hubiese interpuesto entre los dos, haciendo el papel de hermano celoso; no obstante, pasé de ellos y busqué con urgencia un baño. Di con este gracias a una joven disfrazada de pirata que salió de una puerta en la esquina; tenía empapado el rostro y se limpiaba la boca, clara señal de que había vomitado. Importándome poco lo que podría encontrar, entré en el servicio y abrí la llave para mojarme la cara, con la intención de ocultar mis lágrimas.

Solté un grito silencioso, me di un par de palmadas en el rostro y casi me ahogué con el líquido que salía del lavabo. Cuando no pude más, alcé la cabeza, miré mi reflejo en el cristal del espejo y me encontré con que el maquillaje emo había desaparecido; solo quedaba un poco de delineador negro, que hacía ver mis ojos azules como los de un ojeroso vagabundo.

Tomé una gran bocanada de aire y me obligué a detener mi llanto. Un poco más y casi le grité a mi reflejo para que lo hiciera.

Un fuerte golpeteo me sacó del trance en el que estaba. No quería causar problemas, así que salí con celeridad del baño, permitiéndole la entrada a la próxima persona que quería vomitar.

La obra de un artista fugitivo | ✅ |Where stories live. Discover now