Punición divina

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El cielo se tornó negro y la tierra tembló violentamente, en un terremoto sin fin y el advenimiento de una tormenta que se anunciaba como inacabable

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El cielo se tornó negro y la tierra tembló violentamente, en un terremoto sin fin y el advenimiento de una tormenta que se anunciaba como inacabable.

Al principio, fue difícil comprender la razón de los cambios que sumieron a aquella civilización en una profunda oscuridad que pretendía engullir la propia vida y la misma muerte, pero, con el tiempo, todo cobró sentido para aquellos humanos desesperados por volver a ver a Ra, oculto ahora tras densas y tétricas nubes que no cesaban de descargar el dolor que todo el reino sentía, con una intensidad y furia desmedidas.

Nut se hundió en la depresión y la sed de venganza, llevando con ella la negrura. Sus lágrimas caían sin cesar sobre Egipto, en una lluvia infinita, mientras que sus gritos resonaban cruzando el cielo en un concierto de luces y sonidos descorazonadores. Simultáneamente, Geb tembló llevado por la ira y todo se desmoronó bajo los pies de los hombres, agrietándose el suelo en grandes aberturas por las cuales caían quienes apoyaban al traidor y de donde brotaba lava tan roja como las llamas del infierno. A aquellas alturas, ya no sabían si era peor el inframundo o las tierras sobre las que Ra ya no podía iluminar, pues Nut se lo impedía. Tenían cuentas pendientes y ella no pensaba permitirle brillar para nadie hasta que la venganza fuese completada: Seth debía morir como punición por el delito que cometió contra Osiris.

No solamente Nut y Geb sufrían y se lamentaban, también lo hacían Isis, Neftis y aquellos ahora apocados humanos que adoraban al Dios de la agricultura que tanto había hecho por ellos. No sabían qué hacer, pues querían recuperar a Osiris, pero Seth, un ser dominado por la maldad y la envidia, no estaba solo y sus respaldos eran, cuanto menos, demasiado poderosos como para no sentir miedo.

«No temáis, yo estaré de vuestro lado», anunció Nut. «Tampoco estoy sola; Geb, Hep, Isis, Neftis, Anubis y muchos más lucharemos hasta vengar el asesinato y la profanación al cuerpo de Osiris. Si estáis con nosotros, no debéis temer», sentenció con su voz resonando sobre la humanidad atemorizada.

A pesar de cómo acontecían las cosas, fueron indulgentes con quienes no quisieron apoyarles, comprendiendo que aquella era lucha de dioses y no de simples humanos.

Isis lideró la búsqueda de cada uno de los fragmentos pertenecientes al cuerpo de Osiris, confiando únicamente en Neftis y Anubis para ayudarla en aquella secreta misión. Su dirección era un secreto; si un mínimo de información salía a la luz, era más que seguro que los apoyos de Seth y el ejército organizado por Ra desde las sombras a las que Nut lo tenía relegado se interpondrían en su tarea y las cosas empeorarían.

Seth, sediento y cegado por su afán de tenerlo todo, había hecho lo imposible por eliminar cualquier vestigio del que una vez fue su hermano. Aquel que todo había tenido; un buen título, buena posición, la adoración de la muchedumbre, un lugar para vivir próspero y enriquecido, y a Isis. ¡Oh, cuánto había envidiado a aquel primogénito! Solamente por eso, lo tenía todo. Y él, ¡nada! No lo adoraban, no le rezaban ni agradecían, nadie le esperaba y su esposa le detestaba, aunque eso le diese igual pues él, desde el primer instante, quiso a la otra de sus hermanas. ¡Pero fue para el detestable Osiris! Aquel endemoniado tenía lo que debía ser suyo y no dudó en arrebatárselo, matándolo y destruyéndolo después para asegurarse el trono.

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