3. Siete males

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CAPÍTULO 3

4 de enero de 2018.
10:30 a.m

EIDER.

Baje las escaleras a pasos rápidos.
Odié en ese instante no haber podido dormir en toda la noche. Sentía mi cabeza dar vueltas junto a la insoportable pesadez del insomnio.

── ¡Llegarás tarde, Eider! ──la voz de papá llegó a mis oídos.

Busqué mi mochila en algún lugar perdido de la sala y me observé en el pequeño espejo que adornaba una pared de esta. Mi cabello negro estaba completamente enmarañado y mis ojeras pronunciadas lograban preocupar gracias a la piel pálida que hoy lucia más cansina de lo habitual.

Algunos pasos se oyeron salir desde la cocina, robando mi triste escaneo en el reflejo, desvié la mirada y la enfoqué en mi padre, quien se encontraba observándome con una media sonrisa. Se acercó hasta mi lugar para despeinar mi cabello de una forma gentil, de esa forma que él solía hacer desde que tenía noción. Observé su rostro con alguna que otra arruga que le hacían juego a sus años.

──Debo irme a trabajar──habló, luego de unos segundos── ¿Te doy un aventón?

Lo pensé unos segundos. Él trabajaba muy lejos del pueblo, para ser más exacta, a las afueras de Balcanes. Siempre insistía en acompañarme, pero nunca lo dejaba; abusar de su tiempo era algo que estaba fuera de mis planes,

──Te he dicho mil veces que no. Además...──me detuve un segundo, apreciando el reloj en la pared, marcando las siete de la mañana ── estás llegando un poco tarde ── le sonreí para luego besar su mejilla──. Debo irme si me quiero apresurar, y creo que tú también deberías de salir ahora.

Negó de forma sutil y suave su cabeza. Ese gesto que marcaba el hecho de que yo no tenía remedio. ── Está bien──dijo, rendido──. Ten cuidado, Eider. Te amo.

──Te amo, papá.

Sin más, salí de allí lo más rápido que pude y el frío azotó mi rostro. Me abracé a mí misma y comencé a caminar.

Observé hacía todos lados. El vecindario estaba un tanto silencioso con aquél ligero olor a humedad y la neblina visible del día que aún no llegaba; para ser las siete de la mañana, seguía demasiado obscuro... como una noche que nunca se iba. Y, eso era algo que caracterizaba mucho a Balcanes: pueblo pequeño y extrañamente muy lóbrego de gente reservada y distante.

Mientras daba el fugaz escaneo, a la distancia pude visualizar el caminillo de ramas aplastadas que daban el paso al colegio. Siempre optaba por ese estrecho camino, era el atajo más rápido y cercano hacia el lugar, y uno que, al paso del tiempo, le logré coger costumbre. No bastaron ni veinte pasos para apreciar a lo lejos los grandes muros de Garden. Al adentrarme, los pequeños pinos y arbustos llenaron mi campo de visión al igual que las bancas de cemento que se encontraban vacías como el resto del patio. Aquello no me sorprendía, estaba llegando varios minutos tarde y algo que le enervaba a la profesora de literatura era la impuntualidad.

Entré al instituto y sin titubear o pensar en el regaño de aquella profesora, subí las escaleras. Me estacioné enfrente de una puerta de mármol, al lado de esta se posaba un pequeño cartel de madera que detonaba mi cursado.

Tomé un poco de aire y di tres suaves golpes a la puerta. Desde allí, podía escuchar como la voz de la profesora retumbaba entre las paredes.

── ¡Pase! ──oí decir luego de unos segundos.

Abrí la puerta frente a mí y las miradas me pincharon tal cual una aguja a un inofensivo globo. Los ojos verdes de Adriana, mi profesora de literatura, me observaron curiosos. ──Un poco tarde, señorita Zervas.──frustrante, suspiró.

Sombrío© ✔ (EDITANDO)Where stories live. Discover now