3 | From Hollywood to Broadway

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💐 JESS 💐

Supe que estaba en problemas en cuanto lo vi.

Mi primer instinto fue salir corriendo, pero por alguna razón terminé haciendo lo opuesto y me acerqué a él con cada palabra, cada paso, y cada momento escandaloso.

Debería haberlo visto venir.

Yo no tenía suerte. Nunca la tuve. Ni por un segundo en mis lamentables años de vida.

Jamás gané nada. Por más que no podía evitar emocionarme por la mínima cosa buena que me sucedía, eran muy pocas e intentar ver el lado positivo no funcionaba tan bien después de la milésima vez que fallabas.

Los días malos superaban con creces a los buenos.

Yo era la persona que siempre veías que llegaba tarde porque perdía el autobús, a la que los ladrones escogían para robarle, aunque probablemente necesitaba el dinero más que ellos, la que se tropezaba con todo, a la que le aparecía acné en un día importante, y la que salía en un día soleado y a mitad del camino se desataba una tormenta que acababa empapándola y dándole un resfriado espantoso.

Nada me salía bien. Era la única regla que resumía mi existencia ordinaria.

Siempre que participaba en un juego o en una apuesta, perdía sin importar si me esforzaba o todas las cartas estaban a mi favor. Sucedía algo que lo estropeaba y terminaba en la ruina en cada ocasión.

Incluso si ganaba la lotería, sería capaz de perder el boleto debido a que el universo me odiaba y quería asegurarse de que me pudriera en el fango.

En consecuencia, por supuesto que el reencuentro que venía deseando hacía un montón de tiempo y debería causarme pura alegría se vería contaminado por un embrollo casi inverosímil y haría que el estrés me comiera viva.

―Uh, esto me recuerda. Elisia, tengo que enseñarte algo en mi oficina. ¡Esto es tan divertido! ―exclamó Aledis antes de irse y pedirle a mi madre con un ademán que la acompañara y las dos se perdieran en uno de los muchos pasillos del apartamento.

Era muy fácil distinguir a mi mamá de la madre de Xove. Elisa tenía estatura baja, mejillas regordetas, cabello corto y solía vestirse igual que esas abuelas de la televisión que les preparaban galletas a sus nietos. Por el contrario, Aledis gozaba de portar pelo azabache y rizado, ojos grandes y marrones, ropa de estilo veraniego y a la moda, piel besada por el sol californiano y piernas largas como las de una modelo retirada. No importó. Les di la espalda, agarré un bollo de la mesa de bocadillos, y me lo comí de un bocado.

―Esto es el infierno.

Xove se puso a mi lado para contestar mi susurro.

―Al menos hay comida.

Mi estómago actuaba igual que una montaña rusa, una que no reflejaba el jolgorio de ir a un parque de diversiones.

―Lástima que no hay nada aquí que tenga maní ―protesté.

―Eres alérgica al maní.

Tuve que fingir que no me conmovió el hecho de que se acordara de eso.

―Lo sé. Pero así tendría una excusa decente para irme y no me molesta comer la gelatina del hospital.

―Vamos, no van a tenernos encerrados aquí por cuarenta y ocho horas.

―¿Has visto a nuestras madres?

―No puedo refutar eso ―bromeó él y fui muy consciente del hecho de que su voz se había vuelto más profunda y sexy―. Siempre fuiste más inteligente que yo.

VideturDonde viven las historias. Descúbrelo ahora