Capítulo 17

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Cuando volvemos a casa Luca está asomado por la ventana de mi dormitorio, la única que da al canal.

—¡Eh! ¿Qué se supone que haces ahí? ¡Sal de mi cuarto!

—¡Es tía Licia! ¡Ha vuelto!

Me levanto de un brinco, y la góndola se bambolea peligrosamente.

—¡Sienna! – grita mi madre - ¡Siéntate, por dios, vas a hacer que volquemos!

—¿La tía Licia? ¿La tía Licia ha vuelto?

Mi hermano, al notar la ansiedad en mi voz, grita:

—¡Ha estado aquí! ¡Nos ha traído regalos!

—¿Es que ya se ha marchado? ¿Tan pronto?

La góndola ya está rozando el muelle, y de un salto, antes de que Enzo pueda ayudarme, vuelvo a tierra firme. Lucrecia y mi madre se aferran a cada extremo de la embarcación, que vuelve a tambalearse peligrosamente de un lado a otro.

—Hace un rato.

—¿Ha dicho algo?

—Es tía Licia, Sienna, ha dicho muchas cosas... Pero me ha dicho que te diga que vayas a verla cuanto antes. Dice que tiene algo para ti.

Me recojo el vestido.

—Sienna.

Me vuelvo. Mi madre me observa con los brazos en jarras.

—¿A dónde se supone que vas?

—¿A dónde se supone que voy a ir? ¡A ver a tía Licia!

—¿Ahora? ¡Pero si la comida debe estar ya casi lista!

—No importa, comeré cuando vuelva.

—¿Sola? ¿Cómo si no tuvieras familia?

—Exacto, sola, como si no tuviera familia.

Mi madre dibuja un mohín. Que sea la hora de la comida es solo una excusa. Una excusa muy pobre, si me lo permitís. Si fuera de noche, el pretexto sería que es demasiado tarde. Que es peligroso. Que ni hablar iba a internarme por las calles de Venecia, ¡y en carnaval, encima! Pero si fueran las seis, se inventaría cualquier otra justificación tonta con la única finalidad de que no fuese a ver a tía Licia.

—Lucrecia, ¿quieres venir?

Lucrecia mira a mi madre, que se alisa el vestido con mala cara pero sin decir nada. Jamás se critica a la familia delante del servicio, aunque todo el mundo sepa que la señora Fanucci (mi madre) no soporta a la otra señora Fanucci (mi tía, hermana de mi padre, cuñada de mi madre). Y no solo me refiero al servicio, que tras tantos años de convivencia, es inevitable que escuchen alguna indiscreta conversación. Me refiero a la ciudad. A Venecia al completo. Todos conocen la difícil relación que las une.

—Lucrecia – la apremio -. ¿Vienes o no?

Hundiendo la cabeza entre los hombros, Lucrecia murmulla:

—Mejor no, Sienna.

—Como quieras.

Cuando ve que me alejo, alza tímidamente la voz y dice:

—¡Pero dila que iré a visitarla pronto!

Yo alzo la mano, moviendo los dedos y sin darme la vuelta, para hacerla saber que la he escuchado. Después camino junto al canal, cruzo el puente de la Fava, y miro hacia la casa. Pero Lucrecia y mi madre ya han entrado, y Enzo se afana en meter la góndola en el hangar.

SiennaWhere stories live. Discover now