CAPITULO 8

1.1K 25 0
                                    

La cena era tranquila. Su padre ya había contado las dos o tres cosillas que siempre solía contar, acerca del trabajo, del coche o de cualquier problema. Su madre, por su parte, lo mismo. Ahora atravesaban uno de esos breves silencios a la espera de nuevas expectativas. Estaba prohibido comer o cenar con la televisión puesta. Normas. Según ellos dos, cuando en una casa hablaba la televisión a la hora de estar todos juntos en torno a la mesa, la familia dejaba de comunicarse, porque era el mejor y el único momento para hacerlo. Ruth y el estaban de acuerdo, aunque solo fuese porque comer viendo los muertos del telediario era cada vez más triste y más lamentable.

Cuando terminase la carrera se iría a África con Médicos Sin Fronteras o con Médicos del Mundo.

Claro que eso no se lo había dicho a su madre aun.

-¿Cómo os enamorasteis? –formulo la pregunta en el momento preciso.

Karen detuvo la mano que sostenía el tenedor y no llego a meterse el pedazo de pescado en la boca.

-De eso hace veintisiete años. Ya no lo recuerdo –dijo su padre.

-¡Geoff! – reacciono su mujer, mirándole a él en lugar de a su hijo.

-Es broma, mujer –sonrió el cabeza de familia.

-¡Huy, huy! –Ruth le guiño un ojo.

Liam pasó de ella.

-¿Por qué quieres saberlo? –le pregunto Karen.

-Curiosidad –dijo con la mayor de las naturalidades.

-Hoy esta místico –apunto Ruth.

-No seas plasta –protesto Liam. Y dirigiéndose a sus padres insistió-: Venga, va, ¿Qué pasa, es un secreto? Solo sé que os conocisteis en una discoteca, nada más.

-Es que no hay mucho que contar –fingió indiferencia Karen.

-¿Recuerdas la película West Side Story? –menciono Geoff.

-Si.

-¿La escena del baile, cuando María y Tony se ven por primera vez y de pronto todo se desvanece, hasta la música menos ellos dos?

-Yo no lo recuerdo –dijo Ruth.

-Yo si –asintió Liam.

-Pues fue lo mismo –el rostro de su padre era dulce, cariñoso-. Vi a tu madre al otro lado de la pista y me gustó. Y ella me miro a mí, y lo mismo. No hablamos. Nos basto una mirada. Nos fuimos acercando, bailando, bailando..., y a los dos minutos estábamos uno frente al otro, dejándonos llevar por la música y sonriéndonos. Cuando acabamos de bailar fuimos a tomar un refresco a la barra, nos presentamos, hablamos..., y así hasta hoy.

-¡Amor a primera vista, que tierno! –puso cara de fingido éxtasis Ruth.

-Hija, que tú cambies de novio como de camisa no quiere decir que eso sea lo normal –le endilgo su madre.

-Mama –Ruth se puso combativa-, no sé antes, pero ahora los chicos son de usar y tirar. Ellos van a lo que van, y nosotras, finalmente y por suerte, hemos aprendido, y lo mismo. ¡Faltaría más!

-Eres menos romántica que el palo de una escoba –se burlo su padre.

-Pues mira, al palo de una escoba aun se le coge con las dos manos y se le abraza, es como si bailaras con él. Hay chicos que ni eso –no se corto un pelo la chica.

-¡Calla, calla! – Manifestó Karen plegando los labios-. ¡Parece mentira! ¡Cualquiera que te oiga...!

-¡Ay, futuros abueletes! –El tono de Ruth era de total sorna-. No, si no digo que no seáis encantadores, pero...

-Pero ¿Qué?

-Que no hay hombre como tú, papa. Eso es lo malo –se puso zalamera.

Liam ya no hablaba. Asistía a la escena mitad divertido, mitad feliz. Muchos de los padres de sus amigos y amigas estaban separados. Los suyos no. Y aun recordaban con ternura lo de aquella discoteca, veintisiete años antes. Le pareció una medida de tiempo abrumadora. Y todavía estaban siempre juntos, al margen del trabajo.

Si habían tenido una vida anterior, quizá también ellos...

Dios... ¿Qué estaba diciendo?

97 formas de decir ''te quiero''Where stories live. Discover now