III. Los brazos de un amante, los brazos de una madre

26 1 0
                                    

La Maediam Corail era una visión digna de ser pintada: el rostro reclinado en una mano perfecta, las mangas de finísima gasa que apenas velaban el bien torneado brazo, los hombros cubiertos por una multitud de pequeñas trenzas entretejidas con hilos de plata... Nadie habría desaprovechado la oportunidad de mirarla a placer, tanto como lo permitieran las formas. De hecho, cuando Caradhar acudió aquella mañana a sus departamentos privados, Nestro ya estaba allí, dedicado a tan agradable tarea. No iba a reprochárselo. A pesar de la diferencia de edad, él mismo encontraba a aquella elfa irresistible.

Cuando el dotado se hizo notar, al maestro de armas no le costó nada volver la cabeza y darle la bienvenida con una sonrisa complacida. A diferencia de su primer encuentro, el muchacho no interrumpía nada; su presencia duplicaba el número de cosas hermosas que disfrutar en la habitación.

—He aquí a tu pupilo, Nestro. —La dama señaló una silla al recién llegado—. ¿Sus habilidades marciales son dignas de tu maestría?

—Lo serán cuando termine con él, os lo garantizo. Aunque he de decir que no carece de cualidades innatas para blandir la espada. —Los ojos de Nestro chispearon. Caradhar entendió al punto que no se refería a ese tipo de espada.

—Celebro oírlo. Por mi parte, sospecho que todo cuanto hace es anhelar los laboratorios de Llia'res.

—Sobre eso no puedo hacer nada. ¿Es cierto, muchacho? ¿Prefieres rodearte de brebajes malolientes que... cruzar hojas conmigo?

—No alcanzo a ver para qué me servirá.

—Ya te ha sido explicado. Entre las obligaciones de la guardia personal del Maede está garantizar su seguridad.

—Garantizar su seguridad... Ni siquiera he sido llamado ante él. Además, sé que tiene otros dotados a su servicio que no han recibido mi mismo entrenamiento.

—Los nacidos y criados en la Casa no han de probar su lealtad. Sé paciente. Mi marido no es confiado ni amigo de pasearse en público, tendrás que aprender a ganarte su favor.

—Me sorprende que Llia'res aceptase dejar marchar al chico —terció Nestro—. Un pobre maestro de armas como yo es una cosa. Ahora bien, un dotado... Mi vaiam Corail es, sin duda, muy persuasiva.

—Por supuesto, mi hermano también está interesado en mantener una buena relación entre las dos Casas. No sé si me estás halagando o censurando. —Arqueó las cejas en fingido reproche. Aquel gesto tan familiar en ella se le antojó al aludido más atractivo que de costumbre, no supo por qué.

—Pongo mi cabeza a vuestra disposición si alguna vez me atrevo a censuraros, mi vaiam. —El maestro de armas la inclinó con exquisita cortesía—. Sabed que sería el último en criticar esta o cualquier otra decisión que hayáis tomado en el pasado.

Caradhar asistió al intercambio de frases con curiosidad. La deferencia inicial de Nestro a la Maediam estaba ahora entrelazada con pequeñas alusiones a la debilidad que sentía por el dotado, lo que empujó a este a preguntarse si sus actividades nocturnas no se habrían vuelto demasiado obvias. Al despedirse, Nestro hizo una nueva reverencia y se llevó la mano de la dama a la frente.

—¿Siempre de mi lado? —preguntó Corail.

—Siempre.

Haciendo gala de una gran audacia, el elfo la retuvo durante un lapso tan largo que escapaba al decoro.

Mientras se alejaban por el patio interior, el dotado rompió el silencio con una sencilla pregunta:

—¿Os acostáis con ella?

El aludido parpadeó, tomado por sorpresa. Costaba trabajo acostumbrarse al carácter tan crudo y directo del muchacho. Cuando reaccionó, decidió contraatacar con su mejor tono burlón.

El Don encadenadoWhere stories live. Discover now