X. Atravesados

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La curiosidad de la Maediam hacia el nuevo aprendiz no quedó satisfecha con una sola cita. Volvió a llamarlo pasada una semana y de nuevo al cabo de otros siete días. Conservar la fiereza de los inicios era extenuante para Caradhar, tanto más cuanto que él sí había perdido interés en la novedad. Un encuentro con la dama se desarrollaba igual que una dura sesión de entrenamiento con las armas: enfocar la ira, moverse rápido, golpear con fuerza. Y siempre con imágenes ominosas del pasado presidiendo sus pensamientos.

Durante esa temporada no recibió visitas de Sül. La sensación de vacío era tan extraña, después de todo ese contacto ininterrumpido, que empezó a llenar algún que otro momento recordándolo. Ciertamente, se asemejaba a Nestro en sus rasgos superficiales. Sin embargo... El maestro de armas había sido la estampa misma de la satisfacción: bromista, fácil de complacer, próximo, sin máscaras. Sül no se quedaba atrás en lengua ágil, pero parecía dispuesto a salir a correr en el momento en que alguien tratase de levantar un borde de su caperuza. Además, parecía disfrutar irritándolo con sus alusiones a Darial, cosa que intrigaba a Caradhar más que nada, pues, si era así, ¿por qué no se alegraba de perderlo de vista?

Y justo cuando se dio cuenta de que deseaba volver a verlo, irritante o no, el Sombra acudió con la misma sonrisa de antaño, el mismo tono ligero y esa particular manera de dejarse caer en el borde de la cama. Manteniendo las distancias.

—¡Eh, chico! Has estado muy ocupado, ¿eh? Diría que estás perdiendo peso otra vez. Debe ser todo ese sexo, tch, tch, menuda viciosa insaciable es la Maediam. ¿Algo nuevo?

—No he conseguido aún mantener una conversación larga con ella. —El despliegue de naturalidad tomó a Caradhar por sorpresa—. Solo la he visto otras dos veces. Ayer nos encontramos en su...

—Ya, detalles irrelevantes —lo cortó Sül, quizá demasiado rápido para mantener la fachada de despreocupación—. ¿Y en el laboratorio? ¿Hay progresos?

—Me propongo ser elegido para una expedición a Ummankor. Creo que nos haremos una idea más aproximada de lo que buscan allí si lo veo con mis propios ojos. Mi nivel es más avanzado de lo que creen; los humanos van al grano cuando entrenan aprendices, son menos formalistas.

—Ummankor es un lugar muy peligroso.

—Ya he estado antes. —Se encogió de hombros.

—No me convence el plan. Las cavernas son un entorno complicado y me las veré y me las desearé para cubrirte las espaldas. No siempre podré estar a tu lado.

—Estas últimas dos semanas no te ha costado gran cosa dejarme solo.

Sül se mordió la lengua. No quería decirle que no había dejado pasar ni un día sin venir a comprobar cómo estaba, a pesar de haber tenido que realizar otras tareas. Tampoco quería confesar cuánto le costaba encararlo con tanta desenvoltura. Decidió cambiar de tema.

—Pues yo tengo noticias impactantes, no he estado tocándome las pelotas. Escucha esto: el Sennim ha comunicado a los Maedai que planea casar a su única hija. La noticia no se ha hecho pública, pero unos oídos entrenados escuchan hasta en el silencio.

—No veo qué tiene eso de impactante.

El Sombra enarcó las puntiagudas cejas. A veces resultaba curioso el desconocimiento de los asuntos más comunes del que adolecía Caradhar.

—Te lo resumiré en dos partes. Primera: alguna de las Casas, con seguridad del primer círculo, sentará a un hijo junto al trono de Argailias. Eso supone un golpe para Arestinias porque, ya ves, no hay chavales por aquí. Segunda: ¿a qué viene correr tanto? La heredera del Sennim es aún joven, apenas tiene tetas. Nació ya en la madurez de sus padres y es muy improbable que tengan otro hijo a estas alturas. Si esperasen a su mayoría de edad, podrían tomarse con calma lo de buscarle un marido apropiado. Con toda esta prisa, en cambio, habrán de conformarse con el primer niñato que pillen. O bien alguien presiona al Sennim o hay algo más que no sabemos.

El Don encadenadoWhere stories live. Discover now