Prólogo

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Hacía años que no lo veía. Cuando el mundo era más pequeño y menos brillante, aunque igualmente caótico.

Ese día había ido a recibir al cartero que tocaba su puerta, pero había resultado extraño. Generalmente pasaba una vez al mes por las típicas cartas de cobranza. Esta era la segunda vez en el mes y él no había pedido nada. Le entregó un sobre rosa pálido, que tenía escrita su dirección en el dorso, con una letra grande y muy clara. La reconoció al instante, diez años había esperado por esa letra.

Conservaba cada escrito por ese puño, porque resultaban ser pocos. Su remitente no solía escribir demasiado, lo de él eran las palabras no escritas, el sentimiento implícito en una fotografía.

No se apuró en abrirla, quería contemplarla primero; olerla, porque tenía su olor, dulce y cítrico, extremadamente intenso sin llegar a empalagar. Ese aroma le traía más recuerdos de los que podía aguantar, pero menos de lo que esperaba. Al paso de los años, se tornaban borrosos, distantes, confusos, pero seguían existiendo en algún lugar de su corazón.

Decidió que debía leerla afuera, así que antes de llegar a la puerta de su casa, la rodeó por el pequeño camino de piedras y fue a sentarse al fondo del patio sobre un antiguo columpio móvil. Recordó que lo había comprado el mismo día en que le entregaron esa casa.

Se meció ligeramente y observó su paisaje; tantos recuerdos. Se habían decidido por esa casa porque notaron que el bosque que había detrás les resultaba mágico, porque el pequeño riachuelo que recorría su patio llenaba de más vida el lugar. Porque simplemente era perfecto, pequeño y acogedor.

Abrió la carta y leyó la primera frase: H, Hazz, Harry.

Respiro profundo. Solo él era capaz de producir un millar de emociones con tres palabras. Harry era capaz de escuchar el tono exacto del susurro que producían sus labios.

Lo intentó de nuevo: H, Hazz, Harry. Treinta años llevo susurrando tu nombre a las estrellas con el temor de que algún día pueda olvidarte...

La carta era corta, pero era tan intensa como solo Louis podía serlo. Le fue imposible no llorar. Lou siempre le producía emociones fuertes, por eso lo amaba, porque lo hacía sentir vivo, anhelante, siempre esperando por algo.

Tomó el sobre y noto que dentro había algo más; una foto, por supuesto. Era una puesta de sol en la playa. El crepúsculo capturado a la perfección. Era capaz de reconocer el lugar, sabía dónde estaba.

Y él lo estaría esperando.

Se devolvió por el camino de piedras, con la esperanza creciendo en su pecho. Abrió la puerta y recorrió el pasillo principal hacia el final donde se hallaba su pieza. Tomó lo necesario, armó un pequeño bolso y se fue. Sabiendo que no volvería o que volvería acompañado.

Con Louis nunca se sabía, y eso le encantaba. 

Aunque no estés, aún te sientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora