━ Entrada uno: Yamaguchi T.

172 17 29
                                    

❝ Obligo a que te olvide el pensamiento
Pues siempre estoy pensando en el ayer
Prefiero estar dormida que despierta
De tanto que me duele que no estés ❞
Amor Eterno (Rocío Durcal)

❝ Obligo a que te olvide el pensamientoPues siempre estoy pensando en el ayerPrefiero estar dormida que despiertaDe tanto que me duele que no estés ❞━ Amor Eterno (Rocío Durcal)

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

(Universo Alternativo)


Había un misterio guardado entre los dobleces marchitos de los párpados. El misterio gozaba de serlo. También intentaba pasar desapercibido como un virus escondido dentro de los pulmones. Los pulmones son intocables, al igual que los riñones y el hígado. Muy dentro suyo, Tadashi quería creer que era un virus, eso explicaría por qué últimamente estaba perdiendo tanto peso. Francamente no tenía mucha hambre pero su agente no cuestionaba para nada su falta de apetito porque Yamaguchi “siempre fue delgado” y ahí terminaba la discusión. Una que el pecoso no daba razón alguna para que empezara pero su madre estaba preocupada y no paraba de llamar.

Precisamente ese miércoles tenía que ser fatídico en llenarle el mente de ideas innecesarias. Se cumplían tres meses y sus párpados se oscurecían más.

¿Qué tenía que ver la fecha con la semana? ¿El tiempo con el silencio? ¿La oscuridad con la soledad? ¿El amor con el desasosiego? Nada. Antes no tenían nada que ver. Debían ser separadas cada una en sus casillas. Serían temas tabú por el resto de su vida.

Cosa que cambiaba al instante cuando en la madrugada se la pasó viendo una tras de otra en su galería. El preciado recuerdo de la histeria. Detrás de unos ojos inolvidables que francamente prefería olvidar. Nada ayudaba. Ni la música, ni las fotos, ni los paseos tras una cámara. Ni algún almuerzo que le compraron inesperadamente. Tampoco la cerveza, ni las llamadas de Hitoka. Creía fervientemente que la ropa nueva no le favorecía, así fuera de diferentes estilos, zapatos nuevos o un cambio drástico de look en su cabello. En esos últimos tres meses, nada de esos detalles eran suficientes para ocultar su triste mirada de las demás.

Lo que se encontraba Tadashi al verse en el espejo todos los días, era la perdición de su alegría. El llanto silencioso de las mañanas. Un rostro demacrado en agonía.

Por las noches los dientes chocaban entre sí. Un sonido tremendamente molesto, insufrible. Bebía agua con esmero, porque pensaba que eran parásitos. Y otra vez, hacía el esfuerzo sobrehumano de olvidar lo que alguna vez le hizo feliz.

Detestaba admitirlo. Pero era horrible meditar en el pasado.

No se ahogaba de manera incómoda. Pero se encontraba algo allí que le punzaba el estómago. Había sido feliz con él, eso lo tiene confirmado desde que pudo tocar sus dígitos por primera vez y las estrellas bailaron con los rayos del sol, el mar se cruzaba con el cielo y el brillo penetraba cada uno de sus cimientos. Su conciencia estaba tranquila porque sabe perfectamente que cada momento había dado todo de él mismo.

¿Por qué era tan difícil de olvidarlo? Era indescriptible la sensación del miedo que le acompañaba los mediodías cuando intentaba comer alguna migaja y sentía la directa mirada de todos. Empujaba la silla sea donde estuviese, analizaba sus alrededores y sabía, que nadie realmente lo estaba observando. Que el cielo seguía alumbrando. Que las personas seguían caminando. Los semáforos cambiaban de color. Los cubiertos sonaban calculadores. Y allí entraban de nuevo: las náuseas, el desapego, la avaricia que le impulsaba a tirar todo para lanzarse en el suelo en posición fetal y quitarse el cerebro.

Pero de repente, con un par de parpadeos. La realidad le abruma. Tiene el estómago revuelto. No puede ni ver la ensalada.

Eso era culpa del virus. Lo tenía demasiado claro. Le echaba la culpa al clima. Algo con lo que Yachi no estaba de acuerdo porque el verano era la mejor época del año. Pero ella tenía el presentimiento de que quizás el clima le sería desfavorable a su amigo así estuvieran en la asombrosa primavera.

Simplemente Tadashi no disfrutaba de sus mejores momentos. Era más que obvio.

Trabajaba, ganaba bien. Lo invitaron a una gala la última vez y conoció gente nueva. Algo tenía que ser la cura para no desear cosas imaginarias. Aquellas que eran un desenlace para sus sueños y que al despertar, no estaban allí. ¿Cómo podía ahogarse con la almohada? Alguien tenía que llevarse la culpa porque ni de broma él cometería suicidio.

Hitoka lo miró preocupante por la semejante oferta.

—Era broma –alzó las manos nervioso y se rió en la misma sintonía–.

—N-no es gracioso.

Carajo. Allí iba lo otro. Y es que no le gustaba dar explicaciones. Las preguntas similares al “¿Cómo estás?” le sacaban de sus casillas. Los hombros le temblaban. Se hacía el tonto y sus ojos se apartaban al cielo, soñando despierto.

Se lo toman muy en serio. Es decir, quizás él sí se quiere morir. Porque tiene una creencia, la que le deja pensando con la vista fija en algún punto de la pared. Esa es la siguiente: si se muere, podría estar cerca de él.

No era muy religioso. A veces fumaba un porro con Terushima cuando estaban a solas en cierto camerino. En algunas ocasiones, la idea del cielo salía disparada por los aires. Y aunque no era que permaneciera en sus cinco sentidos, la vista era encantadora si Yuuji soltaba humo fantasioso y escurría las ideas impredecibles de los dioses, los encuentros de las almas y un reino eterno.

Sacudía la cabeza. Terushima era un loco. Yamaguchi no era devoto. Y en definitiva debería tratar en dejar de pensar sobre éso.

¡Pero quién lo culpa! Deseaba dormir. No despertar si el mundo de los sueños era su único consuelo. El sufrimiento por la ausencia de su amorío. Aquel descarado periodista de ojos amarillos. Jamás lo comprobó por completo, pero los orbes claros de Tsukishima Kei combinaban con el sol, la luna, las estrellas. Semejantes a tener un brillo propio en la oscuridad. Labios finos. Cejas definidas. Cabello rubio, color cremoso. Un poste andante, tonificado. Jamás sonreía pero cuando lo hacía sinceramente, algo se encendía. Una vez fingió enojarse con él, escondiéndose entre la mini palmera que tiene en su apartamento, y cuando lo encontró, Kei sonreía estúpidamente lindo. Con esas gafas que le lucían demasiado bien.

Quién diría que un mes después de eso, recibiría la llamada. Trataría de pensar que era una broma mal pagada. Miraría la televisión y correría rumbo a la calle pensando que contrataron al elenco entero para jugarle una broma de camara escondida. Porque con esas cosas no se juegan, porque no debía de ser verdad.

No quiero escucharlo...

Tadashi-kun, es verdad. Tsukishima tuvo un accidente. Su hermano no estaba en el país –cuando el contrario gritó y amenazaba con colgar, tuvo que interrumpir rápido–. Deben reconocer el cuerpo y tú... eres el que estaba en su listado de emergencia.

Cuando despertó sudando y chocó con el suelo, su pecho ejercía presión por lo rápido que iba su corazón.

La pijama de diseñador estaba completamente empapada de sudor.

Sus dedos tiritaban del susto. La noche encaraba su habitación y al aprisionar su cabeza entre las manos, el llanto eufórico descarrilaba todas las sacudidas frenéticas de sus memorias. Porque con esas cosas no se juegan así sean verdad.

En ratos así, deseaba, así le vendiera su alma al villano de la película, que Tsukishima Kei estuviera con él. Que sus ojos estuvieran brillando solo para él, que le echara un chiste por haberse caído de la cama, que los sueños se hicieran realidad aunque sea por cortos segundos. Que permaneciera eternamente allí sin irse a ningún lado. Amándose, queriéndose. Solo ellos dos.

Maldito virus. No tenía suficiente con quitarle el hambre, sino también el sueño.

______________________________

Me gusta pensar en un universo alternativo
En qué Yamaguchi es modelo, Tsukishima periodista que ejerce como fotógrafo
a tiempo parcial y que se conocieron
en una sesión de fotos.

YoNoTePidoLaLuna.Mp3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora