XVII. Magia

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Jaemin está nervioso, ha sentido ese hormigueo durante todo el viaje en tren y más ahora que está arrimado a Jeno en el asiento trasero de un taxi camino al apartamento del señor Lee. Reconoce que aquel hormigueo se gestó apenas su hyung propuso la invitación a Seúl y se fue intensificando con el pasar de los días, a medida que procesaba que estaría un fin de semana entero con el chico que le gusta —y parte de su familia—.

Días atrás Irene y Renjun no dejaban de especular sobre las cosas que podrían pasar —Jaemin no les ha contado sobre el tema de los besos, lo máximo ha sido admitir que le gusta Jeno—, Seulgi, más directa y menos recatada, le había sugerido que llevara condones, algo que le hizo sonrojar de inmediato, para que su amiga ahogada en carcajadas dijera "es broma".

Honestamente, Jaemin no ha pensado en llevar protección para actividades que duda que ocurran, es decir, apenas se besaron —en vacaciones de verano, dos veces, pequeños y cortos dentro del mismo lapso de tiempo—, difícilmente van a dar esa especie de salto cuántico; ni siquiera se siente preparado para ello. Quizá Jeno tampoco.

Ha imaginado besos y esas manos grande sujetando sus caderas, pero no se ha aventurado a recrear fantasías en que toca entre sus piernas, sus mejillas vuelven a arder, en especial ahora que mira al chico pálido dormitar perezoso con la cabeza apoyada en su hombro.

Le pregunta bajito si duerme, el "mmh...no" le da a entender que está en tránsito al sueño.

Prefiere liberarse de expectativas y disfrutar lo que venga.

Disfruta de su aroma y lo cálida que es la cercanía.

Mira esto como una especie de recompensa de la vida al tiempo que quisieron a solas y no tuvieron, y que tal vez no tengan con tanta facilidad cuando nuevamente estén jugando a hacer calzar sus horarios.

Por un momento entiende cuando dicen que las personas enamoradas pueden pensar y actuar desde la estupidez, porque riendo se tienta en decirle a Jeno que deberían ganarse días de detención, así no hay excusas para una tarde juntos, para luego racionalmente responderse: "bueno, juntos si es que les toca en el mismo salón y no a solas, sino rodeado de personas, eso si el entrenador de Jeno hyung no cambia los días de detención por sábados u otro tipo de sanción".

En fin, mala idea, pero está riendo y se sacude tenue, tratando de reprimir el efecto de las carcajadas.

—¿Qué? —pregunta Jeno con la voz rasposa por el sueño.

Jaemin niega como queriendo decir "nada", porque de solo verbalizarlo en voz alta se siente tonto. No es necesario hablar más, el conductor se ha detenido y Jeno con movimientos lánguidos le entrega los billetes.

Cuando se bajan, destina un par de segundos para mirar hacia lo alto estimando la cantidad de pisos del edificio. El padre de su amigo vive en el décimo y sabe que esa sensación vertiginosa en su estómago no es por el ascensor, sino por los dedos que se enganchan a los suyos, Jeno le dedica una sonrisa suave que lo deshace por dentro.

Aquel gesto se ha vuelto recurrente. Esto de sujetar la mano del otro ocurre con frecuencia y Jaemin está lejísimos de querer quejarse —y si se queja es porque no quiere que Jeno lo suelte—. De hecho, durante el viaje, destinó largos minutos en un examen minucioso a los largos dedos ajenos. Trazaba sus yemas por ellos, delineaba la forma, escaneaba detalles como las prolijas uñas cortas y los cueritos que solía morder cuando estaba nervioso. Antes del partido del miércoles recuerda haber visto a su hyung mordisquear varias veces sus dedos con expresión concentrada.

Debe reconocer que mientras jugaba sujetando su índice, tuvo una de las imágenes más lindas de su año: mejillas rojas y sonrisa tímida.

Jeno se cohíbe con las muestras de afecto, pero a Jaemin le encanta cuando las empuja a salir y las cubre con miradas traviesas.

Punto Ciego. [Nomin]Where stories live. Discover now