03. SECRET FEELINGS

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"Vamos, Kagami, no es tan difícil." Insistió, sin si quiera despegar la vista de los exámenes que corregía. Yo me encontraba parada, intentando una y otra vez resolver un estúpido problema en la pizarra. Las clases extra con el señor Couffaine habían ayudado considerablemente a mejorar mis notas y mi humor. Por alguna razón, cuando ambos estábamos solos, actuaba más como un colega que como un profesor. Obviamente yo estaba encantada, puesto que tenerlo allí, para mí sola, me hacía sentirme maravillosamente especial. Incluso cuando me prestaba la mera atención como aquella tarde.

Intenté, nuevamente, resolver aquel problema en el que se planteaba una de las principales fundamentaciones de la física. Sin embargo, todo con respeto al señor Couffaine es complicado. Sus ejercicios, su actitud, sus actos... todo en él es tan difícil de entender. A veces me trataba de forma cálida, mientras que otras dejaba estrictamente claro que ambos éramos únicamente un profesor y una alumna. Hoy era uno de esos días.

"No puedo." Confesé de mala gana, mientras me cruzaba de brazos. Lo escuché suspirar a mis espaldas y podría jurar que había negado lentamente con la cabeza como lo hacía CADA VEZ que algo no me salía de primeras.

A continuación escuché como se reincorporaba y se acercaba a mí. De un momento para otro lo tenía a mi lado, observando el problema atentamente, como si no supiese la respuesta. Tendió su mano hacia mí, indicándome que le diera el fibrón. Lo hice, tocando su mano por un microsegundo, el cual fue suficiente como para que toda una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo.

Lo odiaba por hacerme sentir de esa forma. Es decir, no había persona más insoportable que el señor Couffaine; pero allí, los dos solos, era como si me olvidase de todo lo que me hacía sentir repelo hacia él. Me gustaba su compañía, me reconfortaba que me prestara atención... Y eran esos sentimientos las razones para odiarlo aún más.

Mientras que él desarrollaba el ejercicio de forma natural, yo lo observaba con determinación. Esta era nuestra quinta clase juntos y aún no me cansaba de mirarlo. Sus facciones físicas eran perfectas, no había nada de su cuerpo que me desagradara. Si tan solo fuera un poco más... valiente.

"¿Ves? Pan comido." Dijo, cruzándose de brazos mientras esbozaba una sonrisa triunfal. Rodé los ojos, pero solté una pequeña risita.

"Estoy harta de la física." Confesé, él me miró preocupado.

"¿Quieres irte a casa?" Preguntó, algo confundido. Recordé mi hogar y el infierno que se estaba viviendo allí. No, junto a él estaba más a gusto. Negué con la cabeza, antes de cubrir mi boca y evitar un descortés bostezo.

"Aún no quiero irme." El señor Couffaine sonrió y borró la pizarra, dándome la espalda.

"Entonces te pondré otro ejercicio." Me alerté. No quería seguir estudiando, ni quería irme a casa. —"¿Qué te apetece más: Cuántica o metódica?"— Negué rápidamente con la cabeza en lo que le confiscaba el fibrón. —"Ey, devuelve eso, Kagami."—  Sonrió él mientras tendía su mano hacia mí.

"Siendo franca, no quiero irme a casa, pero tampoco tengo energías para seguir resolviendo ejercicios." El suspiró, negando nuevamente la cabeza. Caminé por el salón y tomé asiento sobre una de las mesas, ignorando la mirada fulminante del señor Couffaine, quien detestaba que me sentara sobre ellas. —"Una vez me dijo que usted nunca fue un adolecente normal. ¿A qué se refería?"— Pregunté, intentando desviar su atención hacia mí. Lo logré, aunque su mirada expresaba algo de sorpresa e incomodidad.

"¿Por qué no quieres irte a casa, Kagami?" Preguntó él, cambiando hacia un tema delicado ahora para mí, haciendome entender que al igual que yo no quería hablar sobre mis problemas familiares, el no quería hablar sobre su pasado. Me preguntaba por qué.

"Está bien, ya entendí. Guardaré silencio" Dije, apoyando las manos detrás de mi espalda y soltando un largo suspiro. —"Solo quería que hablemos sobre algo además de la física teórica"— El señor Couffaine soltó tal carcajada que logró sobresaltarme.

"Física Cuántica, Kagami." Me corrigió, luego de parar de reír. Su risa era contagiosa y alegre, un lado totalmente diferente del hombre que yo conocía. Cuando su risa cesó, solo le rogué a mi cerebro que se volviera a equivocar con tal de volver a oírla.

"Lo que sea." Susurré con media sonrisa formándose en mis labios. Él sonrió y volvió a sus asuntos. Yo balanceaba las piernas y lo contemplaba; estaba tan hermosamente perfecto como siempre. Embobada por su belleza, ni si quiera noté cuando él comenzó a tomar sus cosas y a guardarlas en su maletín. —"¿Qué hace?"—  Pregunté, notando que faltaba casi media hora para que terminara nuestra clase privada.

"Te invito un café." Soltó de repente, acercándose a mí, maletín en mano. Nuevamente la perplejidad se apoderó de mi rostro.

"¿U-un café?" Pregunté, aún atónita. Él sintió, esbozando una sonrisa. ¿Qué estaba pasando? —"Esta bien."— Dije, poniéndome de pie para llegar hasta mi mochila y ubicarla sobre mi hombro.

No puedo decir que el señor Couffaine era un loco fiestero y drogadicto fuera de la escuela, pero su actitud era mucho más relajada. De camino a la cafetería, su comportamiento fue más bien el de un chico de veintidós años y no el de uno de cuarenta. Incluso no me regañó en cuanto le confesé mi nota había bajado en el examen de español.

Al llegar, nos sentamos en una mesa cerca de una ventana y nos pedimos un café con crema cada uno. Tuvimos una charla vacía, en la que comentábamos que por fin se acercaba la primavera y, por ende, el verano. Me preguntó si iría de vacaciones a algún lugar en específico y yo le respondí que sí; para luego hacerle la misma pregunta monótona.

"¿Usted irá de vacaciones a algún lugar en especial?" Él negó levemente, mientras recibíamos los cafés de parte de una camarera con una sonrisa.

"No tengo donde, en realidad." Confesó distraído. Rápidamente se corrigió. —"Es decir, mi madre está ocupada, mi hermana tiene sus propios asuntos, no tengo hermanos varones, ni novia. ¿Dónde iría?"— Preguntó, nervioso. Me pregunté por qué tocar el tema de su familia lo ponía tan alerta.

"¿Y su padre?" Pregunté. Él torció una sonrisa.

"Mi relación con mi padre no es precisamente la mejor" Confesó, ahogando la pena. Bajé la mirada.

"Lo lamento." —Me disculpé, él me sonrió de una forma extrañamente más cálida que las veces anteriores y fue exactamente esa sonrisa la que me hizo sentirme lo suficientemente cómoda como para abrirme a él. —"Desearía que mi padre ya no estuviese."—  Él frunció el ceño, claramente confundido. Suspiré. —"Mi madre descubrió que papá la engañaba. Los escuché peleándose el día en que ella lo enfrentó y desde entonces... nada va bien."— El señor Couffaine se revolvió en su asiento, incómodo, sin saber qué decir. Sonreí, verlo así, tan humano, me hacía sentir ternura. Él siempre sabía que decir; siempre sabía cómo defender su postura. Sin embargo, mi repentina confesión lo dejó helado.

"Lo siento mucho." Dijo, desviando la mirada. —"Si de algo sirve, cuanta conmigo para lo que sea."—  Sonreí, aunque sin mirarlo. Tocar el tema me entristecía, pero él lo hacía más ligero. Se sentía bien habérselo dicho a alguien al fin y quien mejor que un adulto para comenzar.

"¿Cómo es que es profesor siendo tan joven?" Pregunté, cambiando el tema de repente. Él sonrió.

"Soy un prodigio." Confesó, haciéndome reír, aunque se notaba que hablaba en serio.

"No me diga..." Él alzó una ceja, un poco ofendido.

"¿No me crees?"— Preguntó. Negué con la cabeza levemente, concentrándome en mi café. Ni muerta volvería a mirar a aquellos ojos, correría el riesgo de perderme en su mirada. —"Fui a la Universidad cuando tenía un año menos que tú."— Comenzó. —"Mis notas eran excelentes y me gradué con nada más que veinte años. Al ser muy joven, me costó encontrar empleo, así que tuve que quedarme con lo que sea que me ofrecían."— Sonreí. Gracias al cielo que lo hizo, sino no lo hubiese conocido. —"Todo el mundo me decía que me deparaban grandes cosas."—  Comentó, con aire soñador. —"Pero hasta ahora..."— No pudo continuar. Dejé mi taza a un lado para estirar tímidamente mi mano hasta alcanzar la suya.

"Si de algo sirve..." Comencé, disfrutando de su expresión sorprendida y sonrojada al momento en que mi mano encontró la suya. —"Usted es un excelente profesor."

Teach Me How To Love |LUKAGAMI| COMPLETAWhere stories live. Discover now