▬▬▬ O17 ; VEN CONMIGO, CACHORRO

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—Este ha sido el último ensayo, chicos.

Ten secó su sudor con una pequeña toalla de mano. Su pecho subía y bajaba acelerado al ritmo de su jadeante respiración, sus músculos estaban agarrotados y sus articulaciones dolían pero, aún así, sonreía. Bailar era su pasión, cuando lo hacía, solo tenía que enfocarse en los movimientos y en el fluido ritmo de la música, podía cerrar los ojos y dejarse llevar o concentrarse en seguir una coreografía marcada. Aunque, aquella vez, su mente estaba más centrada en el hecho de que Johnny fuera a recogerle al acabar la clase. "Quiero presentarte a alguien", eso fue lo único que le había dicho. Debía reconocer que estaba nervioso. Johnny era especialista en decir las cosas a medias y en guardar el misterio hasta el final, y Ten acababa pasándose el día entero dándole vueltas a sus enigmas. Y en parte le molestaba, porque debería haber estado más preocupado por la actuación que se aproximaba que por Johnny y sus misterios, pero, ¿realmente podía culpar a su mente por enredarse con el atractivo hombre lobo? Si cada vez que le veía quería suspirar y sus rodillas se rebajaban a la consistencia de la gelatina.

— ¡Me voy!

Abandonó la clase sonriente, y bajó las escaleras de dos en dos. Su corazón ya se había acelerado y aún no se habían encontrado, se sentía como un chiquillo el día de reyes.

— ¡Que tengas un buen día, Sally!

Se despidió de la recepcionista que se limaba las uñas con parsimonia, recibiendo una sonrisa de dientes blanqueados como respuesta. El frío aire de la calle golpeó la piel desnuda de sus brazos, obligándole a encogerse. Ahí estaba Johnny, esperándole como siempre apoyado en su moto y con una cálida sonrisa en los labios, mirándole como si fuera un ciego que puede ver brillar el Sol por primera vez. Esta vez, no estaba solo. Junto a él, se encontraba un chico más joven, de aspecto despreocupado, con hombros anchos y brazos fuertes, y una sonrisa radiante de dientes delanteros pronunciados.

Los dos lobos vieron cómo el humano sonreía tímidamente y se acercó a ellos. Al primer paso que dio, ambos aguantaron la respiración. Aquel olor era tan potente que sus lobos aullaron en sincronía, queriendo escapar de sus jaulas para correr hacia tan embriagadora esencia.

—Huele a... omega en celo. Es...¿siempre es así de potente? — Preguntó Jaehyun con la voz entrecortada. El pecho de Johnny vibró en un bajo gruñido.

—No hagas que me arrepienta de haberte traído. — Susurró entre sus dientes apretados.

—Hola.

Ten saludó tímidamente una vez estuvo frente a los chicos, Johnny pareció reaccionar y le envolvió entre sus brazos, hundiendo la nariz en su cabello, disfrutando del dulce aroma a vainilla y canela. Separó su cabeza, rodeando aún la cintura de Ten con los brazos y unió sus bocas en un suave beso. Su lobo gruñó satisfecho, había estado lloriqueando desde que se apartó de Ten el día anterior.

—Hola. — Respondió Johnny cuando se separaron. Ambos se miraron a los ojos y sonrieron, disfrutando de aquel reencuentro a pesar de que hacía menos de veinticuatro horas que se habían visto. Cualquier tiempo separados se hacía interminable.

Un exagerado carraspeo de garganta les obligó a volver a la realidad.

Jaehyun observaba la escena divertido, cómo su alfa había corrido a abrazar a ese pequeño humano como si necesitara una dosis de su piel, cómo había sonreído como si acabara de volver a nacer, el dulce beso que compartieron. Aún no podía creerse del todo que Suh, ese Suh, la persona más inexpresiva y asocial del mundo, el líder de su manada, hubiera encontrado a su otra mitad en ese pequeño chico humano. Aunque Jaehyun debía reconocer, que Ten no estaba nada mal. Con un cuerpo de baja estatura pero bien moldeado, piel tersa y facciones dulces y aniñadas. Unos labios no tan gruesos que cualquiera que se atreviera a enfrentarse a la ira de Johnny querría probar y unos ojos brillantes y expresivos. Definitivamente, el humano era una preciosidad.

—Ten, él es Jaehyun, mi segundo en la manada y mejor amigo, o algo así. — Presentó Johnny sin verdaderas ganas. Ten frunció el ceño sin entender muy bien lo que aquello significaba, pero aún así sonrió haciendo desaparecer sus ojos castaños. De no ser por la mirada mortal de Johnny sobre él, le habría dirigido otro tono.

—Encantado. Tenía curiosidad por conocer al chico del que Johnny no para de hablar ni un momento. — Ten se sonrojó y Johnny golpeó la nuca de su amigo.

—No seas imbécil.

Ten rió suavemente ganándose de nuevo la atención de los lobos. Realmente, Jaehyun podía entender porqué el lobo de Johnny había escogido a Ten como mate. Aun sin serlo, el chico era el omega perfecto, dulce, adorable y tremendamente bello, su propio lobo se agitaba ante su presencia, era un chico bastante masculino y delicado, con aires bondadosos y tímido. Ni siquiera olía a humano. Realmente tenía ganas de conocer al chico que le robaba el sueño a su alfa, pero acabó pasando el resto de la tarde conociendo a un Johnny que jamás creyó que existiese.

Con Ten, Johnny era romántico y cariñoso, considerado y amable, le miraba con unos ojos tan intensos que parecían gritar que nada era tan hermoso como Ten. Incluso le pareció escuchar el aullido lastimero del lobo interno de su amigo cuando tuvieron que separarse. Ten se despidió de él con una dulce sonrisa y dejó un suave beso en los labios de Johnny.

—Le quiero tanto.— Dijo Johnny mirando aún la puerta cerrada por la que había desaparecido el humano.

Eran las diez de la noche y habían pasado más de dos horas disfrutando de su compañía en un café. Habían momentos en los que Jaehyun se había sentido desplazado, la pareja se metía en su pequeño mundo idílico y se olvidaban de su alrededor. Jaehyun sonrió, su amigo estaba en buenas manos.

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En medio del bosque, en un claro que alguna vez cubrieron las amapolas, Ten contemplaba el firmamento tendido en la hierba. Aquella noche era oscura, e inusualmente silenciosa. Aguardaba la llegada del lobo plateado, de su amado licántropo. Quería acurrucarse junto a él en aquel lugar que habían convertido en propio. Unos pesados pasos se acercaron, y Tense levantó emocionado, pero no era su lobo el que emergía de entre los árboles. Un animal castaño, de aspecto desaliñado y tamaño descomunal se acercaba hacia él, con los ojos ámbar encendidos y las fauces chorreantes. Ten quería correr, quería alejarse del amenazador animal, pero, por más que lo intentaba, su cuerpo no se movía. El animal caminó lentamente hasta estar a apenas un metro del tembloroso humano, entonces, habló.

—Ten...

Su nombre había sonado horripilante en la gutural voz de la bestia, y un escalofrío de terror recorrió su columna.

—Ven conmigo, cachorro.

Y Ten despertó.

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