Capítulo VII: ¡Oh no!

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El incandescente sol incomodaba mis ojos. Tardé unos minutos en reconocer el lugar en donde estaba. Mi cabeza dolía como si me hubiese dado un fuerte golpe, creo que, metafóricamente, me dieron una pastilla letal. Tenía pesadez en todo el cuerpo, ni siquiera podía levantarme. Vuelvo y repito; algo me hicieron, y, esta vez, le quitaría la parte simbólica.

Mi habitación olía a licor y a huevos fritos. Me estiré y volteé la cara al pequeño sofá. Una persona inesperada comía alegremente su desayuno: Gabriel. ¿Qué pasó la noche anterior? Mi mente me decía que tomé un poco de refresco con... no recordaba específicamente la bebida alcohólica que lo acompañaba. ¡Oh no! ¿Y si bebí hasta acabar la botella? Qué vergüenza.

Notó que lo observaba y me regaló una sonrisa, sin sentimiento.

—¿Algo que quieras saber? —pronunció, terminando de masticar.

—¡No me gusta el huevo!—cambié de conversación.

—Lo sé—rió—. Te traje un sándwich y una bebida achocolatada.

Me dio el gusto e ignoró el tema. Era mi deber preguntar y disculparme en caso de haber hecho una tontería.

Me acerqué a él para buscar mi comida. Tenía muchísima hambre, como si no
hubiese ingerido alimento en años. Me dio la bolsa y llevó su mano a la parte superior de mi cabeza, acariciando mi cuero cabelludo.

—¿Segura que no quieres hablar?

Tragué saliva. Sentí mis mejillas arder, probablemente me había ruborizado. ¡Ah! ¿Por qué a mí?

Me estremecí al imaginar a Gabriel, Sara o Carlos viéndome con el cabello sumergido en mi vomito de ebriedad, o aguantando el desagradable olor en el auto. De mí dependía dejar de salir con ellos, aunque ya el arrepentimiento no servía de nada. Lo que debía hacer, era alardear mi personalidad adulta, decirle que lo lamentaba y que no volvería a suceder. Claro, como de ese modo se arreglan los problemas al estilo Sol y siempre resultaban —nótese el sarcasmo—.

—Sé lo que pasó—suspiré—. Bebí de más ¿no?

—Así es—confirmó—. Te traje aquí casi dormida. ¿Alguna vez te han dicho que eres la persona más hermosa del mundo? ¿Y que lo que sienten por ti es más fuerte que cualquier barrera?

Mi corazón palpitaba desesperadamente. Y sentí las famosas mariposas revolotear en lo más profundo de mi estómago. Quería abrazarlo y no soltarlo jamás. Él era mi otra mitad y mi media naranja. La persona que era capaz de hacerme feliz con únicamente mostrarme su infinito mar azul, conocido por los comunes como iris. De verdad, sentía que me amaba y por él valía la pena sacrificar mis sueños.

—¿Me amas? —pregunté y asintió—. Cuéntame explícitamente lo que sucedió—cambié de tema.

Sabía que detestaba hablar de "nuestra relación amorosa" o el nombre que se le pudiera dar a lo que teníamos, así que optó por comenzar la conversación con la finalidad de que yo la evadiera, e inquiriera lo sucedido la noche anterior. Qué astucia. Reí al darme cuenta de cómo me manipulaba y, una y otra vez, caía gustosamente en su inteligente juego.

—Bailaste en una mesa y muchos chicos te hacían barras. Te pedí que te calmaras y no obedeciste.

—Lo siento—bajé la cabeza.

Depresión de una EstrellaWhere stories live. Discover now