Capítulo XXV: Invitación

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Qué trágico fue dejar ir a Gabriel, aunque fuese lo correcto.

Víctor me citó en su modesto apartamento recién comprado, pretendiendo darme una noticia formidable. Indicó que tocase su timbre a las cinco en punto, yo a las cuatro y cincuenta y cinco ya había cumplido la sugerencia. Durante varios minutos, esperé a que saliera y, cuando estaba regresándome concluyendo que no se encontraba, escuché su linda voz.

Entré, topándome con los lujos que tenía. Las paredes las adornaba el blanco, el sofá era moderno, la grandísima televisión se apropiaba de la mayor parte de este espacio. En la cocina, residía un juego de comedor pequeño que se confundía con el cristal y, por supuesto, las habitaciones no se quedaban atrás. Seguro que lo adquirió equipado, claro, pudo ir a la tienda a gastar la excesiva cantidad que suplió sus gustos.

Terminado el tour, nos instalamos en el mueble de la sala, comí el pastel de chocolate que me regaló, mientras observábamos el partido de futbol; desconocía casi todo lo tuviese que ver con deportes, pero hacía el intento por encajar. Me aburrí rapidísimo, por lo que quise arrebatarle el control remoto y colocar la película romántica que se convirtió en mi favorita; no obstante, aún no gozaba de la confianza que me permitiese cometer semejante atrocidad.

Suspiré.                                                                                                 

—¿Estás incómoda? —escrutó y negué, pero por mi entusiasmo, sabía que no era cierto—. ¿Quieres mudarte conmigo? Perdón si fui muy directo, es que así soy. ¿Te parece que es precipitado? Ten en cuenta que no estoy te obligando y si rechazas mi propuesta no me enfadaré.

Salvo que quisiese que le concretara de inmediato, estaría sometida a consultar con mi almohada mis inseguridades, dificultades, defectos y, en especial, si al abandonar a mi ex novio no actué erróneamente. Desde el fondo de mi alma, mi propósito no fue dañar a Gabriel,  aplicando mis constantes indecisiones que, a fin de cuentas, nos terminaron perjudicando a ambos.

Rememoré etapas inolvidables de nuestra existencia, en las cuales estábamos inundados de prosperidad.

"—¿Nos casaremos algún día? —pregunté.

—Por supuesto.

Sonreí, complacida.

—Entonces, esa es mi respuesta."

Por desgracia de los recuerdos no se vive, a no ser que desees arrastrarte al vacío de lo que están hechos.

Así que, sin detenerme a analizar, acepté.

**

Acordamos que me quedaría a dormir y buscaría mis pertenencias a la mañana siguiente. Él se encargó de la cena, preparó puré de papas, pollo y ensalada; de beber, preferimos gaseosa. Hice un comentario que denotaba asombro debido al oculto talento de Víctor que permitió que cocinara aquel delicioso plato. Dejándome observar su evidente belleza, dibujó una sonrisa que iluminó su semblante, convirtiéndolo en fuerte rival para los más bonitos chicos.

Apretó mis mejillas y resaltó mi supuesta ternura. Siguiendo lo que dictó mi cabeza, había escogido bien, podría incluirme en los pocos entes felices, pero mi corazón gritaba lo opuesto. No era digna de Gabriel, por lo tanto no regresaría a causarle el doble de desprecio del que ya hice; yo no merecía que me adorase con toda su alma y si pudiese arrancarme de allí, lo haría, encantada.

—Al igual que desconocías mi críptico don culinario, existen muchísimas cosas que no sabes de mí—arrugó el entrecejo, pretendiendo contradecir lo que acababa de soltar.

Depresión de una EstrellaWhere stories live. Discover now