Joven Alma

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En algún lugar remoto en el universo, donde se encuentran el calor y el frío en un eterno abrazo, en donde el espacio tiempo no existe y todas las ramas del sufrimiento son encapsulados en frágiles burbujas compuestas de compasión, calma y paz que danzan juntas en perfecta armonía dentro de la nebulosidad.

Una burbuja que permanecía paciente e inmóvil por más de 223.000 años dioses* reunió en su interior energía vital, y creó con ella una tenue chispa de luz que la hizo estallar, como un mini big-bag, se expandido resurgiendo de su prisión de calma, materializandose en una luminosidad polvorienta en forma de galaxia, individual y sola ante la oscuridad. Presentándose como un individuo nuevamente.

Las burbujas translúcidas a su alrededor al escucharla estallar dejaron de danzar con la nada y se alejaron del destello temiendo un castigo divino por tal rebelión. Había un equilibrio continuo dentro del paranirvana* perfecto y único que nadie podía interrumpir, pero ese ente audaz y tenaz se atrevía a alzarse una vez más.

—Tu voluntad es inquebrantable... Sabes que ha llegado el momento, lo sientes y aún en tu estado no dudas en acudir a su encuentro —retumbo la voz llena de paz al ser que luchaba por mantenerse consiente evitando ser absorbida por lo espeso y negro de la inexistencia.

Su latente corazón de cuerpo celeste sangraba en su interior, su alma anhelaba alcanzar la suya para fundirse en uno, y su espíritu renovado se encontraba desesperado e impaciente para ir a su encuentro. Lo sentía en algún lugar, la esencia de su persona especial se estaba formando para transmigrar*.

—¡Me duele!, ¡me duele mucho! ¿Porque duele tanto aun estando aquí? —preguntó la vieja alma en agonía reuniendo toda la luz que tenía en su interior.

—Es por el Amor.

—¿Amor? —Repitió en un susurro.

—El amor es la única fuerza capaz de trascender el espacio y tiempo... —explicó la voz dividiéndose en una femenina y otra masculina al unánime. Las Fuentes Creadoras del todo no podían encapsular ni muchos menos borrar la esencia más puras de ellos plasmada en él.

«Amor, mi amor...»

—El inmenso y ferviente poder que salvaguarda tu corazón, te guiará nuevamente hacia su alma —explicaron con divina misericordia en una sola voz. Unas ondas de aire lo cubrieron como un manto para alejarlo de ahí.

Como la llama de una vela al soplarse: la luz desapareció del lugar junto a su conciencia individual.

-.-.-.-

Los cánticos de esa noche se entonaron con más fervor y el humo del incienso junto al sándalo se mezclaba por todo el recinto. Varios monjes seguían concentrados e indiferentes en sus rezos dentro del templo. Otros de mayor rango meditan profundamente afuera: sobre el césped del jardín, cerca del bosque bajo la luna a pocos metros de una gran estatua del Buda Sidartha, con el mudra de Bhumisparsha*

El templo se encuentra situado al norte de india a pocos kilómetros del Río Ganges, a lo alto de una montaña, escondida alrededor de un indomable bosque que los protegía de personas no deseadas.

—Pobre desafortunada —susurró un sacerdote budista muy anciano y retiró su rugosa mano. Había terminado de pasar una toalla húmeda por el rostro de una agraciada mujer de no más de veinte años. Ella estaba tendida en la cama en estado vegetativo en uno de los cuartos del templo. Llevaba semanas sin señal de mejoras. Sus ojos azules permanecían abiertos: sin brillo, sin ganas de vivir.

—¿Maestro, cree que ella sobrevivirá? ¿Volverá en sí? —preguntó un joven monje a su lado con verdadera preocupación, tomó en manos unas sábanas y cubrió su desnudez sin tocar su piel. Con mucho cuidado.

El Harén Where stories live. Discover now