Nueve

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Ya había llegado el sábado y había amanecido. Cuando Dulce se despertó, el lado de la cama que ocupaba su marido estaba completamente vacío. No le había oído levantarse ni le había escuchado el menor ruido.
Se levantó pensando qué le habría llevado a levantarse más temprano
pero, al salir del dormitorio le vio sirviendo la mesa. Se acercó a él con una sonrisa en los labios y miró los platos.
—¿Qué es esto?
—Oh, ¿No reconoces un desayuno cuando lo ves?
—Ja, ja, graciosillo.
—¿Te ha hecho gracia? ¡Qué emoción! —rió simpático. Se acercó a
ella y le dio un beso en la mejilla—. Buenos días, cumpleañera —le guiñó un ojo y siguió sirviendo algunas de las cosas que había preparado.
—Buenos días, Ucker.
—¿Recuerdas que este fin de semana eres mía, no?
—Te dije que Anahí... —Christopher se cruzó de brazos como si estuviera
enfadado—. Pero no me ha llamado, así que puedes hacer conmigo lo que
quieras... —Él abrió los ojos y la miró sorprendido—. Ya sabes a lo que me refiero.
—Menos mal... Pensaba que te habías vuelto loca...
Los dos sonrieron por la respuesta.

Tal y como Anny le había pedido, preparó un par de mudas en su pequeña maleta y, mientras ella iba a comprar algo que decía necesitar, él llevó el pequeño equipaje al maletero del coche.
—¿Lista? —preguntó cuando ella volvió y cuando tuvo todo en orden.
—Lista. ¿Pero dónde pretendes llevarme?
—Bueno, eso es una sorpresa. Vamos —le ofreció una mano para que
ella la agarrase y fueron hasta el ascensor.
Dulce supuso que irían en coche, ya que, en lugar de bajarse en el
vestíbulo, habían seguido hasta el aparcamiento.
—Antes de salir... necesito vendarte los ojos.
—Bromeas, ¿no?
—Es una sorpresa. Si lo ves antes de tiempo se pierde la emoción — sonrió, acercando una de sus corbatas para vendarle los ojos.
En otras circunstancias no habría aceptado que nadie le vendase los
ojos sin saber, por lo menos, dónde iban, pero se fiaba de él, y tenía la extraña seguridad de que no iba a hacerle el menor daño. Cuando terminó de anudar la prenda, notó como su marido sujetaba su cabeza con las dos manos, iba a preguntarle qué hacía, pero sintió como besaba su frente. Lo adoraba. No sabía cómo o cuándo había empezado pero lo adoraba. Le encantaba que le pidiera permiso para besarla, o cuando la tocaba, con ese
cuidado con esa delicadeza... Después de unos segundos que pasaron
demasiado deprisa, Christopher llevó las manos hasta sus hombros y la ayudó a subir al asiento de copiloto. A duras penas logró contener la ola de calor que le había inundado al sentir como sus manos le rozaban las caderas al ponerle el cinturón, o su perfecto aroma masculino cuando se movió por delante de ella al apartarse y no verlo aún acrecentó sus percepciones.
Cuando terminó de cubrirle los ojos, no pudo evitar fijarse en sus
labios, los tenía tan cerca, tan dispuestos solo para él... el deseo de posar sus labios en los de ella se apoderó de él, pero no lo hizo. La besó en la frente como si eso fuera suficiente. Después de unos segundos, cuando se supo más sereno, la ayudó a subir al coche y después de cerrar la puerta, rodeó el pequeño Smart. Se ajustó el cinturón de seguridad y arrancó el motor.
—¿Vas a llevarme todo el rato con los ojos vendados? —preguntó
Dulce después de media hora.
—Ya no queda mucho.
—Es un poco incómodo no saber dónde me estás llevando.
—¿Confías en mí?
—Me haces dudar con esa pregunta. ¿No debería? —preguntó, haciendo
que Christopher empezase a reír.
—Ya estamos llegando. —El coche empezó a moverse al entrar en una
zona de baches de la entrada al camping y Dulce llevó las manos al vendaje de sus ojos asustada—. No lo toques. Espera solo un minuto más, ya estoy buscando aparcamiento.
Tan pronto como Christopher detuvo el pequeño Smart de su mujer, lo rodeó para ayudarla a bajar del coche
El sol refulgía en lo más alto, regando la superficie del lago con una
fina capa de destellos brillantes que parecían purpurina. Todo el lago
estaba rodeado de árboles, de árboles de espesa copa y anchos troncos.
Frente al aparcamiento habían hileras de chozas, todas independientes y todas separadas por varios metros entre sí. Había un muelle de madera, estrecho y largo, pero sin barcas. La orilla estaba cuidada, libre de piedras puntiagudas o hierbas.
—Es precioso... —murmuró.
—Pues no te puedo reafirmar nada... ¿Recuerdas que sigo con los ojos
vendados?
Christopher se colocó frente a ella, rodeó sus hombros con las manos y deshizo el nudo de la corbata que había atado para cubrir sus ojos. Cuando abrió los ojos, lo primero que vio fue a él, sus bonitos ojos y la bonita sonrisa de sus labios.
—¡Dulce! —gritó un grupo de gente acercándose a ellos.
—Pensábamos que llegarín más tarde, ya sabes, la feliz pareja juntos bajo las mismas sábanas... —bromeó Anny—. ¡Felicidades, amiga!
—¡Felicidades! —empezaron a decir todos, mientras se acercaban a
saludarla y poco a poco iban haciendo a un lado a Christopher.
Anny llevó una mano al brazo de él y tiró hasta la orilla del lago.
—¿Ha sospechado algo?
—Creo que no. Es demasiado inocente.
—Eso le digo siempre yo —sonrió. Ambos desviaron las miradas hasta
ella, que reía con su grupo de amigos sin percatarse de que ellos dos se
habían alejado—. Pretendo que sea...
—Un cumpleaños inolvidable. Y creo que sin duda lo será. Al menos
hemos hecho nuestra parte. Por cierto, el sitio es increíble.
Dulce ni siquiera había caído en la cuenta de que su marido no estaba alrededor de ella. Habían pasado algo más de dos horas y sólo había reído en compañía de sus amigos. Pero cuando miró tras ella y no lo vio, empezó a buscarlo desesperadamente.
Anny había ayudado a Christopher a montar la tienda de campaña, le había ayudado a descargar el maletero, en el que habían las compras que le había pedido que hiciera y su equipaje para esos dos días luego, cuando ella le propuso acercarse al grupo para que estuviera con su mujer él le dijo que no tenía intención de incordiarla, así que empezó a pasear por el
borde del lago.
—Tu marido está allí —señaló Anny cuando vio que Dulce lo buscaba
nerviosa.
—Pensaba que estaría conmigo...
—Dijo que no quería molestarte. Ve con él mientras terminamos de
cocinar... —sugirió.
Dulce caminó despacio hasta ponerse a su altura, aunque a varios metros de la orilla. Lo miraba mientras lo observaba. Pensativo estaba tan guapo... Caminaba despacio, con las manos en los bolsillos delanteros del vaquero que se había puesto esa mañana. Casi siempre vestía de traje, y le quedaba especialmente bien con su aspecto de chico malo y su barba sin afeitar de un par de semanas, pero indudablemente lo prefería así vestido, o incluso más si llevaba ropa deportiva. Siguió sus pasos desde la lejanía para que no se diera cuenta de que ella también estaba ahí.
Christopher la había escuchado llegar, y se dio cuenta de que no terminaba de acercarse, aun así no le dijo nada ni se dio la vuelta, continuó caminando con pasos cortos hasta el embarcadero, pero no llegó a entrar en el largo paseo de madera.
Pese a no haber tenido intención de hacerlo, fue acercándose a él lentamente hasta colocarse a su derecha, de cara a la orilla del lago.
—¡Hola! ¿Cómo es que no estás con tus amigos?
—¿Cómo es que no estás conmigo?
—Quería darte tu espacio. Ya sabes que no quiero agobiarte con mi presencia.
—Y tú ya sabes que no me molestas. Me he acostumbrado a que estés conmigo y no me desagrada.
Si. Le encantaba que ella le dijera eso porque él se sentía del mismo modo, también estaba acostumbrado y le gustaba pasar el tiempo con ella.
Llevó una mano a su cintura para invitarla a pasear uno al lado del otro y lo hicieron durante un par de minutos.
—¿Te apetece meterte en el agua?
No era verano, por lo que la temperatura no era calurosa, pero sí era templada y podía permitir darse un chapuzón sin pasar mucho frío al salir.
—¿Bromeas? —su tono sonó retórico, aunque no hubiera querido que
sonase así
—¡Vamos!
Christopher, que aún tenía la mano en su cintura, la agarró con vistas intenciones.
—¡No! ¡Ucker no! —rió zafándose de su agarre.
Iba a mojarle, iba a meterla en el agua aunque ella no quisiera. Corrió tras ella con todas sus fuerzas mientras ella gritaba y corría para alejarse, de él.
—No me mojes, Ucker, que... —Antes de que pudiera terminar la frase
notó como sus manos se aferraban con fuerza a su cintura y la levantaba del suelo—. ¡Ucker no!
No pudo decir más, y, aunque patalease, Christopher la tenía agarrada de
forma que no podía soltarse. Por un momento la dejó en el suelo para poder sujetarla mejor, pero se le escapó de entre las manos.
—¡Error! —rió Dul, corriendo nuevamente.
Pero no tardó mucho en darle alcance y cuando lo hizo la alzó del suelo nuevamente, esta vez, colgándosela de un hombro.
—¡Ucker no! —gritó con la voz ahogada por la risa y la postura.
—¿Qué no? Espera y verás.
Christopher se metió en el agua con un par de pasos largos, y siguió hasta que el agua le llegó a los muslos. Estaba templada y deliciosa, entonces la dejó caer, sabiendo que no iba a hacerse daño. Rió al verla hundirse y emerger nuevamente completamente empapada y jadeando por la impresión.
—Te odio —sonrió, tirando con fuerza hacia ella para que él también se
mojase.
Christopher salió del agua mientras ella trataba de huir, pero la agarró
nuevamente de la cintura otra vez y volvió a meterse con ella, de nuevo en el lago. Los dos reían y se salpicaban agua, de vez en cuando Dulce trataba de hundir la cabeza de su marido en una ahogadilla, pero sin lograr nada.
El grupo de amigos, que Anny había logrado reunir estaban
preparando la comida cerca de las tiendas. Todos les miraban desde allí completamente embobados.
—Esta es la primera vez que se la ve tan feliz. —dijo Selena con una sonrisa.
—Y también es la primera vez que hay alguien a su lado que la quiere de verdad —respondió Ben, el último integrante del grupo de amigos.
—Es extraño que haya terminado con él. En la boda parecía que fuera a
matarle.
—Yo lo adoro —confesó Anny—. No solo es guapo y simpático. Hacen
una pareja envidiable.
—Sí. Definitivamente fue todo un acierto aquel viaje a Las Vegas.
Al salir de agua se lamentó por haberse mojado. No sabía que iban a
pasar la noche allí y que su marido se había encargado de coger todo lo que pudiera necesitar. Christopher llevó una mano hasta la suya y tiró de ella hasta la tienda de campaña.
—¿Tenemos tienda?
—Si. Anahí se ha ocupado de ello. La hemos montado juntos cuando
estabas rodeada por tus amigos. También está tu ropa.
—¿Con ella? —Él asintió—. ¿Y lo de mi ropa?
—Me pidió que te trajera muda. Sabía que podías mojarte o mancharte o que refrescaría por la noche... He metido en la maleta todo lo que he creído que podía hacerte falta.
Dulce lo miró simpática y corrió hacia la pequeña carpa. Entró sin pensárselo, seguida por su marido y cuando él bajó la cremallera y le señaló el rincón donde estaban sus mudas perfectamente dobladas empezó a desnudarse para quitarse las prendas mojadas.
—¿Tú no te quitas la ropa? ¿Vas a ir así todo el día? —le preguntó al ver como solamente la miraba.
—Claro. Me había distraído.
Verla desnudarse con tan poca vergüenza le recordó a la primera
noche que pasaron juntos en la cama. Cuando, por primera vez la vio quitarse el pijama y quedar, frente a él, solo con la ropa interior.
Desvió la mirada para no provocar en sí mismo algo que no debía ser y procedió a cambiarse de ropa como si ella no estuviera ahí.

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