Catorce

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Nunca recibía visitas en la oficina, no porque no pudiera, sino porque todos sabían lo mucho que le gustaba su trabajo y lo poco que le gustaba que la molestasen con nimiedades. Pero el señor Uckermann no solo no tenía ni idea, sino que pensó que era buena idea salir a desayunar con su nuera.
Al llegar al edificio en el que Dulce trabajaba se deleitó soñando despierto, imaginando como ella conseguía inversores para su empresa
que invertía para él. En verdad no tenía ni idea de a lo que se dedicaba realmente, pero no le importaba, porque la adoraban hiciera lo que hiciera.
Cuando las chicas de la recepción llamaron al puesto de Dulce, ésta no se creía lo que le decían. Pero pronto mencionaron a su marido y al padre de éste y no dudó en bajar.
—¡Señor Uckermann!
—También puedes llamarme Luis.
—Luis... No tenía ni idea de su nombre de pila —sonrió—. ¿Con qué
puedo ayudarle?
—Vayamos a desayunar. ¿Has desayunado?
—Si. Fui con una amiga hace un par de horas.
—Ah sí... La chica que vi en el despacho de Ucker... De todas maneras no te acepto un no por respuesta.
Ese hombre era testarudo y además, la persuasión personificada.
Aunque le dijo que no con una decena de excusas, insistió en hablar con sujefe si era necesario, así que terminó aceptando tomar un café con él.
Como el señor Uckermann no conocía demasiado la zona donde
trabajaba Dulce, ésta decidió llevarle a su cafetería de siempre, donde Mike les atendería tan profesionalmente como cada día.
Subieron a la segunda planta y se sentaron en la mesa que todas las mañanas ocupaban ella y Anahí
—Te preguntarás por qué tanta insistencia en desayunar contigo, ¿no?
—Ella asintió con la cabeza mientras le sonreía—. Toma. —dijo el
hombre, ofreciéndole una pequeña cajita de madera.
—¿Qué es?
—Era el anillo de mi bisabuela. Cuando se casó mi abuela lo heredó ella, cuando lo hicieron mis padres fue mi madre quien lo heredó.
También lo tuvo Alexandra y ahora es tu turno de llevarlo. Es como un símbolo de amor o un símbolo de perpetuidad...
—Yo no puedo aceptar algo tan importante para la familia, señor
Uckermann.
—Estás casada con mi hijo. Le quieres, ¿verdad? —Nuevamente asintió
con la cabeza mientras desviaba la mirada a la joya—. ¿Acaso no quieres aceptarla porque no he dado el ascenso a mi hijo? No te preocupes por eso, los papeles están listos. Esta misma semana será director. —sonrió orgulloso.
Dulce sintió como ese era el principio del fin. El acuerdo que tenía
con Christopher era que se separarían cuando él obtuviera su ascenso, solo que ella no esperaba que fuera tan pronto y tampoco quería que se marchase. Sin poder controlarlo se puso a llorar. El hombre se levantó de su asiento, rodeó la mesa y abrazó a su nuera creyendo que solo estaba emocionada por el regalo.
Pasaron cerca de una hora en la cafetería. El señor Uckermann estaba emocionado con tener a su hijo de directivo y prometió darle más tiempo libre para que pasasen más horas al día juntos, ignorando que ese ascenso era una condena para ese matrimonio.
No eran muchas las veces que Dulce llegaba a casa y encontraba a Christopher preparando la cena, pero ese era uno de esos días. Todo el salónolía a lo que fuera que estaba preparando y olía especialmente bien.
—Has llegado... —sonrió.
—Hola Ucker.
—Vienes seria. ¿Un mal día?
—Tu padre vino a verme esta mañana.
Christopher soltó el paño de secarse las manos sobre el mármol de la cocina y se acercó a ella. Pero Dulce no dijo nada más. Metió la mano en el bolso y sacó la cajita cuadrada con el anillo de platino y diamantes que su suegro le había dado horas atrás.
—¿Es el anillo de mi...?
—Tatarabuela. Si. Christopher yo no puedo aceptar algo así.
—Es una tradición de la familia.
—Tu padre ha preparado los documentos de tu ascenso. Ésta misma
semana tendrás tu puesto de directivo... Hoy es miércoles...
¿Y ahora, qué? Ambos sabían lo que venía después y ninguno sabía cómo seguir con la conversación.
Cuando Dulce fue a darse una ducha, Christopher maldijo internamente por haber propuesto un trato como ese: fingir que ese matrimonio era real. Pero era peor pensar que tendría que darle el divorcio cuando ascendiera, y eso era, lamentablemente, esa misma semana.
La cena estaba servida y ambos estaban sentados a la mesa, uno frente al otro cuando ella decidió empezar una nueva conversación. El silencio entre los dos era mucho peor que la ausencia de Christopher cuando se enfadó.
—¿Te has aficionado a preparar la cena?
—Dulce, no tenía ni idea de que mi padre fuera a darme el ascenso tan rápido.
—Bueno. Alguna vez tenía que ser. —sonrió forzadamente.
—Te escandalizaste cuando te dije que a lo mejor era un año...
Llevamos solo un mes y medio.
—A veces es mejor terminar las cosas antes de encariñarse y que sea peor. —«Maldita loca, ¿Pero tú te estás oyendo? ¿De verdad quieres perderle?» se dijo mentalmente odiando las palabras que acababa de decir.
Que Christopher la dejase significaba quedarse con el corazón roto, otra vez.
—Supongo que fue bonito mientras duró.
Ambos se miraban fijamente, como si esperasen que el otro hiciera el
mínimo gesto para confesar que no querían separarse del otro. Pero la
cena terminó y poco a poco también llegó la hora de ir a dormir sin que ninguno se decidiera a hablar.
Ya en la cama, Dulce deseó con todas sus fuerzas que su marido se acercase a ella y la estrechase entre sus brazos, No necesitaba más, solo el contacto de sus cálidos brazos. No había disfrutado de ese matrimonio; en un mes y medio no había tenido tiempo de nada, no habían salido a citas, no había conocido a las amistades de su marido, ni siquiera conocía lo
más básico sobre él.
Pasó una, dos, tres horas y no había forma de pegar ojo. Pensaba una y
otra vez como decirle que no terminasen aun su matrimonio, pero no encontraba la manera de decirlo. Se suponía que era ella la que deseaba que eso terminase cuanto antes pero en realidad no era así.
Por la mañana Dulce solo había dormido una hora y las ojeras eran
notables en su cara. Al entrar en la cafetería sonrió a Mike y subió al segundo piso, donde Anahí estaba leyendo algo en su móvil.
—No sabía que estábamos en carnavales. ¿Vas de oso panda? —
preguntó con su extraño humor.
—Oh sí. Voy de panda, pero, ¿de qué vas tú?
—¿Qué ha pasado? ¿Ha sido otra vez Christopher? ¿Han discutido?
—Esta semana es su ascenso.
—¿Ésta semana? Eso es hoy o mañana —Dulce asintió con la
expresión seria—. ¿Eso quiere decir que se divorcian? Pero eso es
absurdo, Dul, pero si están enamorados. Se ve a la legua.
Mike les llevó el café sin mencionar al señor Uckermann, algo que
Dulce agradeció enormemente. No quería ni mencionar ni oír hablar del
anillo que le habían dado.
Cuando Christopher llegó a su oficina encontró a Colin sentado en el sofá, esperándolo. Por un momento se lamentó de que su padre no le hubiera dado a él el puesto de directivo. Sabía que también estaba capacitado para ser director, y además él habría preferido que el ascenso llegase un poco después.
Colin se levantó en cuanto lo vio y se acercó a él con una sonrisa.
—Enhorabuena por el ascenso, señor Uckermann.
—¿Gracias?
—Me siento orgulloso de haber sido un buen candidato, pero sin dudas,
su padre ha elegido al mejor. Déjeme decirle que será un honor para mí estar a su cargo.
Quizás por la mala noche que había pasado o por el rechazo que sentía ante su inminente nuevo puesto, Colin no le parecía tan desagradable, si un ntanto empalagoso, pero no tan desagradable.
Firmó los papeles que le traía en una carpeta de cuero blanca con el logotipo de la empresa en dorado y cuando se quedó solo nuevamente abrió con reticencia el segundo cajón de su escritorio, donde tenía un sobre negro membretado.
—No me puedo creer que esté haciendo esto... —dijo mientras sacaba
un pequeño dossier y firmaba en las casillas en las que ponía su nombre —. Definitivamente no puedo creer que lo haya hecho.
Soltó el acuerdo de divorcio nuevamente en el cajón, cerrando la
pluma con cuidado pero lanzándola con todas sus fuerzas acto seguido.
Acababa de firmar su sentencia. Nunca, ni una sola vez en su vida se había planteado casarse con nadie. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza una triste y fugaz vez. No. No hasta que llegó Dulce, con sus sanas y deliciosas comidas vegetales, con sus trajes elegantes y su cómoda vida. No, hasta que vivió con su mujer y se enamoró de ella y de lo que le hacía sentir. Acababa de firmar, voluntariamente, un acuerdo en el que la perdía para siempre y no siquiera se había puesto frenos a sí mismo para
no hacerlo.
Se levantó del sillón de ejecutivo y se acercó hasta la vidriera en busca de un poco de sosiego. ¿Y ahora qué demonios iba a hacer?
Era imposible que volviera a su antigua vida porque con Dulce había aprendido lo que era en realidad la vida.
Christopher no llegó para la hora de la cena. Había pasado horas dando vueltas de un lado para otro con el coche, con el sobre negro cuyo contenido detestaba en el asiento de copiloto. No se atrevía a ir a casa y ver la cara de Dulce cuando le dijera que tenía esos papeles listos desde su primera semana juntos. Pero un trato es un trato, y aunque no le gustase él mismo había acordado darle el divorcio cuando ascendiera, de modo
que, aunque no le gustase, tenía que hacerlo. Quizás, con suerte, Dulce se negaría a firmarlos y podría romperlos y deshacerse de ellos.
Al entrar en el apartamento éste estaba a oscuras. Dulce no estaba en la cocina, ni cenando, no estaba en el salón y tampoco salía luz de la habitación. Entró en el apartamento justo un par de minutos después de él como si hubiera venido corriendo.
—Lo siento. Estaba en una reunión que se ha alargado dramáticamente y no he podido avisarte —se disculpó fijándose en el sobre negro—. ¿Qué es? —Christopher no respondió. Pese a no querer hacerlo le ofreció el documento—. Son los... —Es el acuerdo de divorcio. He firmado hoy mi ascenso y los tenía guardados desde hace más de un mes.
—Y los tienes firmados... —Christopher asintió con desgana.
Podría negarlo una y mil veces, esperaba que su marido preparase los papeles del divorcio cuanto antes, pero nunca imaginó que se los daría tan deprisa como de un día para el otro y todavía menos, que se los entregase firmados. Tragó con fuerza.
—¿Te importa si los firmo mañana? Estoy cansada. —dijo yéndose
hacia la habitación...
—¿No vas a cenar?
—No Ucker. No voy a cenar. Me voy a dormir.
A duras penas lograba contener las lágrimas por lo que acababa de pasar. Lo que nunca esperó que sucediera tan deprisa, estaba por pasar en unas horas. Ucker le había dado los papeles del divorcio, y se los había entregado firmados, lo que significaba que ella debía hacer lo mismo. Por si fuera poco, él se marcharía después de eso.
Se tiró sobre la cama cubriéndose la cara con la almohada. Debía decírselo. Tenía que decirle que le quería y que no quería que se fuera.
Esperaría a que entrara en la habitación y se lo diría. Pero Christopher no entró.
La noche fue eterna. Los segundos se contaron como minutos y los minutos como horas. Pero inevitablemente el viernes había llegado y con él, el momento de afrontar la realidad.
Ninguno había imaginado que el fin de semana anterior comerían con
los padres de Christopher y al fin de semana siguiente estarían tristemente separados.
El desayuno estaba servido y pese a estar sentado uno frente al otro, evitaban mirarse a la cara. Dulce no quería hablar por miedo a derrumbarse y él por su lado buscaba desesperadamente la manera de decirle lo que sentía, pero ella no parecía darle pie.
—¿Te apetece hacer algo especial juntos? —empezó Christopher queriendo
romper un poco con el silencio sepulcral que les rodeaba.
—¿Como qué?
—No sé. —«Romper los papeles del divorcio y vivir felices para
siempre, por ejemplo» pensó—. Podemos ir al lago y rememorar ese fin
de semana que se quedó incompleto. O podemos hacer un viaje a otro sitio. Podemos ir a la playa...
—No, Ucker. Prefiero no hacer nada. No cambiaría nada hacer algo
juntos, ¿no?
—Nos dejaría un bonito recuerdo.
—Pero yo no quiero recuerdos, Ucke. Con los recuerdos no hago nada.
—«Yo te quiero a ti. Quiero que te quedes conmigo y que todas las cosas que hagamos sean especiales» pensó.
Sin terminar el desayuno Dulce fue a la habitación y volvió con los papeles firmados.
—Supongo que este ha sido nuestro último desayuno. Voy a... Voy...
—«díselo ahora, idiota. Díselo...»—Voy a recoger mis cosas. Supongo que querrás tener tu armario disponible cuanto antes.
Era imposible. Era imposible que ella estuviera aceptando tan alegremente que Christopher fuera a marcharse. Se ofendía a sí misma al verse
sentada en el borde de la cama sin hacer absolutamente nada más que mirar lo que él hacía mientras manoseaba la cajita del anillo familiar de los Uckermann.
—¿Qué te pasa?
—Nada. Supongo que es porque esto se acaba —confesó mirándolo a
los ojos.
—Has firmado los papeles. Era lo que querías, ¿No? —Ella asintió
dubitativa.
Dulce miró el anillo por última vez con la expresión tensa. No sabía
cómo pedirle que le dejase estar a su lado, pero aun así, le ofreció la joya.
Christopher se agachó frente a ella y sujetó su cara entre las manos. La miró a los ojos queriendo decirle lo que pensaba, pero nuevamente no pudo.
—Ese era el trato, ¿no?
—Lo era...
—¿Sigues queriendo que sea así? —Dulce no respondió de inmediato y, pero al recordar que él había firmado los papeles del divorcio primero asintió con la cabeza.
Christopher miró el anillo en la cajita y deseó por un momento que ella hubiera decidido no dárselo, que hubiera decidido quedarse la joya y por ende, quedarse a su lado, pero le había devuelto las dos cosas, el anillo y los papeles, y eso solo quería decir una cosa: que no lo amaba.
—Y ahora, ¿qué harás?
—Seguiré con mi vida, con mi trabajo, con mis amigos... ¿Y tú?
—Volveré a mi apartamento. Hoy me explicarán mi nuevo puesto y
tomaré posesión de él la semana que viene. Te pediría que estuvieras a mi lado, pero no quiero molestarte más de lo que lo he hecho.
—No me has molestado, Ucker. Al principio quizás, pero luego ya no.
—«Y no quiero que te vayas».
—Me alegro de que esto haya funcionado durante este tiempo. Me hace
plantearme en serio lo de sentar cabeza. —Sonrió, obligándola a que ella
también lo hiciera aunque fuera de forma forzada—. No me gustan las despedidas, ni alargar el sufrimiento de forma estúpida, así que ya me voy ya.
—Christopher —dijo en un tono casi desesperado, pero cuando se giró no
fue capaz de hablar.
—Si. Yo también deseo que todo te vaya bien...
Al cerrar la puerta del apartamento la escuchó llorar y sintió como su garganta se encogía violentamente. Pero no hizo nada, solo siguió
caminando hasta el ascensor, y luego hasta su coche. Y luego condujo hasta un apartamento que odiaba porque ella no estaba en él.
Cuando entró en su dormitorio lanzó la maleta con fuerza contra la cama. ¿No podía haber hecho a un lado su orgullo y pedirle que siguieran juntos? Si ella le rechazaba al menos lo habría intentado y no estaría sintiéndose tan lamentable.
Todo había terminado como tanto deseó los primeros días. Todo
terminó sin que hiciera nada por evitarlo y Christopher se había marchado sin conocer sus sentimientos. Pero ya no había marcha atrás. Ella no era de pretender volver después de haber roto, no era de desear que un tiempo pasado volviera y no era de sufrir amargamente por cosas que no tienen solución. Se vistió para ir al trabajo y salió de su apartamento con el nudo de su garganta oprimiéndole con fuerza. Pero no iba a llorar. Ya no iba a
llorar más. Haría lo mismo que había estado haciendo cada día con él o sin él y después de un tiempo, olvidaría que ese mes y medio fue el mejor de su vida.

Casada ContigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora