01

1.1K 109 4
                                    

Mientras Gojo Satoru supervisaba la carga del carruaje que pronto partiría hacia los muelles de Edo, no pudo evitar preguntarse si no estaría cometido un error. Le había prometido a su nuevo protegido que cuidaría de su familia. Pero menos de dos meses después de su unión con Yuji, enviaba a una de sus primas al Occidente.

     —Podemos esperar —le había dicho la noche anterior a Yuji. —Si deseas que Tsumiki se quede un poco más, podemos enviarla en primavera.

     —No, debe ir lo antes posible. El doctor Kenjaku aclaró que ya se ha perdido demasiado tiempo. La mejor esperanza de recuperación de Tsumiki es empezar el tratamiento enseguida.

Satoru había sonreído ante el tono práctico de Yuji. Aun siendo el segundo hijo se hizo responsable de toda su familia y había adquirido la habilidad de esconder sus emociones, manteniendo una fachada endurecida, lo que hacía que pocas personas percibieran lo vulnerable que era en su interior. Satoru era el único con quien podía bajar la guardia.

     —Debemos ser sensatos —había agregado Yuji. Satoru le había hecho rodar sobre el futón y bajó la mirada hacia su rostro a la luz de las velas. Esos ojos marrones redondos y oscuros como la tierra al atardecer.

     —Sí —admitió suavemente—. Pero no siempre es fácil hacer lo correcto, ¿verdad?

Yuji negó con la cabeza, con los ojos aguantándose las lagrimas.

Satoru le acarició la mejilla con las yemas de los dedos.

     —Pobre colibrí —susurró—. Has pasado por muchos cambios en los últimos meses, y uno de los más importantes fue el enlazarte conmigo. Y ahora envió lejos a tu prima.

     —A una clínica, para que se cure —había dicho Yuji—. Sé que esto es lo mejor para ella. Es solo que... la extrañaré. Tsumiki es la más cariñosa, la más tranquila de la familia. Probablemente nos mataremos entre nosotros en su ausencia. —Lo miró con el ceño fruncido—. No le digas a nadie que he estado llorando, o me enfadaré contigo.

     —No, Yuji —lo había tranquilizado, abrazándolo más fuerte mientras Yuji sorbía por la nariz—. Todos tus secretos están a salvo conmigo. Ya lo sabes.

Y luego le había enjugado las lágrimas con besos y le había quitado el juban de dormir muy lentamente.

     —Yuji —había susurrado mientras se estremecía bajo suyo—. Déjame hacerte sentir mejor... 

Y cuando tomó posesión de su cuerpo con suavidad le dijo, en el antiguo idioma, lo mucho que él lo complacía de todas las maneras, que le gustaba estar en su interior, que jamás lo dejaría.

Aunque Yuji no había entendido las palabras, el sonido de las mismas lo había excitado, y le había arañado la espalda como un gato salvaje mientras elevaba las caderas bajo su peso para rozar sus miembros. Satoru le había dado placer y había tomado el suyo hasta que Yuji se había sumido en un sueño profundo, totalmente saciado.

Un largo rato después, Satoru lo había acurrucado contra él, con el peso de su cabeza en el hombro. Ahora él era el responsable de Yuji, y de toda su familia.

Los Itadori eran una familia de inadaptados que incluía dos hermanos, tres primas y a Fushiguro, que era un chamán como él. Nadie parecía saber demasiado sobre Fushiguro, aparte que había sido acogido por la familia Itadori cuando era niño tras haber sido dado por muerto en una cacería de chamanes. Era algo más que un sirviente, pero tampoco se consideraba exactamente parte de la familia.

No se podría predecir que tal llevaría Fushiguro la ausencia de Tsumiki, pero Satoru tenía el presentimiento de que no iba a ser agradable.

Cuando el carruaje estuvo debidamente cargado y el equipaje asegurado con correas de cuero, Satoru entró en la posada donde la familia se hospedaba. Se había reunido en una sala con vista al jardín interno para despedirse.

El encanto del AmanecerWhere stories live. Discover now