Capítulo 5

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Mamá descansaba la cabeza contra el espaldar de un sofá café para cuando volví en mí. Dormía arropada con una manta.

Me senté sobre la camilla en la que me encontraba, mi cuerpo extremadamente magullado haciendome poner una mueca con cada movimiento.

Estábamos en una habitación enteramente blanca, a mi lado, una máquina transmitía mis signos vitales produciendo un suave sonido y algún líquido ambarino estaba siendo administrado en mi brazo derecho.

Estaba en ... ¿Un hospital?

—Estás despierta, mi cielo. –Susurró mamá antes de levantarse y colocarse a mi lado. Siquiera noté el momento en que abrió los ojos. —¿Qué tal te sientes? –El repiqueteo de sus zapatos distrayendome un segundo.

Sonreí involuntariamente al sentir su palma en mi mejilla, su calidez, pero los sucesos de la noche pasada estaban demasiado presentes en mi mente como para hacerme conservar esa sonrisa en su lugar.

Incliné mi mejilla hacia el contacto. —Estoy bien, mamá. ¿Cómo está Marcus? –Fue lo primero que vino a mí.

Acarició mi cabello en un gesto tranquilizador, se le veía cansada y ojerosa, pero por lo menos se notaba que había tomado una ducha y cambiado de ropa.  Observé mi cuerpo entonces, percatandome de la bata que usaba debajo de las sábanas. —Él está muy bien. Quizás llegue en cualquier momento, tuvo que irse con Carsson hace unos minutos.

Asentí. La cabeza dándome vueltas ligeramente, tratando de convencerme de que todo aquello que recordaba había sido un sueño demasiado real. Aunque sabía bien que no lo fue.

Era sencillamente demasiado por asimilar, demasiado que no me estaban diciendo.

Tenía un jodido nido de pensamientos en mi cabeza. Carajo. Estaba convencida que bien podría pasar toda la noche lanzando mis interrogantes y aún cuando amaneciese no habría preguntado todo lo que me causa dudas.

Observé a través de una ventana cercana, procurando no enloquecer, afuera ya había oscurecido. —¿Cuánto he dormido? –Preferí susurrar, antes que algo más complicado. 

Se sentó a mí lado en la cama. —Casi un día completo. –Respondió antes de repasarme con la mirada de nuevo, como  si quisiera ver más allá de lo que le decía para comprobar ella misma mi estado. —¿Sientes algún dolor? ¿Alguna incomodidad?

Negué con la cabeza. —Solo me duelen un poco los músculos. – Y justo en ese momento, la iluminación cubrió mi memoria, también un poco de pánico. —
Más bien, ¿cómo te encuentras tu después de que eso te ...? –No encontré manera de terminar aquella pregunta. Recordaba realmente pocos detalles sobre la herida, pero aquella cantidad de sangre no era pequeña. —¿Por qué no estás acostada también, mamá? –Me erguí de golpe, comenzando a preocuparme. —Santo Dios, no deberías estar tan tranquila por ahí.

Me dedicó una mirada perpleja un instante, luego su mueca cambió a una de comprensión. —Ya, ya entiendo. No lo recuerdas.

Fruncí el ceño, comenzando a exasperarme que no cuidara su jodida salud. —¿Qué cosa?

Inhaló profundo, tomando una de mis manos y jugueteando con mis dedos. —Estoy perfectamente. Me curaste ayer, Alessandra. –Dijo con simpleza, como si solo esa declaración bastase. —Tu energía lo hizo.

¿Mi qué?

Le observé, sin comprender. ¿Energía?¿Qué coño quería decir con energía? ¿Y cómo podría yo hacer eso? Yo no... No podía, nadie tendría esa clase de capacidad sin haberse dado cuenta antes, siquiera la consideraba posible.

Claro que, lo que Marcus hizo ayer era igual de imposible. Lo que hice. Lo que hicimos. Yo no...

Necesitaba un psicólogo.

RAY - Entre dos mundosWhere stories live. Discover now