14. Suelta la sopa

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Me levanté temprano como de costumbre, antes del amanecer, el sueño se había disipado.

Me vestí lenta y silenciosamente, con la espalda aún adolorida ¿Cuándo se cura esa mierda?

Bajé y preparé mi desayuno tranquilamente, amaba estos momentos en los que era yo y sólo yo, un café con leche bien cargado era mi mejor amigo de sábado a domingo.
Comí tostadas solas, me negaba a untar esa excusa de mantequilla a mi precioso pan ¡Una papa no se convierte en mantequilla!

El único sonido que se escuchaba era el de la canilla medio abierta en la cocina, que goteaba agua en el metal, y a veces los ocasionales pero fuertes ronquidos de la directora.

Debería verse con algún doctor, eso no es normal...

Pensé en ir a donde siempre, pero ¿Que sentido tenía? El no estaba ahí, y si bien no siempre fui para estar en su compañía, lo único que haría sería abrir una herida que poco a poco estaba cicatrizando.

Sin muchas opciones, volví a la cama, solo que esta vez sí pude dormir de corrido.

[...]

El viento frío golpeó mis mejillas cuando salí, mi pelo de alborotó más, pero con el nido de pájaros que es, ni se nota.

Vestía una chaqueta sin mangas que habían donado recientemente al orfanato, y ahí con la ropa "nueva" es una guerra. Todos quieren las mejores prendas.
Yo fui eclipsada por la multitud de niños y, sin otra opción, me resigné a agarrar las últimas cosas que había.
Abajo vestía una blusa de mangas largas con franjas de colores y un pantalón rojo desgastado.

¿Por qué tanto interés repentino en la ropa?

Las prendas anteriores ya tenían agujeros en todas partes, o casi todas, tuve que bucear entre cajas y cajas que había para desechar o guardar.

En fin, no tenía ropa.

Ya me había llegado a mi destino, el edificio un poco maltratado a seis cuadras de mi hogar, en el piso tres estaba el lugar al que yo concurría dos veces por semana; el psicólogo.

Entré casualmente sin tocar la puerta, al tipo siquiera le importaba aquello. Ya se había rendido conmigo.

-Que forma de entrar.

Me voltee confundida, ese no era el perro dálmata con cara aburrida de siempre, tampoco estaban los cuadros inquietantes que el llamaba arte ¡Siquiera las fotos en el escritorio de su disfuncional familia!
Realmente, con el paso de las sesiones, me di cuenta que el mismo psicólogo necesitaba las visitas semanales más que yo.

Pero al caso, el tipo frente a mí no era el perro, ahora fue cambiado, por una gacela.

Estaba con las manos entrelazadas arriba del escritorio, ahora había cajas frente a los libreros vacíos y, literalmente, la habitación estaba completamente vacía.

-Así que... - miré a los lados incómoda -cambiaron de psicólogo.

Me miró unos momentos antes de responder.

-Algo así ¿Quieres tomar asiento?

Señaló la silla frente a él, me saqué mi chaqueta y me senté.

-Bueno, emm...

Realmente nunca seguimos un protocolo o una rutina, era sólo llegar y quedarnos en silencio, con quejas de su parte al no ganar al Solitario que tenía en la computadora o sobre sus hijos.

Jamás fui al psicólogo realmente.

-Cuentame sobre ti, tus gustos, disgustos... Cualquier cosa está bien. - me inquieta lo pacífico que suena.

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