Capítulo 8.5 ❦ «Cuidar el alma»

74 9 1
                                    

Hola :)
Perdón por actualizar tan poco. Estoy más centrada en avanzar en la historia que en corregir los capítulos para subirlos, lo siento. En cuanto tenga los capítulos los iré subiendo. Gracias por leer :)))

 Gracias por leer :)))

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

𝑳𝒚𝒏

Tiempo atrás, cuando despertaba, lo primero que veía era a Kora. Ella siempre se levantaba temprano, se movía un poco por casa y luego se acomodaba de nuevo a mi lado con un libro entre sus manos.

Durante un tiempo, disfruté de la sensación de creer que todo en mi vida era perfecto. Amanecía con Kora lado, me vestía con la ropa que ella se esmeraba en planchar –aunque le decía que gastar tiempo en eso era inútil– y salía a trabajar con Dean al mismo bar de siempre. Regresaba a casa para comer, las tardes las pasaba con Kora y por la noche volvía a trabajar. Y, por último, cuando acababa mi turno, ella me esperaba en la salida.

Supongo que debí centrarme un poco más en mí y no solo en la ropa sin una sola arruga que podía ver superficialmente a través de mi espejo.

Nunca reparé en lo que yo podría aparentar. Hasta hace poco, cuando Lyn me dijo que ella era todo lo contrario a Kora. Cuando me di cuenta que me gustaba esa clase de desorden. Cuando advertí que hace tiempo fui así, pero esa faceta de mí había desaparecido poco a poco, contagiado por la tranquilidad de Kora.

Entonces, recordé cómo me había hecho mejor amigo de Dean, a pesar de que siempre fuimos vecinos. Y lo que me dijo tiempo después.

Teníamos unos 15 años. A esa edad, lo que más quería era destacar de algún modo o, como mínimo, sentirme aceptado. Y bueno, acabé de fiesta con unos chavales que jamás podría considerar amigos.

Bebía y bailaba entre la gente, saboreando un sabor amargo, que no se debía para nada al alcohol, sino a esa sensación de no encajar.

Sujetaba una copa de un líquido pringoso, rosado y dulzón. Alcohol, eso seguro.
Entonces, tropecé y el líquido terminó en el vestido de una chica desconocida, que resultó ser el ligue de Dean.

Me tomé un tiempo para analizar la mancha del vestido. Mientras que la chica, con voz aguda, gritaba asqueada.

«¡Dean, haz algo! ¡Este idiota me ha estropeado el vestido!»

Para entonces, me percaté de la presencia de tal chico. Que, como yo, miraba embobado la mancha del vestido que poco antes era blanco.

¿Y sabes qué? Cada uno acabó con una marca roja de la forma de una mano en la mejilla. ¿Por qué? Pues porque da la casualidad de que aquella mancha estaba situada más o menos en su escote. Por tanto, parecíamos dos idiotas mirando hacia sus tetas, cuando lo único que nos tenía así de anonadados era la mancha en sí.

De pronto, empezamos a reírnos a carcajadas. Y así, sin aún ser conscientes, iniciamos nuestra amistad.

Un año después, sentados en mi terraza con una cerveza en mano, rememoramos aquella tarde entre risas.

Y, de ese modo, me dijo:

— A pesar de que estabas mirando las tetas a mi ligue, supe que eras un buen chico. —Lo miré, extrañado y sorprendido a partes iguales—. ¿Qué? Lo sentí, ¿vale?

Miré al frente, con una sonrisa algo débil, y también algo decaído. Pues no estaba acostumbrado a escuchar cosas así, y aún no sabía cómo asimilarlo.

— No sabía yo de tu sexto sentido — bromeé, dándole un pequeño codazo.

— Yo tampoco, pero a partir de ahora debería hacerle más caso.

— ¿Y eso? — pregunté, mirándole de soslayo.

— Solo fíjate, el chico mira-tetas acabó por convertirse en mi mejor amigo. ¿Suerte o no?

— Supongo que sí. —Sonreí y volví la vista al frente, saboreando lentamente sus palabras.

Y, de pronto, caes en la cuenta de que esas charlas despreocupadas en la terraza de tu casa se remontan a unos 9 años atrás.
Que, por entonces, mi única preocupación era no recibir una bofetada de la chica a la que miré las tetas.
Que ayer no miraba las arrugas en mis camisetas, y hoy busco respuestas en mi reflejo.

Y recordando todo eso, empecé a preguntarme si alguna vez Kora reconoció algo de eso en mí, como hizo Dean. Y también, si seguiría transmitiendo esa sensación, o si había cambiado por completo.

Mucho después, acabaría abriendo los ojos tal y como me aseguró Duncan.

Que, por tanto, lo que necesitaba era a alguien que quisiese cuidar el alma, y no el aspecto de una camisa recién planchada.
Pero aún extrañaba a Kora. Aún esperaba impaciente su llamada. Aún dormía agazapado a la ropa que se había dejado en casa. Aún pensaba en ella y la asociaba a un te quiero.

 Aún pensaba en ella y la asociaba a un te quiero

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
𝐋𝐚𝐭𝐢𝐝𝐨𝐬 𝐩𝐞𝐫𝐝𝐢𝐝𝐨𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora