36.- Cien años después

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Después de que su alteza real se condenara a sí misma a cien años de asedio, Impa, Prunia y Rotver se dividieron, creyeron que era lo adecuado para que al menos uno de los tres pudiera darle el mensaje de la princesa a Link, en el peor de los casos. Impa se quedó en Kakariko, Prunia fue a Hatelia y Rotver se dirigió a a Akkala, donde cada uno trabajaría a su manera; Impa se enfocaría en no olvidar cada palabra de su amiga y pasar el legado a otra generación mediante su hija y posteriormente a su nieta, Prunia buscaría la manera de mantenerse joven, y Rotver se enfocaría en diseñar armas que ayudaran al elegido una vez que este saliera de un letargo incierto. Por otro lado, varios sheikah se pusieron en contra de la familia real debido al trato del rey, así que el número se redujo después de El Cataclismo.

Gaizka, por otro lado, el poeta de la familia real, no olvidaría a la princesa y, en su honor, haría canciones dedicadas a ella, en las cuales relataría sus proezas, además, aunque le costaba demasiado, admitiría que su persona adorada, adoraba a alguien más, su escolta. Se percató desde la única ocasión que los vio juntos en el castillo, aquello era una pieza clave en la historia, así que no podía obviarlo. Muy a su pesar, admitía que Link era un gran hombre y que, cuando llegó a sus oídos que dicho caballero había caído en batalla al proteger a Zelda solo podía llegar, sin lugar a dudas, a una conclusión: un acto de amor hacia la princesa. Fue de ese modo que el poeta se encargaría personalmente de reunir toda la información posible y la expresaría como solo él podía, mediante las palabras y la música. La generación no acabaría con él, porque encontraría un discípulo quien, de manera leal, repetiría las palabras de su maestro, inmortalizándolo.

Zelda se cuestionaría año tras año sobre las acciones que llevó a cabo hacía tanto tiempo, y a pesar de que estaba cumpliendo su deber, la culpa la carcomía cada cierto tiempo, le dolía pensar en los elegidos y Link. Sufrieron, en parte, por culpa suya, o por lo menos eso se decía ella. Mas su voluntad no se desvanecía, tenía que contenerlo el tiempo necesario, si todo salía como lo planeaba, podría reencontrarse con Impa, Prunia, Rotver y Link, aunque a tres de ellos el tiempo los cambiaría a un punto que tal vez se volvieran difíciles de reconocer. Así que, con nuevo brío a inicio de cada año, no daba su brazo a torcer.

Fue entonces, cuando, después de un siglo, que se sintió como un milenio, pudo reconocer aquella presencia que se le fue arrebatada. Link estaba por despertar, había logrado establecer un vínculo telepático con él. Pensó en ese momento desde el primer segundo en que fue hacia Ganon, y al fin se le dio la oportunidad.

La oscuridad lo abarcaba todo en su mente, hasta que, poco a poco, su cuerpo comenzó a reaccionar.
Escuchó la voz de una mujer, la cual no pudo reconocer, sin embargo, le era familiar.
—Link —escuchó, como si se encontrara a miles de kilómetros—. Link, abre los ojos. Despierta, Link.
Su cuerpo se sentía rígido, así que cedió a aquella petición con mucho pesar, se encontró con una estancia pequeña y no se encontraba allí nadie más que él. Eso significaba que la voz venía de su cabeza, fue unos instantes después en que reparó en que estaba semi desnudo, portando solo un short azul. Intentó rememorar cómo había llegado a aquel sitio, pero no podía.
Se levantó de esa cápsula tan peculiar y aunque todavía se estaba acostumbrando, vio un pedestal y se acercó. Un mecanismo automático le mostró una tableta.
—Toma la tableta sheikah —dijo la voz.
Hizo caso y la tomó, la ranura volvió a su lugar, abriéndose la puerta. Salió, viendo dos cofres y unas cajas, se acercó al cofre de la derecha, encontrándose con un pantalón muy desgastado.
"Esto me viene muy bien", pensó para sí. Se lo colocó, observando que le quedaba corto, abrió el otro cofre y consiguió una camiseta desgastada, le quedaba chica también. Vio una puerta más grande y la voz le indicó que acercara la tableta a la terminal, lo cual hizo.
La luz le pegó en todo el rostro, era de mañana.
—Eres la luz que disipará las tinieblas que eclipsan Hyrule, sal y cumple con tu destino.
¿Qué significaba todo aquello?
Link se animó a salir, así que se acercó al borde, analizando el paisaje. Bosques, nieve, montañas, tantos biomas. A lo lejos, distinguió a un anciano, quien lo miraba, desde una fogata.
Se cuestionó sobre ese hombre. Ahora que lo pensaba detenidamente, ¿quién era él? Ni siquiera eso podía recordar. Por la voz, estaba seguro de algo: era Link.
Link siguió al anciano y se percató de que tenía una manzana asada a su lado, por un momento estuvo a punto de tomarla, sin pensarlo. Tenía hambre.
—Oye, esa manzana es mía —lo reprendió el anciano.
El hombre tenía una espesa barba, totalmente blanca y una capucha que cubría parte de su rostro, tenía un aspecto un tanto descuidado.
—Discúlpeme, no era mi...
—Estoy bromeando, puedes tomarla, si gustas.
Un atisbo de duda se reflejó en Link, pero la tomó y se sentó al lado del señor.
Interrogó al anciano con sus mayores dudas, descubriendo que Hyrule era un antiguo reino que perdió su gloria, el anciano le ofreció su hacha, Link le tomó la palabra y cuando estuvo a nada de tomarla, la voz de aquella mujer resonó en su cabeza, otra vez.
Le indicó que fuera a un lugar que marcaba el mapa, no dudó mucho en hacerlo. ¿Qué tenía aquella voz? Era una voz hermosa.
—Volveré luego, sino le molesta —le anunció al anciano.
El viejo por toda respuesta, asintió.

Princesa de la calmaWhere stories live. Discover now