𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐍𝐮𝐞𝐯𝐞

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En la semana después de que Adrien regresara a New Hampshire, la discordia entre él y su madre llegó a ser tan pronunciada que les resultaba difícil ocupar la misma habitación durante más de unos minutos a la vez. La pobre Alya hizo todo lo posible para servir como pacifista, sin mucho éxito.

La Sra. Agreste había caído en el hábito de quejarse implacablemente. No podía pasar por una habitación sin hacer comentarios despectivos sobre las muchachas del servicio. Tenía los nervios muy sensibles, obligándose a permanecer en una habitación oscura en la mitad del día, todos los días. Una colección de achaques y dolores le impedía la supervisión de la casa, y como resultado, nada de lo que se hacía era de su agrado.

La señora Agreste, reaccionaba ante el ruido de platos en la cocina como si hubiera sido apuñalada con cuchillos invisibles. El murmullo de voces o el ruido sordo de los pies en los pisos superiores eran una agonía para sus nervios. La familia entera tuvo que pisar de puntillas por temor a molestarla.

—He visto hombres que acababan de perder los brazos o las piernas, y se quejaban mucho menos que mi madre— dijo Adrien a Alya, que sonrió con tristeza.

Reflexionando, Alya dijo;

—Últimamente se ha metido de lleno en sus rituales de desconsuelo... casi como si su pérdida mantuviera a Kim con ella de alguna forma. Me alegro que tu tío venga por ella mañana. Tiene que romper su rutina.

Por las mañanas, cuatro días a la semana, Emille Agreste iba al cementerio familiar en la iglesia de Stony Cross, y pasaba una hora en la tumba de Kim. Cuando ella quería ir acompañada, solía pedir a Alya ir con ella. Sin embargo, ayer la señora Agreste había insistido en que Adrien la acompañara. Él la había esperado una hora en un silencio severo mientras ella se arrodilló junto a la lápida de Kim y dejó caer algunas lágrimas.

Después de que ella había indicado que quería levantarse, Adrien había ido a ayudarla, pero había querido que él se arrodillarse y rezara como lo hacia ella.

Pero Adrien no había sido capaz de hacerlo, ni siquiera como un favor.

—Voy a llorarlo a mi manera— le había dicho —En el momento que yo quiera, no cuando tu lo decidas.

—No es decente— dijo la señora Agreste exaltadamente —Es una falta de respeto hacia él. Tu hermano merece que le llores, o al menos da una muestra de respeto al hombre que te ha beneficiado grandemente con su muerte.

Adrien había miró con incredulidad.

—¿Me ha beneficiado?— Había repetido en voz baja —Sabes que nunca di ni siquiera una maldición sobre la herencia Riverton. Daría todo lo que tengo, si pudiera traerlo de vuelta. Si hubiera podido sacrificar mi vida para salvar la suya, lo habría hecho.

—Cómo me gustaría que hubiera sido posible— había dicho Emille con brusquedad y habían viajado de regreso a la casa en silencio.

Y mientras tanto, Adrien se había preguntado cuántas horas su madre se había sentado en la tumba de Kim deseando que uno de sus hijos se encontrara en el lugar del otro.

Kim había sido el hijo perfecto, responsable y confiable. Adrien, sin embargo, había sido el hijo más salvaje, más áspero, sensual, temerario y negligente. Al igual que su padre, Gabrielle Agreste. Cada vez que Gabrielle había quedado atrapado en algún tipo de escándalo en Londres, a menudo con la esposa de otro hombre, la Sra. Agreste había sido fría y distante con Adrien, como si hubiera sido designado el remplazo de su marido infiel.

Cuando Gabrielle Agreste murió como resultado de haber sido tirado por un caballo, se había murmurado en Londres que la única sorpresa fue que no había sido fusilado por un marido ultrajado o el padre de una de las mujeres que había corrompido.

E̴n̴g̴a̴ñ̴o̴  𝐝𝐞 𝐀𝐦𝐨𝐫Onde histórias criam vida. Descubra agora