Prólogo

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"Con lentitud, pero ejecuta rápidamente tus decisiones"

 Sócrates


Babilonia, diciembre de 491 a.C.

Ksathra distinguió el lejano ruido de una llave al girar y de la pesada puerta del fondo del pasillo al abrirse. Luego, y de forma más clara, escuchó el saludo de rigor de los guardias y dedujo, por los ruidos de su estómago, que le había llegado la hora de almorzar o de cenar. Para el caso, no estaba seguro y poco le importaba: alrededor suyo, solo era posible ver paredes húmedas y suciedad. Ninguna ventana le permitía saber en qué momento del día se encontraba. 

     El sonido de varias pisadas acercándose hasta su celda le llamó la atención y la curiosidad lo llevó a estar a punto de apoyar la cabeza entre los barrotes de hierro para tratar de ver mejor. Sin embargo, reprimió ese deseo y apoyó la espalda contra la pared del fondo, en la parte más oscura. Luego se sentó en el suelo y se preparó para fingir estar dormido y así fastidiar a los guardias: uno de los pocos placeres de los que podía disfrutar. 

     Con un ojo medio abierto, vio cómo la pared frente a su celda se iba iluminando de color anaranjado a medida que el fuego de las antorchas se acercaban hasta él.

     —¡Despierta! —le ordenó uno de los guardias. Y siguió—: En el nombre del rey Darío I de la dinastía... 

     —No te escucha —lo interrumpió el carcelero, un hombre joven de nombre Jamshid—. Malgastas tus palabras... Espera a que despierte o tendrás que volver a decirlo todo de nuevo. 

     El hombre se crispó. Como jefe de guardias, la situación que le planteaba el carcelero era intolerable. Lo miró fijo a los ojos. 

     —¿Cómo que no me escucha? —preguntó ralentizando las palabras—. ¡Le estoy hablando en nombre de nuestro rey! —El hombre subió el tono de voz y volvió a dirigirse al prisionero señalándolo con el dedo—. ¡Despierta, gusano perezoso! ¡He venido en nombre del rey! 

     Aprovechando la escasa luz que los rodeaba, Ksathra abrió uno de sus ojos de manera imperceptible y contó a los guardias: había cuatro de ellos, además de su carcelero. Siguió con su acto y emitió un pequeño gemido de pereza al tiempo que movía la boca como si estuviera degustando miel. 

     —Tiene el sueño pesado... —insistió el carcelero. Conocía a Ksathra, con quien mantenía una buena relación, y reía por dentro.

     —¡El sueño pesado una mierda! —le respondió el guardia gritándole a una nariz de distancia. Volvió a girarse hacia la celda y vociferó a todo pulmón—: ¡Levántate ahora mismo!

     Ksathra tomó nota del temperamento del guardia. Había logrado sacarlo de sus casillas sin hacer nada, con lo que estiró sus brazos simulando desperezarse. 

     —Me tomas por idiota, ¿no es así? —Se giró hacia al carcelero—. ¡Dame esas llaves! —Sin esperar nada, se las arrebató de un tirón—. Ya verá este maldito... 

     Un poco fuera de sí, revolvió con torpeza en el anillo de llaves buscando la indicada.

     Ksathra sonrió. Todo era demasiado bueno. 

     —¿Qué haces? ¿Estás loco? —intervino Jamshid. 

     Le agarró con fuerza la muñeca y tiró hacia atrás. El jefe de guardias abrió los ojos sorprendido. 

     Ksathra dejó de sonreír. Todo era demasiado bueno... 

     —¿Cómo te atreves...? He dicho que en el nombre del rey...

Hoplita: La venganza del reyWhere stories live. Discover now