Capítulo 33: La Ekklesía

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"La guerra es el arte de destruir a los hombres.

La política, el arte de engañarlos"

Parménides de Elea



Atenas, días antes del asedio


—Estoy listo. Vayamos de una vez y terminemos con esto —Las palabras de Medelo sonaron más a resignación que a determinación. Drakon y el esclavo asintieron con la cabeza sin decir nada. Tanto uno como el otro ya estaban listos mucho tiempo antes que él—. Y tú, no olvides llevar la sombra.

     —No, amo.

     El esclavo se apresuró a agarrar la sombra y los tres salieron de la casa de Medelo rumbo a la de Temístocles bajo el sol del mediodía. Medelo caminó arrastrando los pies, rehuyendo inconscientemente a su compromiso y abocado a sus propios pensamientos. Drakon iba unos pasos detrás de él y del esclavo, que caminaba detrás de su amo llevando en sus manos una larga vara de cedro de la cual se desprendían unas varas menores en su extremo que sujetaban un cuadrado de tela de un metro por lado y que proporcionaba la sombra que Medelo tanto necesitaba.

     —No sea cosa que se queme la pelada esa... —susurró Drakon acercándose al oído del esclavo.

     El hombre giró su cabeza hacia él. Hubiera sonreído con la broma si al voltear no hubieran sido los ojos de Drakon con los que se hubiera topado. Esbozó una sonrisa nerviosa por puro compromiso y volvió a mirar al frente poniendo toda su atención en que la regordeta figura de su amo no se alejara de la sombra que la tela proyectaba en él.

     —¡Ja! —largó Drakon de repente.

     Medelo se dio la vuelta y lo miró con los nervios a flor de piel. No era el mejor día para estupideces.

     —¿Qué es lo que tanto te causa...? Si puedo saberlo.

     —Nada, nada. Es que nos ha hecho gracia —contestó negando con la mano y tratando de dejar de sonreír.

     Medelo miró a su esclavo. La expresión de su cara podía parecer muchas cosas, pero divertida no era una de ellas.

     —Ponte serio, Drakon. No tengo la mejor de las sensaciones respecto a este amigable almuerzo.

     Medelo le dio la espalda y siguió caminando haciendo notar su exasperación. Drakon levantó los hombros restando importancia al asunto y lo siguió. Dejó pasar unos momentos y volvió a acercarse al esclavo.

     —Me importa una verga... —le susurró. Aunque sin darse cuenta, su tono de voz sonó más fuerte que antes.

     El esclavo mantuvo su cuello rígido mirando hacia adelante sin siquiera asentir con la cabeza. Drakon volvió a levantar los hombros ante su indiferencia y siguió caminando detrás de ellos. Llegados a casa de Temístocles, el propio arconte de la ciudad fue quien salió a recibir a su invitado. Lo saludó con un sincero apretón de antebrazos y una buena sonrisa que no lograba ocultar una cuota de preocupación detrás de ella.

     —Medelo... mi camarada... —dijo Temístocles, que no pudo evitar poner sus ojos en Drakon.

     —Temístocles, gracias por esta inesperada invitación.

     Su tono de voz seguía siendo nervioso, cargado de incertidumbre. Las dudas carcomían el buen juicio de Medelo y lo desorientaban. Luego de tantos meses de mirar en vano entre las sombras buscando encontrar a Paltibaal oculto en ellas listo para liquidarlo, Temístocles parecía no tener ni la menor sospecha de nada. Aquello en la posada La Tormenta no había sido nada de que preocuparse, después de todo. Temístocles hizo alarde de sus buenos modales como anfitrión e invitó a pasar a la comitiva mostrándose amable hasta con su esclavo. Medelo y él se trasladaron hasta el salón principal, donde un tentador banquete aguardaba por ellos. Drakon fue servido en el jardín trasero de la casa de Temístocles y se acomodó junto a la fuente, solo. A excepción de uno de los guardias de la casa que había recibido la orden de no sacarle el ojo de encima bajo ninguna circunstancia. El esclavo se dirigió a la cocina y aguardó allí, haciendo charla con la servidumbre de la casa. Y con la libertad, según palabras del propio anfitrión, de poder comer cuanto quisiera.

Hoplita: La venganza del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora