Capítulo 2. Ethan.

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—Fue totalmente accidental, lo juro —Luke levanta la mano como si de verdad estuviera prestando juramento—. El chico creyó que podía molestar a la tranquila Maddie, pero era Marcie en realidad a la que intentó atacar. Ella solo se defendió.

—Y terminó con la nariz rota —termina Christian.

—Si, eso le enseñará una lección. —Sawyer no luce apenado por las acciones de sus hijas—. Juro que esas rojas serán peor que la puta mafia algún día.

Eso me hace sonreír porque exagera. Como todo padre orgulloso, sobrevalora las habilidades de sus hijos.

Christian, en cambio, luce tenso desde que Ana entró en el último mes de embarazo. Podría ocurrir en cualquier momento y ambos decidieron que lo mejor para ella era estar aquí bajo vigilancia en el nuevo sofá del rincón.

—¿Y las admitieron? —pregunto por curiosidad.

—¡Por supuesto! El entrenador cree que podrían estar listas para algún campeonato infantil muy pronto.

Bueno, si siguen quebrando narices a su paso será pan comido.

Christian voltea para mirar a Ana, dormida en el sofá sosteniendo un libro contra su pecho, y suspira. Está cansado, ansioso y emocionado por partes iguales.

—¿Jefe? —llamo su atención pero manteniendo la conversación en voz baja—. ¿Ya tienes un remplazo para Ana?

Sus cejas se arquean como si apenas lo pensara.

—Mierda, no. —se rasca la barbilla con una mano—. ¿Qué sugieres?

Aún no hablo y Sawyer ya está riendo.

—¡A Lay! ¿No es obvio? —ríe más fuerte—. Eres tan bobo, Christian.

Le lanzo una mirada de molestia pero es menos amenazadora que la de Christian.

—¿Bobo, imbécil? Soy tu maldito jefe —gruñe irritado como siempre—. Es más fácil traer a alguien de los azules, o de la academia. Además, no sabemos si Lay quiere regresar.

Luke me señala.

—Él puede hablar con ella y preguntarle.

Ambos me miran, uno más emocionado que el otro.

—¿Qué? ¿Ahora eres casamentero? —me quejo mirando a Luke.

Pero él lo disfruta porque sonríe.

—Si. Y si caigo, todos ustedes lo hacen conmigo.

Es un idiota.

—Así no funcionan las cosas, Luke. Que estés comprometido no significa que Et tiene qué hacer lo mismo —se acerca a su escritorio y se sienta en el borde, echando un rápido vistazo a su esposa—. Es joven, aún tiene tiempo de decidir qué quiere hacer y con quién.

Ahora es Luke quien pone los ojos en blanco mientras mis cejas se fruncen. Todos tenemos la misma edad, apenas unos meses nos separan.

—Fuiste el primero en casarte, Christian, tu discurso sobre esperar es mierda.

Christian presiona los labios con fuerza como hace cuando se está conteniendo, y antes de que pueda decir una palabra, Ana despierta.

—Déjalo —balbucea adormilada—. Que busque a Leila y le diga. Ella aún podría decir que no y todos tendrían qué respetar su desición.

—Por supuesto —asentimos los tres en acuerdo, pero la sonrisa de Luke no es real.

Christian le hace una seña para que se calle y luego se vuelve hacia mi.

—Hazlo, el lunes a primera hora empezaré a buscar su reemplazo. Con suerte será permanente. —murmura lo último tan bajo que creo que lo dice para él mismo.

Dudo seriamente si deberían ir. Es decir, soy la razón por la que se alejó. No lo dijo exactamente, pero lo sé.

El sábado por la mañana, subo a mi auto y conduzco hasta Portland, a la casa de los Williams que conozco como si fuera la de mis propios padres.

Es un camino lento porque aún temo que mi capacidad de reacción esté comprometida por mis lesiones, así que me lleva más de un par de horas llegar hasta allí.

Estaciono en la acera y miro el viejo auto de Leila frente al garage.

—Que los Williams no estén en casa, que los Williams no estén en casa... —rezo antes de tocar la puerta.

Mi suerte no es buena porque la madre de Lei abre la puerta con una mueca de confusión cuando me ve.

—Hola, señora Williams. —evito presentarme porque ya me conoce—. ¿Cómo está?

Ella parpadea varias veces antes de intentar sonreír.

—¡Ethan! ¿Cómo... Cómo estás?

—Mejor. —Echa un vistazo a mi pierna y sonríe, aún atravesada en la puerta sin invitarme a entrar—. ¿Está Leila en casa?

—Si.

Empareja la puerta dejando apenas unos centímetros libres, algunos susurros que no distingo vienen del interior, luego ella aparece con el rostro pálido.

—¿Ethan?

—Hola Lei. —la llamo de la misma forma en que hice antes.

Creí que ella si me dejaría entrar, en cambio da un paso al frente y cierra la puerta detrás de ella. Cruza los brazos sobre su pecho.

—¿Qué haces aquí?

—Grey me envió —digo porque es cierto, ella sabe que no miento—. Ana está en su último mes y necesita un reemplazo para el equipo, alguien que ya sepa cómo trabajamos.

Su mirada se desvía al suelo y sé que va a decir que no le interesa.

—¿Soy su única opción?

Mierda.

—No. —suspira de alivio.

—Pero eres la mejor. Sin duda preferiría trabajar contigo que con alguien nuevo, sin ofender al resto de los azules.

Se muerde un costado del labio y yo espero en silencio.

—¿Cuánto tiempo sería eso? ¿Tres meses?

Asiento.

—El tiempo que dure la incapacidad de Ana Grey.

Leila se ríe y es la primera vez desde que la vi en la boda que ella me sonríe.

—Christian es irracional cuando se refiere a su esposa, él querrá que ella se quede en casa. —niega con la cabeza mientras sigue sonriendo.

Y me gusta cómo luce.

—Tal vez cuando tengas un bebé también querrías quedarte en casa.

Leila exhala tan fuerte que puedo escucharla y desvía el tema.

—Tengo a Mikey, es lo más que puedo manejar justo ahora. —presiona los labios para dejar de sonreír—. Y ni siquiera lo veo todos los días.

Enfócate, Ethan. No conduje hasta aquí para hablar de su sobrino.

—Entonces, sobre el puesto en Investigación —retomo—. ¿Te interesa?

Mira de nuevo hacia todos lados con ese gesto nervioso poco común en ella.

—Lo pensaré, ¿De acuerdo?

Nuestro (Mío #4)Where stories live. Discover now