[Cuento] Cohete de sueños

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Cuando cumplí 6 años sabía lo que sería de mi vida. Tenía una meta: viajar por el espacio en un cohete y poder ver mundos que nadie más vería. Lo sabía desde lo más profundo de mi ser. Viviría cada día nuevas y trepidantes aventuras, y las clamaría hacia el vacío, a los cuatro vientos, para los que quisieran escuchar. Algunos pensarían que soy una mentirosa, pero otros, solo unos pocos, se asombrarían y hablarían de mí en las noches, contando historias sobre cómo una viajera solitaria derrotó a los monstruos de la oscuridad y viajó por todo el universo, siempre hablando en susurros como si tuvieran miedo de que los estuviera escuchando.

No estaría sola: las estrellas serían mis mejores amigas y los planetas me saludarian cuando me vieran pasar, porque jamás me quedaría quieta, y llevaría siempre mis historias a todos los oídos que necesitaran un poco de luz.

Mi sueño tuvo bastantes obstáculos, la adolescencia fue el más difícil de pasar.

Me di cuenta de que estaba más despierta cuando estaba en las nubes que con los pies sobre la tierra, así que hice lo que sentí era lo correcto: aprendí a buscar volar lo más alto posible.

En el camino conocí algunas estrellas y planetas con colores increíbles y aventuras asombrosas, que se subían en mi cohete y los llevaba a volar conmigo entre las nubes. En el viaje me contaban historias y yo les contaba otras, era un intercambio justo. A veces los volvía a ver y nos saludábamos como viejos amigos a pesar que solo los había visto una vez.

Mis aventuras no quedaban atrás, y los mundos que llevaba dentro de mi cohete aseguraban verme esquivar meteoritos mientras ellos sentían apenas una turbulencia.

Un día, cuando volaba como todos los días por el cielo, en medio de mi recorrido se desató una gran batalla con un monstruo gigante hecho de la oscuridad. Jamás había escuchado un rugido como el que daba ese monstruo, que me atacaba con descargas eléctricas que yo apenas podía esquivar antes de que tocasen mi cohete. No me quedaba otra que huir, que ya los mundos que llevaba en la parte de atrás comenzaron a inquietarse cuando los ataques pegaban más cerca, sacudiéndolos.

Cuando creí haberlo perdido, el monstruo apareció de la nada y abrió su boca gigantesca, tragando mi cohete entero. Traté de hacer maniobras para salir pero, salvo una pequeña brecha, sabía que había perdido la batalla.

Cogí mi micrófono y les dije a los mundos que saltaran del cohete por la brecha con los paracaídas, para que así pudieran volver a sus órbitas. Sabía que no alcanzarían para mí, pero como todos los piratas, me hundiría con mi nave: no podía dejar mi cohete, con el que había visto tanto... Era parte de mí.

Vivimos las mejores aventuras, y cuando cerré los ojos en un intento de suavizar el golpe... me estrellé contra la realidad.

Era dura y marrón.

A pesar de haber vivido con las estrellas, morí en la tierra.

El fino arte de irse por las ramasWhere stories live. Discover now