Capítulo 1

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8 años.

La micro dejó a la madre y a sus hijas frente a la casona de los Sánchez.

—¿Por qué tenemos que vivir en el campo? —protestó Rubí al tiempo que las ruedas de la micro levantaban polvo sobre sus cabezas.

Ágata ya estaba harta de sus quejas, de modo que repartió los bolsos para que cada una cooperara y olvidaran el tema.

—Ya te lo expliqué mil veces, piedrita. —sus zapatos de tacón desentonaban completamente con lo campestre y la entrada rocosa que tenían por delante, pero supo arreglárselas sin perder el glamour— No tenemos plata y tu tía nos invitó a pasar una temporada con ellos.

—¡Pero dijiste que éramos millonarias! —lloriqueó Esmeralda.

Ágata exhaló, impaciente.

—Bueno, ya no po. Punto final. —al ver las caritas tristes de sus hijas, Ágata se dio cuenta que había sido un poco dura en sus respuestas— No lloren, mis piedritas preciosas, si esto es temporal nomás. Seguimos siendo millonarias.

Era mejor decir eso a confesar haber perdido toda su plata en una apuesta, y no contenta con eso, había apostado también la casa y el auto. Gracias a las apuestas se había hecho millonaria, pero por ambición también terminó en la calle con sus hijas.

Esmeralda se calmó por la respuesta de su mommy, pero Rubí no le creía mucho. Después se le olvidó porque la tía Mireya las recibió con mucho entusiasmo y volvió a reencontrarse con sus primos.

Era un día muy frío de mediados de julio cuando Rubí conoció a Macarena, sentada a la mesa de la cocina de los Sánchez. Macarena era hija de la Olguita, la cocinera conocida por preparar el mejor arroz con leche del mundo. La Olguita también tenía una hija más chica, la Josefa, que todavía usaba pañales.

Macarena no era muy sociable. Siempre estaba en la cocina ayudando a su mamá a desgranar porotos o alimentando a las gallinas. Rubí y Esmeralda compartían la pieza con ella, y las mínimas interacciones sucedían cuando Esmeralda le pedía prestado su cepillo de peinar, aunque Rubí se daba cuenta que, tal vez no hablaba mucho, pero sonreía cada vez que alguna de las dos decía algo gracioso o se agarraban del pelo.

Durante el día Maca acompañaba a la tía Mireya a buscar leña, se colocaba sus botas de barro y chaqueta gruesa, y Rubí se la quedaba mirando por la ventana mientras llovía como si se fuera a caer el cielo.

Rubí se negaba a acompañarlas, porque odiaba el campo y el sur como era evidente. Odiaba el barro y la lluvia ruidosa, odiaba el frío hasta los huesos y las camas que crujían como en las películas de terror. Sin embargo, el campo también tenía sus cosas buenas; tenía muchos lugares dónde jugar y se entretenía recogiendo huevos en los nidos.

—Mijita, vaya a buscar a la Maquita al gallinero. Dígale que la estamos esperando con los huevitos. —pidió la tía Mireya, la mamá de Julián, mientras preparaba el mate para el desayuno— Apúrese.

Rubí bostezó. Todavía no estaba del todo despierta y no se había cambiado la parte de abajo del pijama. Llevaba encima un suéter rojo dos tallas más grandes que ella y los cordones de los zapatos desabrochados. Siguió el camino hacia el gallinero con las mejillas rojas de frío, pero cuando llegó no la vio por ninguna parte.

—¿Macarena?

Se frotó los ojos de sueño y avanzó unos pasos. No tardó mucho en encontrarla agachada en el suelo con algo moviéndose entre sus manos.

—Es un pollito bebé. —le dijo cuando Rubí se acercó.

Rubí se hincó y observó una cosa fea que aguardaba en su regazo. Cuando le dijo que era un "pollito" ella se imaginó a los pollitos que aparecían en los libros de cuentos. Este, sin embargo, no tenía forma. Y ella del susto se había echado para atrás, cayendo de poto en la tierra.

Quédate conmigo - RubirenaWhere stories live. Discover now