CAPÍTULO XL

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40. Lo esperado no sucede, es lo inesperado lo que acontece.

BRIDGET

—¿Has visto mis pendientes? —Susana entró a mi habitación de pronto y comenzó a revisar la superficie de mi cómoda en busca de sus complementos.

Terminé de ajustarme el mono rojo de flores que Lucía me regaló por mi cumple, antes de alejarme del espejo de cuerpo entero que había apoyado en una esquina. Cuando llegué les di mis regalos a los chicos, y a todos les encantaron. O por lo menos se pusieron de acuerdo para fingir y representar un papel digno de un Oscar.

—¿No los tenías en una caja en el armario? —pregunté.

—Mierda, se me ha olvidado mirar ahí.

Volvió a dejarme sola para seguir con su búsqueda y yo agarré mis Converse para ponérmelas. Estaba sentada en el borde de la cama cuando los gritos de Susana me sobresaltaron.

—¡Aquí están!

Negué con la cabeza, la pobre últimamente tenía la cabeza en las nubes. Invadió de nuevo mi cuarto, plantándose frente al espejo para terminar de arreglarse. Ni siquiera me importaba, teníamos la confianza suficiente para eso y más.

—Oye, ¿qué haces? No te irás a poner eso, ¿verdad? —preguntó señalándome.

—¿El mono?

—¡Las zapatillas! —especificó—. Ponte esto anda, hazme el favor.

Me tendió unas sandalias color camel de cuña y me arrebató las deportivas para dejarlas en la otra punta de la habitación.

—Vamos a estar un montón de tiempo de pie, ¿qué más te da? —me quejé.

—Deja tus zapatillas por un momento, no sois siamesas.

Rodé los ojos, exasperada, aunque al final acabé por hacerle caso. Por una vez no iba a pasar nada, tan solo acabaría con dolor de pies. Salimos con Mateo a la calle y nos encontramos con mi padre. Subimos todos juntos al coche y puse rumbo a la Feria.

Por fin, había llegado mi época favorita del año.

Habían pasado dos semanas desde el viaje a París. Aaron estaba hasta arriba de trabajo y Brooke había días en los que me escribía para quejarse de lo insoportable que estaba y pedirme que hiciera algo para que se le pasara.

Como si yo pudiera hacer eso.

En esta ocasión habíamos hablado mucho menos, las videollamadas se redujeron a la mitad y tuvimos que recurrir a los mensajes que cada uno podía leer cuando le viniera bien. Cuando él salía del trabajo yo ya llevaba horas durmiendo, y durante el día en raras ocasiones teníamos la oportunidad de charlar. Era bastante deprimente.

—A que sí, ¿tita? —La voz de Mateo me sobresaltó.

—¿Qué has dicho, cariño? No te he oído —me excusé por andar perdida en mi mundo.

—Le he dicho a mamá que tú sí me vas a comprar un algodón de azúcar —repitió.

—Por supuesto que sí, caramelito —le aseguré, mirando por el retrovisor para ver su sonrisa.

—¿Lo ves? Soy la debilidad de la tita —le dijo a Susana.

Tardamos más en aparcar que en llegar, de hecho, dejamos el coche algo alejado y fuimos andando hasta el recinto donde se encontraba la feria. Mateo no paraba de saltar y de dar tirones al brazo de Susi para que se diera más prisa porque quería montarse ya en las atracciones.

AARON ©Where stories live. Discover now