CAPÍTULO IV

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Maratón 2/3
4. La hora de confesar.

BRIDGET

Subí al coche y conduje hasta casa con la radio de fondo. Rihanna, Daddy Yankee y Lewis Capaldi hicieron el trayecto más ameno y relajante. Abrí la puerta y mi sobrino saltó del sofá para venir a saludarme. Le revolví el pelo como siempre solía hacer y después de darle un beso fui en busca de Susana. Entré a su habitación y me la encontré dormida en la cama. ¡La muy cabrona se estaba echando la siesta! Busqué en YouTube un audio de la mítica bocina de gas y subí el volumen a tope antes de darle al play y ponerle el teléfono al lado del oído.

—¡Me cago en la...! —Dio un bote en el colchón y supo callarse a tiempo para evitar que su hijo aprendiera alguna palabrota. Me acribilló con la mirada cuando se dio cuenta de que estaba allí.

—Tengo cosas importantes que decirte. —Empecé.

Me senté en la esquina de la cama y me recogí el pelo en un moño. Mi amiga pareció recordar la conversación de la que la advertí y se sentó a lo indio lista para escucharme.

—¿Te acuerdas que tenía que contarte cómo fue el casino? —ella asintió con la cabeza—. Bien. Pues gané el dinero, me invitaron a copas por ello y fui a ver la partida de póker por la cual se ganaba tanto dinero. Un chico guapísimo fue quien ganó, me invitó a un martini, hablamos dos frases y me preparé para irme. Se me subieron las copas y el chico me acompañó fuera, nos liamos y me trajo en coche a casa.

La mandíbula de Susi rozaba las sábanas y no me extrañaba, fue una noche peculiar.

—Bridget Maia Lynch. —Usó mi segundo y desconocido nombre, así que no estaba muy contenta que digamos.

Tragué saliva.

—Espera a que acabe para ponerte a gritar. Resulta que el chico del casino es nada más y nada menos que Aaron Wallace, el hijo del hombre que posee la cadena de hoteles y que, ¡oh, sorpresa! Es nuestro jefazo.

—Sólo a ti se te ocurre enrollarte con alguien así —negó de manera desaprobadora con la cabeza.

—Calla coño, que aún hay más. Llegué tarde esta mañana y como castigo debo acompañarlo a Madrid durante una semana. Ahora sí, puedes volverte loca.

Susana se mantuvo callada, una de las peores cosas que podría hacer. Su silencio me desesperaba, necesitaba que dijera algo, lo que fuera. Tomé sus manos entre las mías y le di un ligero apretón alentándola a que hablara.

—¿No hay forma de evitarlo?

Negué con la cabeza.

—Ten muchísimo cuidado ¿me oyes? Más te vale volver y de una pieza o sino seré yo quién acabe contigo —me amenazó muy enserio.

—Serán días aburridos llenos de papeleo y formalidades, no te preocupes. Además me pagan, hay que mirar el lado bueno.

—Últimamente estás qué te sales con el dinero, zorra.

Una sonrisa se dibujó en sus labios y la atraje a mí para abrazarla. La iba a extrañar muchísimo. Y a mi caramelito también. Se separó y volvió a acomodarse en la cama.

—Bueno, enséñame una foto por lo menos del chico.

Su comentario me arrancó una carcajada y aún riendo saqué el móvil del bolsillo. Tecleé el nombre del jefazo y después de pinchar en fotos le tendí el dispositivo. Susana empezó a dar toques en la pantalla y a cada una que daba se asombraba más que con el anterior.

—¡La virgen! Está para chuparse los dedos. Con este yo también me iba a Madrid, no te jode.

Le arrebaté el teléfono y tras cerrar la pestaña lo guardé en el bolsillo otra vez. No tenía tiempo para escuchar hablar de lo guapo que era Aaron, debía ir a ver a mi padre. El cotilleo podría esperar.

AARON ©Where stories live. Discover now