Capítulo 2:

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FRANCESCO:

El trayecto a Catania es lento, tenso y silencioso. Soy consciente de la ira que irradia mi acompañante, pero no le presto atención, concentrado en la música de piano que se une a nosotros desde los parlantes. Mi teléfono celular vibra en el bolsillo de mi camisa sin parar, pero no lo atiendo. Me limito a ponerlo en silencio sin ver de quién se trata, seguro de que estoy siendo asediado por miembros de la mafia siciliana que quieren informarme de la muerte de Aldo para saber qué opino sobre ello o por mi prima, quién heredó la capacidad de su padre de enterarse de todo lo que acontece incluso a kilómetros de distancia.

Un desagradable y barato aroma a vainilla inunda mis fosas nasales.

Incrementa el ritmo de los latidos de mi corazón a un punto en el que puedo controlarlo.

Lo ignoro hasta que llegamos al viejo piso que adquirí. Todo un edificio, en realidad. Cuando nos estacionamos me bajo y mantengo la puerta abierta para que Marianne también pueda hacerlo. Mis labios se curvan hacia abajo, pero luego hacia arriba cuando lo hace con un gruñido. Además de su perfume barato, huelo el enojo que desprende cada poro de su alto y esbelto cuerpo de modelo.

De nada ─pronuncio en inglés, lo cual hace que se tense.

El sonido de mi voz claramente le molesta, pero camina hacia la entrada y sube las escaleras frente a mí. Su vestido deja el descubierto su espalda, así que veo su piel desnuda gracias a la abertura ovalada de este mismo. Es blanca, cremosa y de aspecto suave. Vuelvo a hablar una vez llegamos a la sala de muebles victorianos y Arnoldo toma mi chaqueta. Es un sujeto agradable. Educado. Alguien que conozco que forma parte del personal, lo cual no debería olvidar, debería seguir su ejemplo y someterse a mis órdenes.

─Su comida será servida en su habitación si no le molesta que haya tomado esa elección por usted, señor Cavalli.

─Me parece perfecto ─respondo, mirando a Marianne de reojo─. A menos que la señorita Fairthfull desee acompañarme y se sienta más cómoda compartiendo en el comedor que en mi habitación.

Gruñe como un animal salvaje de nuevo, sus manos yendo por una botella de vino en mi bar.

─¿De qué hablas? Por supuesto que compartiría habitación con un feminicida. Es lo que toda chica sueña.

Escucho a Arnoldo tomar una brusca inhalación ante sus palabras, pero no me dejo llevar por ellas. En su lugar continúo divirtiéndome con la sirviente de Arlette como llevo haciendo desde que llegamos a Italia, privándola también de poner en práctica sus escasas capacidades.

La única razón por la que no ha muerto todavía es por el cariño que mi familia podría tenerle.

Ellos, no yo.

Yo he querido tener su corazón en mi mano y su sangre deslizándose por mi antebrazo desde el día en el que se metió en mi camino y se convirtió en un recordatorio constante de la inseguridad que siente la mujer que amo de que pueda recuperar todo lo que se nos fue arrebatado.

─Solo asesino prostitutas ─le recuerdo─. No actrices sin talento. A menos que hayas cambiado de profesión de un día para otro, no creo que te encuentres en riesgo, amor mío.

Sus ojos color miel se dirigen a los míos.

No está usando sus lentillas, así que son entre verde y marrones.

─Eres un ser enfermo y deberías estar internado en un psiquiátrico, no intentando recuperar la Cosa Nostra ─grazna con fuerza, pero se estremece cuando me acerco. Por el rabillo del ojo veo a Arnaldo abandonando la habitación como cada vez que hace cuando nos peleamos─. No sé cómo Arlette pudo obviar todo lo que haces, cuán detestable eres, pero yo no soy ella. Su amor por ti no me ciega. No eres un príncipe. Eres un asesino de mujeres inocentes e indefensas que ni siquiera tuvieon la posibilidad de defenderse.

Francesco © (Mafia Cavalli IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora