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Absolutamente todo el pueblo estaba de celebración. La música resonando en cada plaza del pueblo, los tirantes colgados en los techos de las casas con el escudo del reino; una rosa entrelazada con una espada dorada y grande que representaba la belleza de la tierra y la fortaleza del ejército. Era el primer día del carnaval de la cosecha de litchi, donde comerciantes de distintas partes venían a promocionar sus productos, trayendo nuevos objetos extranjeros, cocineros esparciendo sus creaciones culinarias en precios de rebaja, danzas en las plazas, las cantinas ganaban más que nunca, una semana donde las clases sociales se unían para celebrar sin diferencias y rebozar de alegría. Siete días donde el castillo abría su primera puerta e invitaba a los súbditos a una cercanía con la realeza; la familia real saludando mano a mano a quienes querían recibir su gracia.

El pueblo era cercano a sus mandatarios, la mayoría incluso viviendo una experiencia más trascendental con el rey que con la misma iglesia. No había ningún atisbo de un posible golpe de Estado o de grupos rebeldes, estaban conformes con su monarquía bastante justa. Leyes congruentes a los ideales planteados, un respeto que iba desde las calles de menor clase social hasta el trono.

El carnaval de la cosecha finalizaba en el séptimo día con una eucaristía al medio día. Para entonces las puertas del castillo ya estaban cerradas y las personas dejaban regalos a las afueras, era un día más pacífico a los anteriores con el motivo de celebrar el cumpleaños del único heredero al trono; el príncipe Itadori Yūji.

Descrito como alguien amable y bondadoso, con un sistema de justicia tan alto que incluso parecía irreal. Muchas veces se había ofrecido como mediador entre personas que habían cometido delitos menores y los generales, un hombre recto que a pesar de mantener una voz suave y melodiosa —no por eso menos masculina— irradiaba autoridad. Su físico, una total maravilla, poseía la característica esencial de la familia real del clan de Blodyn; un cabello pintado por las flores de cerezo, un rosa cremoso que a los rayos del sol ilusionaba destellos claros, Yūji tenía la característica peculiar de que los cabellos inferiores de la cabeza eran de un color castaño oscuro, por lo que su estilo de peinado y corte resaltaba el hecho de que era bicolor.

Su piel era bañada por el sol, una tonalidad muy tenue pero no completamente blanca. Alto de estatura, un cuerpo fornido sin llegar a lo exagerado. Una mirada clara color miel que atrapaba a quien tuviese en frente. Finalmente; una sonrisa brillante y cálida. El príncipe poseía esa clase de sonrisa que era hermosa, que lo hacía bonito, atractivo, muchas veces sensual; esa expresión que podía ser tentación o salvación.

Así que, efectivamente, el pueblo amaba al hijo del rey. Y en este año todos estaban aún más entusiasmados por su cumpleaños debido al acontecimiento de que cumpliría veintiuno, la mayoría de edad para poder portar con la corona, expresando la total autoridad de la responsabilidad que recaía sobre sus hombros; oficialmente podía heredar el trono.

—Ah, Dios mío. Estoy nervioso —un murmulló salió de los labios de Yūji. Vio su reflejo en el espejo de su habitación—. Es decir, me he preparado toda mi vida para recibir la corona oficial del principado, pero no pensé que el día llegaría tan rápido.

—Príncipe Yūji.

—¿Qué ocurrirá si en medio del desfile se cae la corona de mi cabeza? Seré el hazme reír del pueblo. Y mi madre me hará bromas de ello por siempre, y sus bromas son las peores —la sirviente ajustó más corsé color café oscuro disimulando su diversión.

—Príncipe Yūji —la voz masculina contraria parecía cansada.

—Oh, y mi padre... —siseó— No quiero imaginar el regaño que me dará si eso sucede, recalcando el cómo huía de las últimas clases de etiqueta y postura.

Sangre por Sangre ·SukuIta·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora