VIERNES: Sudor y lágrimas.

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-¿Has cenado?- Preguntó Ingrid, pasando las manos desnudas sobre su vestido color menta en un intento por hacer desaparecer las pocas rugas que tenía la prenda.

Al ver que no obtenía una respuesta levantó la mirada para ver que Sean estaba estudiando el lugar con la vista.

-Estamos solos, tranquilo.- Dijo ella en un intento por que su visitante estuviese menos tenso.- ¿Estás bien?- Cuando pensó que iba a contestarle, él se dirigió al fondo de la casa, seguramente a inspeccionar el lugar y cerciorarse que efectivamente estaban solos. O que no le hubiese puesto otra trampa.

Cuando volvió al salón apenas le hizo caso, pasando a su lado para adentrarse en la cocina.

-Supondré que eso es un sí a mi primera pregunta.- Repuso ella levantando ambas manos en señal de frustración.

Sin embargo, no era ese el motivo de Sean allí. Así que se subió a una de las banquetas y apoyó ambos brazos sobre la encimera mientras veía como él miraba cada cosa con precisión militar.

-¿Donde está el veneno?- Preguntó él con voz grave, sin siquiera mirarla.

-En la caja de té, son las bolsitas que no tienen etiquetas.- Confesó ella, pues de poco servía ya esconderle secretos cuando podría matarla en cualquier momento.- El armario a tu derecha.

Mientras él localizaba la caja donde guardaba las bolsitas, Ingrid aprovechó para hacerle una pequeña inspección visual.

Sean aparentaba tener algunos años menos que ella misma, pero dado que le había dicho que era un Arur, cabía la posibilidad que le doblase la edad. Era unos buenos veinte centímetros más alto que ella, de complexión atlética y se movía con una elegancia muy propia de los Elementales. Iba vestido de negro de pies a cabeza y entre eso, las botas militares y el pelo largo negro... parecía más el componente de un grupo de rock que un hada o una nereida.

Si bien tenía bastante conocimiento sobre el mundo Elemental, tenía que reconocer que todo lo referente a los Arur se le escapaba por completo. Ni siquiera se habría imaginado que el torpe de Vincent tuviese algo que ver con ellos.

Si bien, como descendiente de los Leprechaus, su ex-marido apenas parecía pertenecer al mismo mundo mágico del que habría procedido sus propios padres o Sean. No carecía de la gracia, la elegancia, la belleza o el carisma que solía acompañar a casi todos los Elementales.

Bueno, casi todos...

Ingrid respiró hondo, tratando de olvidarse de los malos recuerdos de su pasado. Tenía que centrarse en el aquí y el ahora. Y eso significaba que si le caía bien a Sean, viviría. Sino...

-¿Cuántos años tienes?- Preguntó ella.

-¿Tienes alguna otra droga o veneno en esta casa?- Rebatió él.

-Tengo algo de Vixx en ese armario y, a no ser que cuentes el Paracetamol y el Ibuprofeno como droga, no.- Sean abrió el armario y cogió el pequeño bote que contenía la droga Elemental.- Yo que tú no lo tiraría. A mi no me sirve de nada, pero puede que tu la necesites.

Sean se detuvo con el frasco en mano y la miró a los ojos, cosa que hizo que se le erizase el vello del brazo a ella.

-Lo usaste para drogarme, no me apetece que vuelvas a hacerlo.- Dijo él, sin denotar ninguna emoción.

-En verdad usé eso para drogarte.- Ella señaló la pequeña caja que contenía las bolsitas de falso té.- El Vixx fue lo que evitó que eso fuese permanente o que murieses.- Su expresión facial denotaba la misma veracidad que había en sus palabras.- Y si vas a deshacerte del veneno, te aconsejo tirarlo por el váter. No quiero que algún pobre animal termine tocándolo al revolver en mi basura y si lo quemas, a ambos se los van a paralizar el sistema respiratorio al inhalarlo y, mucho me temo, que moriríamos de forma lenta y dolorosa.

Sean entrecerró los ojos al mirarla, se notaba que no estaba acostumbrado a que le dijeran la verdad tan rápidamente y sin algún "incentivo".

-No te preocupes, es orgánico, así que se deshará y perderá efecto antes de que se lo pueda comer algún pobre pez en el mar.

-¿Orgánico? ¿Me estás diciendo que me has dado alguna hierba mezclada con babas de Gancanagh?- La mueca de asco que se formó en la cara de Sean fue una copia de la que apareció en la de ella un segundo después. Y de haberlo conocido un poco mejor, hubiese apreciado la importancia de ese gesto en él.

-¡No! ¡Que asco!- Repuso ella con una mueca.- ¡Por Dios! ¡No! Es valeriana. Él solo lo sostuvo en una mano durante un rato y después lo puso en la bolsita.

Sean respiró hondo y se apoyó en la pila que tenía a su derecha, sin dejar de mirarla.

-El veneno de Gancanagh solo está en su piel. Por eso el contacto es lo que te envenena.- Ingrid alzó una ceja, dando a entender que no lo había entendido.- Lo expulsan por la piel.

-Oh...- Repuso ella abriendo los ojos de par en par cuando pareció percatarse de lo que él estaba dando a entender.- ¿Es...?- Ella miró la cajita, retomando su mueca de asco.- ¿Es sudor? ¡Que asco!¡Tengo sudor de alguien en bolsitas para el té!

Sean carraspeó, captando su atención, cosa que le hizo pensar en que si le daba asco tener sudor de una persona embolsado, peor tenía que ser tomárselo.

Sin embargo, ese pensamiento seguido por la expresión acusatoria de Sean solo desencadenó un ataque de risa que por poco la tira del taburete.

Sean la miró mientras ella reía a su costa y por un momento algo cosquilleó dentro de él, como si le instara a seguirla y reír a carcajadas también. La sensación lo dejó algo abrumado y fuera de lugar. Hacía tiempo que había enterrado ese tipo de cosas y la retahíla de recuerdos fraternales que desencadenaban momentos como esos.

Y por apenas una fracción de segundos, se sintió bien.

Pero los sentimientos eran cosa de débiles, y los débiles siempre eran los perdedores.

Como lo había sido Dean.  

Libro de los Sueños (+18)Where stories live. Discover now