Capítulo 10: ¿Feliz cumpleaños?

152 24 97
                                    

La mesa fue puesta como el capitán ordenó: en cubierta cercas del timón del barco, vestida de manteles largos, vajilla de porcelana fina, cubiertos de plata y los mejores vinos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La mesa fue puesta como el capitán ordenó: en cubierta cercas del timón del barco, vestida de manteles largos, vajilla de porcelana fina, cubiertos de plata y los mejores vinos. 

«El que seamos piratas no quiere decir que no seamos gente refinada y educada », solía decir, puesto que disfrutaba de organizar cenas elegantes cuando la situación lo ameritaba. 

Esa tarde, el capitán y su contramaestre compartirían la mesa con Danielle y Elena por el cumpleaños número dieciocho de la hija. Se trataba de un cumpleaños importante para ella y para su padre, ya que María, —la madre de Elena— tenía la misma edad cuando desposó a Montaño.

Por esa tarde, Elena dejó las ropas cómodas que vestía con normalidad cuando subían al barco. En su lugar, usaba un hermoso vestido blanco con finos encajes y bordados; recogió su cabello en una trenza que caía hacia uno de los costados de su cuello, la única joyería que le gustaba usar y que decidió lucir para el evento; era un juego de perlas que perteneció a su madre. Ella y Danielle salieron de la habitación para asistir a la comida organizada por el capitán de la nave. Barboza, aunque aún seguía molesto por el suceso de un par de semanas atrás, no pudo desviar  la mirada lejos de la castaña, después de todo, seguía enamorado, ella se convertiría en su fiel compañera y los sucesos quedarían en el pasado. Finalmente, optó por recibir a su prometida como el capitán le había enseñado, con cortesía y delicadeza besó la mano de Elena, le dio un abrazo de feliz cumpleaños y la ayudó a tomar su lugar en la mesa.

La comida fluyó como si no existiera una gota de tensión entre ellos, relajaron los hombros para compartir un par de anécdotas de las constantes aventuras que solían tener en mares y puertos.

—Bueno, hija... Antes de que se vaya la luz del día, quisiera hacerte entrega de mi regalo —interrumpió el capitán con una clara expresión de felicidad. 

Todos callaron y observaron al corpulento hombre de espesa barba, entregarle a su hija un pequeño cofre tallado en madera oscura. En el interior, únicamente figuraba una hoja de papel doblada con delicadeza. Misma que Elena miraba extrañada con el deseo de saber el contenido de aquello que tenía en sus manos. 

—Antes de que tu madre muriera en mis brazos, dejó unas palabras para ti. Luego yo las escribí en esa carta porque tenía miedo de olvidarlas o de morir sin que fueran escuchadas —agregó el capitán, interrumpiendo los pensamientos de la castaña.

Ella analizó el documento que seguía cerrado y de nuevo volvió la atención hacia su padre. 

—¿Por qué me la entrega hoy? —cuestionó curiosa.

—Conocí a tu madre mejor que a nadie en este mundo y sé que son esas las palabras que te diría en este tu cumpleaños dieciocho. Esperé por años el mejor momento para hacértelo saber, espero no haberme equivocado, aunque si sientes que fue así, te pido me disculpes. —Colocó su robusta mano sobre el hombro de su hija—. No ha sido fácil ser tu padre sin los sabios consejos de tu madre y todavía aún más difícil fue, cuando tuve que arrastrarte a esta vida que sé que no pediste y que no deseas seguir llevando. Te ruego me disculpes, nuevamente. Yo, de verdad deseo, que un día logres encontrar toda esa felicidad con la que sueñas.

Soy tu castigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora